La Revancha De Dios
renatasantander13 de Noviembre de 2013
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“La revancha de Dios”
G. Kepel (2005).
- Capítulo 3 “Salvar a América”
El texto comienza con una descripción de los movimientos evangelistas televisados en EEUU en las décadas del 70 y 80. Dentro de ellos destaca el conocido y emblemático caso de los Bakker, una pareja de evangélicos que a través de la televisión hacían llegar su religión a los ciudadanos. Este caso es destacable ya que Jim Bakker y su esposa se hicieron de una no despreciable fortuna en base de las donaciones que les hacían los fieles. Jim Bakker en el año 1989 fue condenado por diversos delitos y se descubrió que el mismo “pecaba” en las bases mas esenciales que proponía su religión y que el mismo predicaba.
Pese ha este escandalo televisivo, los fieles no dejaron de donar importantes sumas de dinero como muestra de apoyo para los Bakker e incluso manifestaron su apoyo incondicional en millones de columnas enviadas a un periódico de Carolina del Norte. Dentro de ellas destaca la de Eldrigde Cleaver, antiguo dirigente de los Panteras Negras y ex teórico de la lucha armada de los Guetos negros americanos, quien declara que su descubrimiento de dios ocurrió cuando: “estaba en un balcón, mirando la luna sobre el mediterráneo, cuando la brillante faz del astro vio desplegarse claramente los sucesivos perfiles de Malcom X, Fidel Castro, Mao, el Che Guevara y finalmente Jesús”. También agrega que “hace diez años yo creía, como Marx, que la religión era el opio del pueblo… pero he descubierto que en realidad cristo es el remedio para mi vida”.
Estos fenómenos son herederos de una tradición americana original, capaz de elaborar respuestas particularmente vigorosas a los desafíos que, en el último cuarto del siglo, le planteaba una sociedad cuya aparente secularización parecía entrañar el inevitable repliegue de la religión a la esfera privada. Para comprender en qué medida este movimiento es portador de un sentido nuevo y analizar su paradójica inscripción en el centro de la cultura posindustrial americana, es preciso antes que nada volver sobre su génesis histórica.
Ya se manifieste en oposición al "modernismo" o al "liberalismo" del establishment protestante, el fundamentalismo se define en primer lugar por la fe en la veracidad de la Biblia. El texto sagrado, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se considera expresión literal de la Verdad Divina -sobre todo en lo concerniente a imperativos ético-morales y preceptos político-sociales. En segundo lugar, los fundamentalistas creen en la divinidad de Cristo y la salvación del alma por la acción eficaz de la vida, la muerte y la resurrección física de Cristo. A lo cual se añade el deber de comprometerse en un proselitismo vigoroso contra todos quienes aún no hayan abrazado ese credo.
Más allá de las controversias teológicas, los dos campos recortan sendas Américas antagónicas cuya confrontación marca el ritmo del período de entreguerras: al Norte industrializado, moderno y en plena expansión se opone un Sur agrícola, de organización social obsoleta, sumido al parecer en una decadencia inexorable desde la derrota en la Guerra de Secesión.
El arquetipo es Elmer Gantry, personaje creado en 1927 por el Premio Nobel de literatura Sinclair Lewis. Individuo completamente amoral, embaucador, perjuro, fornicador impenitente, alcohólico, el pastor Gantry debe sus características a ciertos individuos que Lewis había observado y conocido, y no tarda en convertirse en representación dominante del fundamentalismo tal como lo ven los intelectuales. De Gantry a Bakker, la imagen del charlatán fundamentalista no ha variado en exceso; y si encierra ciertas innegables verdades, también ha permitido ocultar el fenómeno social que abona el impacto de los predicadores.
Desde el fin de la Segunda guerra mundial, el fundamentalismo se asocia a las comentes más "reaccionarias" de la escena política, a los anticomunistas de la guerra fría y a los cazadores de brujas. En tal contexto cierto número de teólogos, que comparten la fe en la irrefutabilidad de la Biblia pero viven con incomodidad las relaciones entre fundamentalismo y extrema derecha, recuperan el término "evangélicos". El mensaje evangélico, en principio, se declara religioso y social; sólo ulteriormente incorporará metas políticas, cuando se plasme el gran movimiento de mediados de los setenta. En el universo del protestantismo americano, los evangélicos se oponen entonces, en primer lugar, a los sectores llamados "liberales", haciendo hincapié en la piedad personal y los temas éticos o morales literalmente planteados en las Escrituras; el deseo de presencia en el mundo es, mientras tanto, más explícito en sus adversarios.
En Estados Unidos, las corrientes evangélicas expresan una resistencia considerable a la orientación social de los protestantes liberales, que para algunos desemboca en la impugnación del capitalismo, y que se ejercería en detrimento del deseo de salvación y la búsqueda del otro mundo.
A lo largo de los años sesenta, según varios observadores, las posiciones de liberales y evangélicos respecto al compromiso social y político son absolutamente opuestas; y, retrospectivamente, no pocos verán en la pronunciada inclinación social de las Iglesias liberales la causa de su decadencia, así como de la expansión evangélica en la década siguiente. el resultado fue una masiva deserción en las filas de las Iglesias liberales, muchos de cuyos seguidores se volvieron hacia los evangélicos para encontrar, respuestas a sus ansias de dirección espiritual.
En la visión de los evangélicos, los males sociales son comprendidos y tratados mediante el descubrimiento del pecado y su redención. La causa del mal se busca en el alejamiento de Dios; si este alejamiento se evita, el mal desaparece y todo vuelve al orden. El pecado se asienta en el individuo, y es la salud de éste la que dirige la del grupo. Tal actitud espiritual permite comprender muchas de las formas de acción privilegiadas por el movimiento: la necesidad de la reconversión individual o del bautismo de adultos "regenerados"; la importancia otorgada a las manifestaciones del Espíritu Santo, que se expresa sobre todo en la glosolalia pero también en las curas milagrosas, en fin, el tema central de la familia y su organización moral -a partir de la cual, en la segunda mitad de los años setenta, se emprenderá la reconquista de la sociedad civil y del Estado.
A poco de acabada la Segunda guerra, Billy Graham se apropia de los métodos de predicación evangélica con los que Billy Sunday se había hecho famoso durante la primera mitad del siglo, aunque combinándolos con el uso extensivo de los grandes medios de comunicación: prensa escrita, radio y después televisión. Billy Sunday (1862-1935) había sido, con Charles Finney (1792-1875) y Dwight Moody (1837-1899), uno de los pioneros de la evangelización de masas. Aunque carecían de mensaje político explícito, estos evangélicos eran muy apreciados en los medios dirigentes por su capacidad para inculcar los "valores cristianos" en la masa de sus creyentes; unos valores que, podía confiarse, los guardarían de toda contaminación de las ideas marxistas o socialistas.
Fue Billy Graham quien "transformó la religión evangélica en un fenómeno cultural central (main-stream)". Amigo de los presidentes americanos (sobre todo de Richard Nixon), de quienes sería "capellán oficioso" hasta que Jerry Falwell lo remplazara en el entorno de Ronald Reagan, Graham se abstuvo sin embargo de dar a su actividad un contenido político explícito, a fin de señalar la diferencia entre su aura y su celebridad mundiales, por una parte, y el más limitado reclutamiento de los círculos fundamentalistas propiamente dichos por otra.
Las actividades de ambos predicadores, que les permitieron acumular considerables fortunas solicitando la generosidad de creyentes a quienes hacían promesas imposibles de cumplir con seguridad, concernientes como eran a la salvación del alma, materia aleatoria si las hay. No menos aleatorias resultaron ser las inversiones hechas con los dólares así reunidos. Si tanto Bakker como Roberts se vieron obligados a desaparecer de la escena pública fue a consecuencia de fracasos resonantes.
Por otra parte, el tipo de salvación que los dos predicadores ofrecían, y que respondía a la demanda confusamente formulada por millones de americanos. Los fieles expresaban -sobre todo a través de las donaciones- su creencia en la mediación de [ ambos personajes y, en el caso de Roberts, en su virtud de terapeuta milagroso.
A fines de la década de los sesenta el movimiento, limitado hasta entonces a los medios pentecostistas protestantes -es decir, a la tradición más pietista de los evangélicos- penetra en el catolicismo americano. El acontecimiento tendrá poderosos efectos, no sólo en los Estados Unidos -donde extenderá más allá de sus dominios originales la influencia de la "recristianización desde abajo"- sino en buena parte del mundo católico: se lo podrá detectar en el origen de muchas de las renovaciones carismáticas iniciadas en Europa a partir de 1975.
Una joven pareja católica interrogada en 1969 veía el problema de la manera siguiente: "Es patente que el cristianismo institucional, tanto protestante como católico, ha fracasado en encontrar las palabras adecuadas para hablarle al hombre moderno de su salvación... Nosotros pensamos que el bautismo en el Espíritu Santo, con los dones que confiere, se
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