LO QUE SE VE Y LO QUE NO SE VE
joelvin31 de Enero de 2014
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Lo que se ve y lo que no se ve
Por Frédéric Bastiat
En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un
solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos 1, el primero es sólo el más
inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen
sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos.
Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto
visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever.
Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia
inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa. — Así, el
mal economista persigue un beneficio inmediato que será seguido de un gran mal en el
futuro, mientras que el verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a
riesgo de un pequeño mal presente.
Lo mismo vale para la higiene o la moral. A menudo, cuanto más agradable es el primer
fruto de una costumb re, más amargos son los siguientes. Por ejemplo: la corrupción, la
pereza, el prodigarse. En cuanto un hombre, impresionado por el efecto que se ve, no
habiendo aprendido aún a comprender los que no se ven, se abandona a sus funestas
costumbres, no sólo por rutina, sino por cálculo (su propio beneficio).
Esto explica la evolución fatalmente dolorosa de la humanidad. La ignorancia lo rodea al
principio; así, ésta determina sus actos por sus consecuencias primeras, las únicas que, al
principio, puede ver. Sólo con el tiempo aprende a tener en cuenta las otras 2. Dos
maestros bien diferentes le enseñan esta lección: La Experiencia y la Previsión. La
experiencia enseña de manera eficaz pero brutal. Nos instruye de todos los efectos de un
acto haciéndonoslos sufrir, y no podemos evitar, a fuerza de quemarnos, terminar
sabiendo que el fuego quema. Me gustaría, todo lo posible, sustituir este rudo doctor por
otro más agradable: la Previsión. Esto es por lo que voy a investigar las consecuencias de
algunos fenómenos económicos, oponiendo a las que se ven las que no se ven.
I. El cristal roto
¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre,
cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha
asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes,
así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario
siempre el mismo consuelo: « La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen
funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si
nunca se rompieran cristales? »
Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en
flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por
desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas.
Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir
que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis
francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El
cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendirá
de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.
Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno
romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general,
estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en
cuenta lo que no se ve.
No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá
gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría
reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su
biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.
Hagamos las cuentas para la industria en general.
Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que
se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido
favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.
Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo
que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la
industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se
rompan o no.
Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre.
En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni
menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a
producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos
zapatos y un cristal.
O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que,
considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la
sociedad ha perdido el valor de un cristal roto.
Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: « la sociedad pierde
el valor de los objetos destruidos inútilmente, » — y a este aforismo que pondrá los pelos
de punta a los proteccionistas: « Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo
nacional, » o más brevemente: « destrucción no es igual a beneficio. »
¿Qué dirá usted, Moniteur Industriel, 3 que dirán ustedes, seguidores de este buen Sr. de
Saint-Chamans, que ha calculado con tantísima precisión lo que la industria ganaría en el
incendio de París, por todas las casas que habría que reconstruir?
Me molesta haber perturbado sus ingeniosos cálculos, tanto más porque ha introducido el
espíritu de éstos en nuestra legislación. Pero le ruego que los empiece de nuevo, esta vez
teniendo en cuenta lo que no se ve al lado de lo que se ve.
Es preciso que el lector se esfuerce en constatar que no hay solamente dos personajes,
sino tres, en el pequeño drama que he puesto a su disposición. Uno, Juan Buenhombre,
representa el Consumidor, obligado por el destrozo a un disfrute en lugar de a dos. El
otro, en la figura del Cristalero, nos muestra el Productor para el que el accidente
beneficia a su industria. El tercero es el zapatero, (o cualquier otro industrial) para el que
el trabajo se ve reducido por la misma causa. Es este tercer personaje que se deja siempre
en la penumbra y que, personificando lo que no se ve, es un elemento necesario en el
problema. Es él quien enseguida nos enseñará que no es menos absurdo el ver un
beneficio en una restricción, que no es sino una destrucción parcial. — Vaya también al
fondo de todos los argumentos que se hacen en su favor, y no encontrará que otra forma
de formular el dicho popular: « ¿Que sería de los cristaleros, si nunca se rompieran
cristales? » 4
II. El despido
Lo que vale para un hombre vale para un pueblo. Cuando quiere darse una satisfacción,
debe ver si vale lo que cuesta. Para una nación, la Seguridad es el mayor de los bienes. Si,
para adquirirla, hay que poner en pie de guerra a cien mil ho mbres y gastar cien millones,
no tengo nada que decir. Es un disfrute comprado al precio de un sacrificio.
Que no se malinterprete el alcance de mi tesis.
Un representante propone despedir cien mil hombres para dispensar a los contribuyentes
de pagar los cien millones.
Si la respuesta se limita a: « Esos cien mil hombres y cien millones son indispensables
para la seguridad nacional: es un sacrificio; pero, sin ese sacrificio, Francia sería
desgarrada por facciones o invadida por los extranjeros. » — No tengo nada que oponer a
este argumento, que puede ser de hecho verdadero o falso, pero que no encierra ninguna
herejía económica. La herejía comienza cuando quiere representarse el sacrificio mismo
como una ventaja, porque beneficia a alguien.
O mucho me equivoco, o el autor de la proposición no tardará más en bajarse de la
tribuna que el tiempo de que un orador se precipite a ella para decir:
« ¡Despedir cien mil hombres! ¿Lo ha pensado? ¿Qué va a ser de ellos? ¿De qué van a
vivir? ¿Del trabajo? ¿Pero no saben que el trabajo escasea por todas partes? ¿Que todos
los puestos están ocupados? ¿Quiere tirarlos a la plaza pública para aumentar la
competición y hacer bajar los salarios? Ahora que es tan difícil ganarse la vida, ¿no es
maravilloso que el Estado dé pan a cien mil individuos? Considere, además, que el
ejército consume vino, vestidos, armas, que extiende la actividad por las fábricas, en las
ciudades de guarnición, y que es la Providencia de sus numerosos proveedores. ¿No
pensará siquiera en la idea de eliminar este inmenso movimiento industrial? »
Este discurso, claramente, concluye con el mantenimiento de los cien mil soldados,
abstracción hecha de la necesidad de su servicio,
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