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La Etica


Enviado por   •  1 de Marzo de 2015  •  Trabajos  •  3.091 Palabras (13 Páginas)  •  169 Visitas

Página 1 de 13

Gazeta de Antropología, 1999, 15, artículo 03 · http://hdl.handle.net/10481/7526

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Publicado: 1999-02

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La ética de la vida

Life ethics

Edgard de Assis Carvalho

Pontificia Universidad Católica de São Paulo.  Y Universidad Estadual Paulista (Araraquara), Brasil.

RESUMEN

Hoy se da una evolución hacia un mundo unificado, hacia una cultura planetaria, lo cual requiere construir una nueva ética para ese futuro: Una ética que rechace por igual el ciego particularismo étnico y nacionalista, y la globalización técnica de un mercado etnocida. Será imprescindible aprender a practicar una autoética, articulada en una política de civilización y una ética cívica planetaria.

ABSTRACT

Today there is an evolution toward a unified world, a planetary culture, which requires the building of a new ethics for the future, an ethics equally rejecting blind ethnic and nationalist particularism and the technical globalization of an ethnocidal market. It will be indispensable to learn how to practice self-ethics, articulated with a policy on civilization and a planetary civic ethics.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS

ética mundial | particularismo | globalización | mercado | política de civilización | global ethics | particularism | globalization | market | policy on civilization

             Lo que más irrita a los tiranos es la imposibilidad de aherrojar también el pensamiento.

                                                                             Paul Valéry

             La vida sin lucha es un mar muerto en el centro del organismo universal.

                                                                            Machado de Assis

La construcción de una ética para el futuro requerirá un esfuerzo de proporciones inconmensurables y reunirá a todos aquellos que creen en las fuerzas de conjunción, que se solidarizan, fraternizan y universalizan. Será preciso, ciertamente, ejercitar la futurología, no entendida obviamente como una forma de irracionalismo, sino como un modo de entendimiento, una ecología cognitiva que haga posible establecer un horizonte prospectivo para la vida, las ideas y la cultura planetarias, en estos tiempos sombríos de globalizaciones técnicas y resurgimientos étnicos exterminadores.

Hans Jonas, en su libro Para una ética del futuro, afirmó que serán necesarias dos tareas preliminares, que habrán de llevar a cabo todos los humanos que invierten energía libidinal en la buena utopía de un mundo menos antropocéntrico y más ecocéntrico: La primera, la maximización del conocimiento de las consecuencias de todas nuestras acciones, dada la agonía planetaria que nos amenaza a todos; la segunda, la elaboración de una forma de conocimiento transdisciplinar, que sea capaz de conjugar saberes factuales y saberes axiomáticos.

Para eso, la construcción de lo real tendría que guiarse por la combinación del intelecto con la emoción, de lo necesario y lo contingente, de la armonía y el caos. Esta modalidad renovada de conciencia colectiva, desprovista de cualquier intención prometeica, estaría saturada de complexus, o sea, de acciones y quehaceres que reasociarían todo aquello que la disyunción cartesiana se encargó de separar en el plano físico, metafísico y metapolítico. Cualquier sistema vivo pasaría, entonces, a entenderse como un sistema incompleto, irreversible, siempre marcado por la autoorganización que combina, descombina y recombina el orden, el desorden, la reorganización.

Pero es evidente que se establece un abismo entre el hecho y el axioma, aún más cuando nos enfrentamos con la propuesta de una ética de la solidaridad transnacional, articulada con una ética de los derechos individuales. Es conveniente recordar que ética, en griego ethos, significa la morada humana, la casa común, la Tierra-patria-matria, que clama por un proyecto de sustentabilidad, una política de civilización que sea capaz de reintegrar el cosmos, la materia, la vida, el hombre.

El problema no es nuevo en la cultura política, pues ya sabemos, desde Freud, que el mayor obstáculo para una antropolítica civilizatoria plena estriba siempre en la hostilidad primaria que empuja a hombres contra hombres en una ola creciente de violencia, en la cual las pasiones instintivas individuales pesan más que cualquier tentativa de promover un modelo de hombre que exprese la realización concreta del humanismo, cuya necesidad impregna las ideas de Morin desde los años 70.

En esa espiral de pulsiones humanas, saturadas de agresión y autodestrucción, mandada por los «nuevos señores del mundo», una élite multiforme que engloba los cuadros de la tecnociencia, de la tecnoburocracia nacional e internacional, financieros, patronos de los medios de comunicación, redes de traficantes transnacionales, además de estrellas de televisión, deporte y moda, y dirigentes mercadológicos de sectas religiosas, la dominación de la naturaleza se ha llevado a un extremo de proporciones incontroladas; y, por extensión, el exterminio de otros hombres y, por qué no decirlo, de naciones y del propio planeta ha pasado a entenderse de forma naturalizada. Si, ya en 1929, cuando Freud escribió El malestar en la cultura, esa advertencia contra la barbarie resonaba fuerte sobre los destinos de Europa, hoy, 79 años después, se revela más actual que nunca para el planeta como un todo.

Lo que se constata es el congelamiento de la condición humana en un cinismo narcisista y una indiferencia programada, que acaba produciendo reflejos de autodefensa de tal orden que lo que pasa a importar es una hipervaloración de la seguridad doméstica, en todas las dimensiones que la expresión pueda contener. Con eso, se forja un consenso, tácito o no, entre el conjunto de las políticas del mal, perpetradas por los sistemas totalitarios, e incluso democráticos, para los cuales la geopolítica se reduce a una territorialidad diabólica, capitaneada por esa invención

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