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LA FRANJA AMARILLA


Enviado por   •  26 de Abril de 2012  •  13.562 Palabras (55 Páginas)  •  589 Visitas

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NOTA: LA FRAANJA AMARILLA NO ES MI CRECION, PERO ME PARECE UN TEMA MUY IMPORTANTE

APTO PARA EL CONOCIMIENTO.

Por William Ospina

Hace poco tiempo una querida amiga norteamericana me confesó su asombro por la

situación de Colombia. "No entiendo -me decía-, con el país que ustedes tienen, con el

talento de sus gentes, por qué se ve Colombia tan acorralada por la crisis social; por qué

vive una situación de violencia creciente tan dramática, por qué hay allí tanta injusticia,

tanta inequidad, tanta impunidad. ¿Cuál es la causa de todo eso?". Por un momento me

dispuse a intentar una respuesta, pero fueron tantas las cosas que se agolparon en mí que ni

siquiera supe cómo empezar. Sentí que aunque hablara sin interrupción la noche entera, no

lograría transmitirle del todo las explicaciones que continuamente me doy a mí mismo,

tratando de entender el complejo país al que pertenezco. Por otra parte, entendí que muchas

de mis explicaciones no le habrían gustado a mi amiga, o la habrían puesto en conflicto con

su propia versión de la realidad.

Es frecuente para nosotros oír de labios generosos la deploración de esas desdichas y el

asombro ante nuestra incapacidad para resolverlas. El primer asunto es, pues, preguntarse si

de verdad la sociedad colombiana vive una situación excepcionalmente trágica, si es tan

distinta esta realidad de la del resto de los países, o al menos de los países del llamado

tercer mundo. Mi respuesta es que sí. Colombia es hoy el país con mayor índice de

criminalidad en el planeta, y la inseguridad va convirtiendo sus calles en tierra de nadie.

Tiene a la mitad de su población en condiciones de extrema pobreza, y presenta al mismo

tiempo en su clase dirigente unos niveles de opulencia difíciles de exagerar. Muestra uno de

los cuadros de ineficiencia estatal más inquietantes del continente, al lado de buenos índices

de crecimiento económico. Muestra fuertes niveles impositivos y altísimos niveles de

corrupción en la administración. Muestra unas condiciones asombrosas de impunidad y de

parálisis de la justicia y al mismo tiempo una elevada inversión en seguridad, así como

altísimos costos para la ciudadanía en el mantenimiento del aparato militar. Muestra las

más deplorables condiciones de desamparo para casi todos los ciudadanos, y sin embargo

es un país donde no se escuchan quejas, donde prácticamente no existen la protesta y la

movilización ciudadana: una suerte de dilatado desastre en cine mudo.

Esto último es pasmoso. La visible pasividad de la sociedad colombiana alarma a los

visitantes. En las recientes huelgas que conmocionaron a Francia pudo verse cómo una

sociedad que vive relativamente bien en términos económicos y protegida por un Estado

responsable, sabe reaccionar en bloque ante todo lo que la lesione, no se deja pisotear en

sus derechos y se resiste a que se menoscaben los privilegios que ha conquistado. Ver a los

franceses marchando por las calles, armando barricadas ante un gobierno cuya legitimidad

no desconocen, y haciendo temblar a las instituciones, nos confirma que Francia es el país

de la Revolución, que ese país es respetable porque tiene orgullo y porque tiene dignidad,

porque sabe de lo que es capaz cuando sus gobernantes olvidan que son pagados por el

pueblo y que son apenas los representantes de su voluntad. Ante ese ejemplo se hace más

incomprensible que una sociedad como la colombiana (donde ni siquiera los sectores

fabulosamente ricos pueden sentirse satisfechos, pues el Estado que sostienen ya ni siquiera

les garantiza la vida, donde nadie está protegido, donde el Estado no cumple sus más

elementales deberes y donde todos los días ocurren cosas indignantes) sea tan incapaz de

expresarse, de exigir, de imponer cambios, de colaborar siquiera con su presión o con su

cólera a las transformaciones que todos necesitamos. ¿Qué es lo que hace que Colombia sea

un país capaz de soportar toda infamia, incapaz de reaccionar y de hacer sentir su presencia,

su grandeza?

Muchos aventuran la hipótesis de que esa aparente pobreza de espíritu y esa debilidad de

carácter se deben a las características biológicas y genéticas de la población: sería, pues, la

expresión de una fatalidad ineluctable. Otros sostienen lo mismo con respecto a los índices

de criminalidad: revelarían una incurable enfermedad, y harían de nosotros un pobre pueblo

sin salvación y sin remedio. Pero la verdad es que nuestros índices de violencia y nuestra

actual ineptitud política son hechos históricos susceptibles de explicación. Más aún, se diría

que las explicaciones son tan evidentes e incluso tan sencillas que se requiere estupidez o

malevolencia para aventurar dictámenes fatalistas. Ninguna persona sensata sostendría que

por el hecho de haber precipitado en cinco años la muerte de 50 millones

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