LOGICA DEL HOMO SACER
lauraveru11 de Junio de 2012
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¿Estamos en guerra?
¿Tenemos un enemigo?
Slavoj Zizek*
La lógica del Homo sacer se discierne con claridad en la manera que tienen los medios de comunicación occidentales de informar sobre los acontecimientos de la Cisjordania ocupada: cuando el Ejército israelí ataca a la policía palestina y destruye sistemáticamente la infraestructura palestina, en lo que Israel describe como una operación 'bélica', la resistencia palestina aparece citada como prueba de que nos enfrentamos a terroristas. Esta misma paradoja está inscrita en la propia noción de la 'guerra contra el terrorismo': una extraña guerra en la que se criminaliza al enemigo si éste se defiende y responde a la violencia con más violencia.
Cuando Donald Rumsfeld calificó a los guerrilleros talibán de "combatientes ilegales" (frente a la designación como prisioneros de guerra "normales"), no solamente quiso decir que su actividad criminal terrorista les colocaba fuera de la ley; cuando un ciudadano norteamericano comete un crimen (incluso cuando se trata de algo tan grave como un asesinato), se le sigue considerando un "criminal dentro de la ley". La distinción entre el criminal y el no criminal no guarda relación alguna con la distinción que se hace entre los ciudadanos "legales" y los "sin papeles" de Francia. Quizás en este caso sea más útil emplear la categoría de Homo sacer, recuperada por Giorgio Agamben en su libro Homo sacer: Sovereign Power and Bare Life (1998) [1]. En el antiguo derecho romano, se designaba así a la persona que podía ser asesinada con impunidad y cuya muerte, por esa misma razón, no tenía valor alguno. Hoy en día, como término que denota exclusión, puede parecer aplicable no solamente a terroristas, sino a todos aquellos que se encuentran al final del camino recorrido por la ayuda humanitaria (ruandeses, bosnios, afganos), así como a los "sin papeles" de Francia, los habitantes de las favelas de Brasil, o los ghettos afroamericanos en EEUU.
Paradójicamente, los campos de concentración y los campamentos de refugiados que se establecen con carácter humanitario son dos caras (una "inhumana", la otra "humana") de la misma matriz sociológica. Al ser preguntado por los campos de concentración alemanes en la Polonia ocupada, Erhardt (en la película de Lubitsch Ser o no ser), responde: "Nosotros nos encargamos de la concentración; los polacos, de acampar". Una distinción similar puede aplicarse en el caso de bancarrota de Enron, que podemos ver como una especie de nota irónica en una sociedad basada en el riesgo. Los miles de empleados que perdieron sus ahorros y puestos de trabajo se exponían, evidentemente, al riesgo, pero no tenían posibilidad de elegir: el riesgo de los que sabían se convirtió en el negro destino de los trabajadores. Quienes eran conscientes de los riesgos que corrían (los de arriba), tuvieron la oportunidad de intervenir, pero en su lugar eligieron minimizar los riesgos que ellos mismos corrían vendiendo sus acciones y opciones antes de que se produjera la bancarrota; de manera que riesgos y posibilidades de elección estaban muy bien distribuidos. En otras palabras: en una sociedad basada en el riesgo, algunos (quienes controlaban Enron) tienen la capacidad de elegir, mientras que otros (sus empleados) son los que corren los riesgos.
La lógica del 'Homo sacer'
La lógica del Homo sacer se discierne con claridad en la manera que tienen los medios de comunicación occidentales de informar sobre los acontecimientos de la Cisjordania ocupada: cuando el Ejército israelí ataca a la policía palestina y destruye sistemáticamente la infraestructura palestina, en lo que Israel describe como una operación "bélica", la resistencia palestina aparece citada como prueba de que nos enfrentamos a terroristas. Esta misma paradoja está inscrita en la propia noción de la "guerra contra el terrorismo": una extraña guerra en la que se criminaliza al enemigo si éste se defiende y responde a la violencia con más violencia. Lo que nos devuelve a la cuestión del "combatiente ilegal", que no es ni un soldado enemigo, ni un criminal común. Los terroristas de al-Qaeda no son soldados enemigos ni simples criminales: EEUU rechazó desde el primer momento cualquier posibilidad de que los atentados contra el World Trade Center fuesen tratados como acciones criminales apolíticas. En resumen, bajo el disfraz del Terrorista al que se ha declarado la guerra se esconde un combatiente ilegal, un Enemigo excluido del escenario político.
Este es otro aspecto del nuevo orden global: ya no podemos librar guerras como antes, en el sentido de un conflicto entre Estados soberanos en las que se aplicaban ciertas normas relativas al trato debido a los prisioneros, la prohibición de utilizar cierto tipo de armamento, etc. Ahora existen dos tipos de conflictos: por un lado, la lucha entre diferentes grupos de Homo sacer, es decir, "conflictos étnico-religiosos" que violan las normas universales de derechos humanos y no cuentan como guerras de verdad, y requieren de una intervención "pacifista humanitaria" por parte de las potencias occidentales; y por otro lado, ataques directos perpetrados contra EEUU o cualquier otro representante del poder global, en cuyo caso, nuevamente, nos encontramos con algo que no es una guerra, sino con simples "combatientes ilegales" que resisten frente a las fuerzas del orden universal. En este segundo caso, ni siquiera es posible imaginarse a una organización como la Cruz Roja mediando entre las partes en conflicto, organizando un intercambio de prisioneros, etc. Porque uno de las partes en conflicto (la fuerza global liderada por EEUU) ya ha asumido el papel de la Cruz Roja, en el sentido de que no se percibe a sí mismo como uno de los dos bandos en guerra, sino como agente mediador de la paz y el orden global, aplastando rebeliones y simultáneamente ofreciendo ayuda humanitaria a la "población local".
Esta extraña "coincidencia entre opuestos" fue llevada al límite cuando hace algunos meses Harald Nesvik, miembro derechista del parlamento noruego, propuso a George W. Bush y Tony Blair como candidatos al Premio Nobel de la Paz refiriéndose a su papel decisivo en la "guerra contra el terrorismo". El lema orwelliano "la guerra es la paz" se hace por fin realidad, y es posible presentar la guerra contra los talibán como un medio para garantizar la distribución de la ayuda humanitaria. Guerra y ayuda humanitaria han dejado de ser opuestos: una misma intervención puede funcionar simultáneamente en ambos niveles. El derrocamiento del régimen talibán se presenta como parte de la estrategia que ayudará al pueblo afgano oprimido por el régimen; como dijo Tony Blair, es posible que tengamos que bombardear a los talibán para garantizar el transporte y la distribución de alimentos. Quizás la imagen definitiva de la "población local" como Homo sacer sea la de un avión de guerra norteamericano sobrevolando Afganistán: es imposible saber si va a tirar una bomba o un paquete de comida.
El concepto de Homo sacer nos permite entender los numerosos llamamientos que se han hecho para repensar los elementos esenciales de las nociones contemporáneas de la dignidad humana y la libertad que se han venido diseminando desde el 11 de septiembre. Un excelente ejemplo es el artículo firmado por Jonathan Alter en la revista Newsweek titulado "Ha llegado el momento de pensar en la tortura" (5 de noviembre de 2001), con un subtítulo que no auguraba nada bueno: "El mundo ha cambiado: para sobrevivir, podría ser necesario recurrir a técnicas antiguas que parecían estar fuera de la cuestión". Tras flirtear con la idea israelí de legitimar la tortura física y sicológica en casos de extrema urgencia (cuando por ejemplo sabemos que uno de los terroristas detenidos tiene información que podría salvar cientos de vidas) y de escribir declaraciones tan "neutrales" como decir que "hay algunos tipos de tortura que claramente funcionan", llega a la siguiente conclusión:
"No podemos legalizar la tortura porque contradice los valores norteamericanos. Pero aún cuando seguimos pronunciándonos en contra de las violaciones de los derechos humanos en todo el mundo, no deberíamos tener prejuicios a la hora de pensar en cierto tipo de medidas en la lucha contra el terrorismo, como por ejemplo los interrogatorios sicológicos con autorización judicial. Debemos pensar también en traspasar a algunos sospechosos a algunos de nuestros enemigos menos aprensivos, aún cuando caigamos en la hipocresía. Nadie dijo que esto iba a ser fácil."
Semejantes declaraciones son de una obscenidad descarada. En primer lugar, ¿por qué elegir el atentado contra las Torres Gemelas como justificación de todo lo anterior? La CIA ha entrenado durante décadas en la práctica de la tortura a sus aliados militares en América Latina y el Tercer Mundo. Incluso el argumento "liberal" citado por Alan Dershowitz es sospechoso: "No apoyo la tortura, pero si hay que torturar, entonces no hay más remedio que contar con la aprobación de los tribunales". Cuando, llevando más lejos este mismo argumento, Dershowitz sugiere que en una situación extrema la tortura no tiene como objetivo dañar los derechos del prisionero en cuanto que acusado (puesto que la información que se obtenga no será utilizada en su contra en un juicio, y la tortura como tal no contaría como forma de castigo), resulta que la premisa que subyace es aún más inquietante, puesto que presupone que debería estar permitido torturar a la gente
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