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La Inmortalidad Del Alma

anahi2224 de Noviembre de 2011

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La Inmortalidad del alma

1. El alma del hombre, ¿es inmortal?

Sí, el alma del hombre no dejará jamás de existir. Todo lo prueba de una manera evidente:

1º La naturaleza del alma.

2º Las aspiraciones y los deseos del hombre.

3º Las perfecciones de Dios.

4º La creencia de todos los pueblos.

5º Las consecuencias funestas que resultarían de la negación

de esta verdad fundamental.

2. ¿Cómo se prueba por la naturaleza del alma que es inmortal?

Un ser es naturalmente inmortal cuando es incorruptible y puede vivir y obrar independientemente de otro. Ahora bien, el alma es incorruptible, porque es simple, indivisible; puede vivir y obrar independientemente del cuerpo, porque es un espíritu; luego, es inmortal por naturaleza. Un espíritu no puede morir.

Si nuestra alma debiera perecer, sería:

1º o por encerrar en sí misma principios de corrupción;

2º o por tener otra razón de existir que dar la vida al cuerpo;

3º o, finalmente, por aniquilarla Dios. Pues bien, ninguna de estas tres hipótesis puede ser admitida.

1º Nuestra alma es incorruptible, es decir, que no encierra en sí ningún principio de disolución y de muerte. ¿Qué es la muerte? La muerte es la descomposición, la separación de las partes de un ser. Es así que el alma no tiene partes, pues es simple e indivisible; luego no puede descomponerse, disolverse o morir.

2º La vida del alma no depende de la vida del cuerpo, de donde se sigue que, en virtud de su propia naturaleza, nuestra alma sobrevive al cuerpo. La vida de los sentidos, única que poseen los animales, no puede ejercerse sino mediante el cuerpo: por eso el alma de los animales, muerto el cuerpo, es incapaz de ejercer función alguna; porque esta clase de alma, que es substancia imperfecta, en cuanto substancia, muere con el cuerpo.

Mas no acontece lo mismo con el alma del hombre. Hemos demostrado ya que es espiritual, es decir, que posee una vida, la vida de la inteligencia, que es completamente independiente de nuestros órganos corporales, en sus operaciones, y en su principio. Esta vida no cesa, pues en el momento de la muerte, en virtud de su naturaleza espiritual, nuestra alma sobrevive al cuerpo.

Por lo demás, las aspiraciones de nuestra alma hacia la plena posesión de la verdad, hacia la felicidad de la vida sin fin, cuya sombra solamente tenemos aquí, no podrían existir en ella, si no fuera por la naturaleza inmortal. Es lo que prueba la pregunta siguiente.

3º Ningún ser puede aniquilar el alma, excepto Dios; pero no lo hará, como lo probaremos Inmediatamente. Luego, el alma es inmortal, no por favor o privilegio, sino porque tiene en su naturaleza espiritual los principios de una vida inmutable.

3. Los deseos y las aspiraciones del alma, ¿prueban que es inmortal?

Sí, el deseo natural e irresistible que tenemos de una felicidad perfecta y deuna vida sin fin prueba la inmortalidad del alma; porque este deseo no puede ser satisfecho en la vida presente y, por lo mismo, debe ser satisfecho en la vida futura; si no, Dios, autor de nuestra naturaleza, se habría burlado de nosotros, dándonos aspiraciones y deseos siempre defraudados, nunca satisfechos; lo que no puede ser.

Si el deseo de la felicidad no debiera ser satisfecho, Dios no lo hubiera puesto en nosotros.

1º Todo hombre que penetre en su corazón encontrará en él un inmenso deseo de felicidad. Este deseo no es un efecto de su imaginación, pues no es él quien se lo ha dado, y no está en su poder desecharlo. Este deseo no es una cosa individual, pues todos los hombres, en todos los climas y en todas las condiciones, lo han experimentado y lo experimentan diariamente. Esta aspiración brota, pues, del fondo de nuestro ser y se identifica con él. La felicidad es lameta señalada por Dios a la naturaleza humana.

Ahora bien, ¿es posible que Dios haya puesto en nosotros un deseo tan ardiente, que no podamos satisfacer? ¿Nos ha creado para la felicidad, y nos ha puesto en la imposibilidad de conseguirla? Evidentemente, no; que en ese caso Dios no sería el Dios de verdad. Dios no engaña el instinto de un insecto, ¿y engañaría el deseo que ha infundido en nuestra alma? Luego es necesario que, tarde o temprano, el hombre logre una felicidad perfecta, si él por propia culpa, no se opone a ello.

2º Pero esta felicidad perfecta no se halla en la tierra: nada en esta vida puede satisfacer nuestros deseos; todos los bienes finitos no pueden llenar el vacío de nuestro corazón: ciencia, fortuna, honor, satisfacciones de todas clases, caen en él, como en un abismo sin fondo, que se ensancha sin cesar. ¡Extraña cosa!, los animales, que no tienen idea de una felicidad superior a los bienes sensibles, se contentan con su suerte. Y los hombres, sólo el hombre, busca en vano la dicha, cuya imperiosa necesidad lleva en el alma. Nunca está contento, porque aspira a una bienaventuranza completa y sin fin. Puesto que no es feliz en este mundo, es necesario que halle la felicidad en la vida futura.

Este raciocinio aplícase también a nuestras aspiraciones intelectuales; el hombre tiene sed de verdad y de ciencia; quiere conocerlo todo; nunca puede llenar su deseo de saber. Ha sido creado, pues, para hallar en Dios toda verdad y toda ciencia. A la manera que el cuerpo tiende hacia la tierra, así el alma tiende hacia Dios y hacia la inmortalidad.

4. ¿No podría Dios aniquilar el alma?

Sí, absolutamente hablando, Dios podría aniquilarla en virtud de su omnipotencia; pero no lo hará, porque no la ha creado inmortal por naturaleza para destruirla después. Además de esto, sus atributos divinos, su sabiduría y su justicia a ello se oponen.

El alma no existe necesariamente; Dios la ha creado libremente, y, por lo tanto, podría destruirla con sólo suspender su acción conservadora que no es más que una creación prolongada. Sin embargo, este aniquilamiento requiere nada menos que la intervención de toda la omnipotencia divina. Aniquilar y crear son dos actos que piden igual poder y sólo Dios puede producirlos.

Ahora bien, la ciencia demuestra que nada se destruye en la naturaleza; nada se pierde, todo se transforma. El cuerpo es, evidentemente, menos perfecto que el alma; y el cuerpo no se aniquila, sino que sigue existiendo en sus átomos. ¿Por qué, pues, el alma, la porción más noble de nosotros mismos, sería aniquilada?... Tenemos pleno derecho para suponer que el alma del hombre no es de peor condición que un átomo de materia.

Dios es libre para no crear un ser, esto es indudable; pero una vez que lo ha creado, se debe a sí mismo el tratarlo de acuerdo con la naturaleza que le ha dado. Dios ha dado al alma una naturaleza espiritual y una constitución inmortal; luego El no abrogará esta disposición providencial: Dios se debe a sí mismo el no contradecirse. Además, conforme veremos inmediatamente, los atributos de Dios requieren que el alma sea inmortal.

5. La sabiduría de Dios, ¿demanda que nuestra alma sea inmortal?

Sí; la sabiduría de Dios pide que nuestra alma sea inmortal, porque un legislador sabio debe imponer una sanción a su ley, es decir, debe establecer premios para los que la observan y castigos para los que la violan. Esta sanción de la ley divina debe necesariamente hallarse en esta vida o en la futura.

Pero nosotros no vemos en la vida presente una sanción eficaz de la ley de Dios; por lo tanto es necesario que exista en la vida futura, so pena de decir que Dios es un legislador sin sabiduría.

Dios ha creado al hombre libre, pero no independiente. Todos los seres creados están regidos por leyes conformes a su naturaleza. Los seres inteligentes y libres han recibido de Dios la ley moral para que los dirija hacia su último fin. Esta ley, conocida y promulgada por la conciencia, se resume en dos palabras: hacer el bien y evitar el mal.

Un legislador sabio, cuando impone leyes, debe tomar los medios necesarios para que sean observadas. El único medio eficaz son los premios y los castigos: es lo que se llama sanción de una ley. En la vida presente no vemos una sanción eficaz para la ley de Dios.

¿Dónde estaría? ¿En los remordimientos o ¡en la alegría de la conciencia? Pero los malvados ahogan los remordimientos y la alegría de la conciencia bien poca cosa es comparada con los sufrimientos y las luchas que requiere la virtud.

¿Estaría en el desprecio público, en la estimación de los hombres? ¡Ah!, con demasiada frecuencia vemos que son precisamente los grandes culpables los que gozan de la estima de los hombres, mientras que los justos son el blanco de todas las burlas.

¿Estaría en la justicia humana? No; porque ella no alcanza hasta, los pensamientos y deseos, fuentes del mal; no tiene recompensas para la virtud; no puede descubrir todos los crímenes: ella puede ser burlada por la habilidad, comprada por el dinero, intimidada por el miedo; y si, a veces, vindica los derechos de los hombres, no vindica los derechos de Dios.

Fuera de eso, ¿cuál sería en este mundo la recompensa de aquel que muere en el acto mismo del sacrificio, como el soldado sobre el campo de batalla; o el castigo para el suicida?

Por consiguiente, la sanción eficaz de la ley de Dios no puede hallarse más que en los castigos o premios que nos esperan después de la muerte.

6. ¿También la justicia de Dios demanda que el alma sea mortal?

Sí, la justicia pide que Dios de a cada uno según sus méritos; que recompense a los buenos y castigue a los malos. Pero, es en esta vida que los buenos son premiado y los malos son castigados? No;

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