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LETRA A


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2014  •  Informes  •  1.848 Palabras (8 Páginas)  •  232 Visitas

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Pero una vez a bordo, sacó su cabeza por un respiradero. Y, enarbolando la brillante llave, gritó:

-¡Aquí está tu llave! ¡Me la llevo conmigo, rey, para que tu hija nunca se despierte, porque tengo sed de venganza, pues tú me humillaste al tenerme en una jaula de hierro para que fuera el hazmerreír de todos!

El fuego salió disparado de debajo de la popa de la nave espacial, y el bajel se elevó hacia el cielo ante los enmudecidos espectadores. El rey envió a sus rasganubes y cohetes-huracán en su persecución, pero todas sus tripulaciones volvie¬ron con las manos vacías, pues el artero cara pálida había cubierto sus huellas y se les había escurrido.

El rey Boludar comprendió ahora cuán equivocado estuvo al no hacer caso de los sabios homologistas, pero el daño ya estaba hecho. Los principales cerrajeros eléctricos trabajaron para moldear un duplicado de la llave; el Gran Ensamblador del Trono, los artesanos reales, los armadores y los artefactótums, los más altos artífices del acero y los maestros forjadores de oro, cibercondes y dinamargraves: todos vinieron a probar sus habilidades, pero en vano. El rey se dio cuenta que debía recuperar la llave robada por el carapálida; de otra manera, la oscuridad reinaría para siempre en la razón y los sentidos de la princesa.

El rey proclamó entonces por todo el reino que esto y aquello y lo de más allá había ocurrido, que el antrópico homos cara pálida se había fugado con la llave de oro, y que quienquiera que lo capturase, e incluso si sólo devolvía la joya dadora de vida y despertaba a la princesa, tendría su mano y ascendería al trono.

De inmediato aparecieron por manadas aventureros de varios estilos y tallas. Entre éstos había electrocaballeros de gran renombre, charlatanes, estafadores, astroladrones y vagabundos estelares. Vino al castillo Demétrico Megawatt, el celebrado esgrimista-oscilador, quien poseía tal retroalimentación y retrovelocidad que nadie podía derrotado en el combate cuerpo a cuerpo. De tierras distantes llegaron autopartículas, como los dos autómatas, victoriosos vectores de mil batallas; o como Prosteseo, construccionista par excellence, quien nunca iba a ningún lado sin dos aspiradores de chispas, uno negro y el otro plateado. Y estaba también Arbitrón Cosmoski, totalmente construido de protocristales y esbelto como una espiral, y Cyfer de Agrym, el intelectricista, quien en cuarenta andromedarios en ochenta cajas trajo con él una vieja computadora digital, oxidada de tanto pensar pero aún poderosa de mente. Llegaron tres campeones de la raza de los Selectivitas: Diodio, Triodio y Heptodio, quienes tenían un vacío perfecto en sus cabezas; sus negros pensamientos eran como la noche sin estrellas. Vino también Perpetuan, todo en armadura de Leyden, con su conmutador cubierto de moho de trescientos encuentros, y Matrix Perforatem, que nunca dejaba pasar un día sin integrar a alguien. Éste trajo a palacio su cibercorcel invisible, un supercaballo de batalla al cual llamaba Megaso. Se congregaron todos, y cuando la corte estaba en pleno, rodó un barril hasta el umbral, y de él se derramó, en forma de mercurio, Ergio el autoinductivo, quien podía asumir el aspecto que deseara.

Los héroes fueron invitados a un banquete; se iluminaron los salones del castillo, y el mármol de los techos tomó un brillo rosado como una nube al atardecer. Luego partieron, cada uno por su lado, para buscar al carapálida, retarlo a un combate mortal, recuperar la llave, y así ganar a la princesa y el trono de Boludar. El primero, Demétrico Megawatt, voló a Koldlea, donde viven los gelacuajos, pues pensaba que encontraría algo allí. Así, se sumergió en su pantano, adueñándose del camino con golpes de su sable a control remoto, pero no logró nada, pues cuando se calentó demasiado su sistema de enfriamiento se apagó y el incomparable guerrero encontró la muerte en tierra extranjera, y la sucia ciénega y los gelacuajos cubrieron sus audaces cátodos para siempre.

Los dos autómatas vectorianos tocaron la tierra de los radomantes, quienes erigen edificios de gas luminiscente que rezuman radioactividad, y son tan tacaños que cada noche cuentan los átomos de su planeta. Funesta fue la recepción que los mezquinos radomantes dieron a los autómatas, pues les mostraron un abismo lleno de piedras de ónix, crisolitas, caIcedoriias y espinelas, y cuando los electrocaballeros sucumbieron a la tentación de las joyas, los radomantes los lapidaron hasta matarlos, lanzando desde las alturas una avalancha de piedras preciosas, que al moverse centelleaba como un cometa de mil colores. Y es que los radomantes eran aliados de los carapálidas, por un pacto secreto del cual nadie sabía.

El tercero, Prosteseo el construccionista, llegó a la tierra de los alganáceos después de un largo viaje por la oscuridad interestelar. La goleta de Prosteseo se estrelló contra su inexorable pared y, con un timón roto, fue a la deriva por el piélago, y cuando finalmente se acercó a algunos distantes soles, su luz atravesó los ojos ciegos del pobre aventurero. El cuarto, Arbitrón Cosmoski, tuvo mejor suerte al principio. Logró cruzar los Estrechos de Andrómeda, surcar los cuatro remolinos espirales de los Perros Cazadores, y, como un ágil rayo, tomó el casco y, dejando una estela de fuego arrollador, llegó a las orillas del planeta Maestricia, donde entre trozos de meteoritos, espió los destrozados restos de la goleta en que se había embarcado Prosteseo. Enterró el cuerpo del construccionista, poderoso, brillante y frío como en vida, detrás de una pila de basalto, pero tomó sus dos aspiradores de chispas, el plateado y el negro, para que le sirvieran de escudos, y prosiguió su camino. Maestricia era salvaje y escabroso: rugían por él avalanchas de rocas sobre

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