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La Virtud Del Egoismo


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2013  •  4.135 Palabras (17 Páginas)  •  270 Visitas

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El primer paso es afirmar que el hombre tiene derecho a una existencia

moral racional, es decir, reconocer su necesidad de un código moral

que guíe el curso y la realización de su propia vida.

Las

razones por las cuales el hombre necesita un código moral nos indicarán

que el propósito de la moral es definir los valores e intereses

correctos del hombre, que la preocupación por el propio interés es la

esencia de una existencia moral y que el hombre debe ser el beneficiario

de sus propias acciones morales.

Dado que todos los valores han de ser obtenidos y/o retenidos

por las acciones del hombre, toda brecha entre actor y beneficiario

implica una injusticia: el sacrificio de algunos hombres para favorecer

a otros, de los que actúan en beneficio de los que no actúan, de

los que son morales en favor de los inmorales. Nada puede justificar

tal brecha, ni jamás podrá justificarla.

La ética objetivista sostiene que el actor siempre debe ser el

beneficiario de sus acciones y que el hombre tiene que actuar en favor

de su propio interés racional. Pero su derecho a actuar así deriva de

su naturaleza de ser humano y de la función de los valores morales en

la vida humana; en consecuencia, es aplicable únicamente en el contexto

de un código de principios morales racional, demostrado y validado

de manera objetiva, que defina y determine sus auténticos intereses

personales. No es un permiso para "hacer lo que se le antoje", y

no es aplicable a la imagen del altruismo de un bruto "egoísta", ni a

cualquier hombre motivado por emociones, sentimientos, urgencias,

deseos o caprichos irracionales.

El ataque contra el "egoísmo" es un ataque contra la autoestima

del hombre; renunciar a uno es renunciar a la otra.

¿Qué es la moral o la ética? Es un código de valores para guiar

las elecciones y acciones del ser humano, aquellas que determinarán

el propósito y el curso de su vida. La ética, como ciencia, se ocupa

de descubrir y definir tal código.

"Valor" es aquello que nos lleva a actuar para obtenerlo y/o

conservarlo. El concepto de "valor" no es un concepto primario,

pues presupone una respuesta a la pregunta: ¿Valor para quién o para

qué? Presupone la existencia de una entidad capaz de actuar para

alcanzar una meta, frente a una alternativa. Donde no hay alternativas

no pueden existir metas ni valores.

"Hay sólo una alternativa fundamental

en el Universo: existencia o no existencia, y le pertenece a

una sola clase de entidades: los organismos vivientes. La existencia

de la materia inanimada es incondicional; la existencia de la vida, no;

depende de un curso de acción específico.

La materia es indestructible, puede cambiar sus formas pero

no puede dejar de existir. Sólo un organismo vivo enfrenta la constante

alternativa: la cuestión de la vida o la muerte. La vida es un

proceso de acción autosostenida y autogenerada. Si un organismo

fracasa en esta acción, muere; sus elementos químicos perduran,

pero su vida termina. Sólo el concepto de 'Vida' hace posible el

concepto de 'Valor'. Sólo para un ser viviente las cosas pueden ser

'buenas o malas'".

Sólo un ente vivo puede tener metas o generarlas. Sólo un

organismo vivo posee la capacidad de realizar acciones autogeneradas

y dirigidas hacia metas. A nivel físico, las funciones de todos los

organismos vivos, desde el más simple hasta el más complejo, desde

la función nutritiva en la célula única que constituye la ameba hasta

la circulación sanguínea en el cuerpo humano, son acciones originadas

por el propio organismo y dirigidas hacia una meta singular: el

mantenimiento de la vida.

Un valor supremo es aquella meta o destino final para alcanzar

el cual todas las metas inferiores son medios. Tal valor supremo

determina el patrón según el cual se evalúan las metas inferiores. La

vida de un organismo es su patrón de valor; lo que ayuda a su vida

es bueno, aquello que la amenaza es malo.

Hablar de

"valor" como de algo separado de la "vida" es peor que una contradicción

en términos. Sólo el concepto de "Vida" hace posible el

concepto de "Valor".

El hombre carece de un código automático de supervivencia.

No posee un curso de acción automático ni un conjunto de valores

automáticos. Sus sentidos no le indican automáticamente lo que es

bueno y lo que es malo para él, lo que será beneficioso para su vida

y lo que la pondrá en peligro, cuáles son las metas que debe perseguir

y con qué medios podrá alcanzarlas, cuáles son los valores de

los que depende su vida y qué curso de acción requieren. Es su propia

conciencia la que debe hallar las respuestas a todas estas cuestiones,

pero su conciencia no funciona en forma automática. El ser

humano, la más elevada de las especies que viven sobre la Tierra, el

ser cuya conciencia posee una capacidad ilimitada para adquirir

conocimientos, es el único ente vivo que nace sin ninguna garantía

de que siquiera se mantendrá totalmente consciente. Lo que lo distingue

particularmente de todas las demás especies es el hecho de

que su conciencia depende de su voluntad.

En el hombre, los órganos de los sentidos funcionan en forma

automática; su cerebro integra los datos sensoriales en percepciones

también automáticamente; pero el proceso de integrar percepciones en

conceptos, el proceso de abstracción y formación de conceptos no

es automático.

Cuando el hombre desenfoca su mente puede decirse que está

consciente en un sentido subhumano de la palabra, ya que experimenta

sensaciones y percepciones. Pero en el sentido del término tal

como es aplicable al ser humano, en el sentido de una conciencia que

interpreta la realidad y está capacitada para manejarla, una conciencia

que puede dirigir las acciones y encargarse de la supervivencia del

individuo, en ese sentido una mente desenfocada no es consciente.

Pero la responsabilidad del hombre va todavía más lejos; un

proceso de pensamiento no es automático, ni "instintivo", ni involuntario,

ni infalible. Debe iniciarlo, sostenerlo y responsabilizarse

por sus resultados. Tiene que descubrir qué es verdadero y qué es

falso, y cómo corregir sus propios errores; tiene que descubrir cómo

confirmar sus conceptos, sus conclusiones, su conocimiento; tiene

que descubrir las reglas del pensamiento, las leyes de la lógica, y

cómo dirigir sus pensamientos. La naturaleza no le garantiza automáticamente

la eficacia de su esfuerzo mental.

Un ser que no sabe en forma automática qué es verdadero y

qué es falso tampoco puede saber automáticamente qué es correcto

y qué es incorrecto, es decir, qué es lo bueno y qué es lo malo para él.

Sin embargo, necesita este conocimiento para vivir. No está

exento de las leyes de la realidad; es un organismo específico, con

una naturaleza específica, que requiere acciones específicas para

mantenerse con vida. No puede lograr su supervivencia de manera

arbitraria, ni con actos efectuados al azar, ni por ciegas urgencias, ni

por casualidad, ni por capricho. Es su naturaleza la que determina lo

que requiere para sobrevivir, y esto no queda sometido a su arbitrio.

Lo que sí está abierto a su elección es únicamente si lo descubrirá o

no, si habrá de elegir las metas y valores correctos o no. Es libre para

efectuar una elección errada, pero no para tener éxito a través de una

mala elección.

El conocimiento, para cualquier

organismo consciente, es un instrumento de supervivencia;

para una conciencia viviente todo "es" implica un "debe". El hombre

es libre para elegir no ser consciente, pero no es libre para escapar a

la sanción que merece la falta de conciencia: su destrucción.

La ética no es una fantasía mística, ni una convención social,

ni un lujo subjetivo e innecesario que puede utilizarse o descartarse

en cualquier emergencia. La ética es una necesidad objetiva, metafísica,

para la supervivencia del ser humano, no por gracia de lo

sobrenatural, ni de su vecino, ni de sus caprichos, sino por mandato

de la realidad y la naturaleza de la vida.

El hombre debe ser hombre, por elección; debe considerar a su

vida como un valor, por elección; debe aprender a mantenerla, por

elección; debe descubrir los valores que esto requiere y practicar sus

virtudes, por elección. Un código de valores aceptado por elección

es un código moral".

Si desea tener éxito en el

logro de su supervivencia, si sus acciones no han de dirigirse hacia su

propia destrucción, deberá elegir su curso de acción, sus metas, sus

valores, en el contexto y el término de una vida. Para esto no puede

valerse de sus sensaciones, sus percepciones, sus urgencias o sus "instintos",

sino sólo de su mente.

La "supervivencia

del hombre como hombre" significa las condiciones, métodos,

términos y metas necesarios para la supervivencia de un ser racional

durante su lapso total de vida, en todos aquellos aspectos de su existencia

que están abiertos a su elección.

El trabajo productivo es el propósito fundamental de la vida

de un hombre racional, el valor central que integra y determina la

jerarquía de todos sus valores. La razón es la fuente, la precondición

de su trabajo productivo. El orgullo es el resultado.

La Racionalidad es la virtud básica del hombre, la fuente de sus demás virtudes. El vicio básico, el origen de todos sus males, es

el acto de desenfocar su mente, la suspensión de su conciencia, lo

cual no equivale a cegarse sino a negarse a ver, ni a ignorar sino a

negarse a saber. La irracionalidad es el rechazo del medio fundamental

de supervivencia del hombre y, en consecuencia, implica

condenarse a un Curso de ciega destrucción; aquello que está en contra

de la mente está en contra de la vida.

La virtud de la Racionalidad es el reconocimiento y la aceptación

de la razón como la única fuente de conocimientos que un hombre

puede poseer, su único juez de valores y la única guía para sus

acciones. Significa el compromiso total de mantenerse en un estado

de atención consciente y plena, con una concentración mental absoluta

en toda circunstancia, en todas las elecciones, en todas las horas

de vigilia. El compromiso de lograr la más completa percepción de

la realidad al alcance de cada persona, y una constante y activa

expansión de la percepción personal, es decir, del conocimiento personal.

El compromiso de aceptar la realidad de la propia existencia,

o sea, el principio de que todas las metas, valores y acciones de una

persona tienen lugar en la realidad y que, por consiguiente, no hay

valor o consideración alguna que deba situarse por encima de su propia

percepción de la realidad. El compromiso de aceptar el principio

de que todas las convicciones personales, valores, metas, deseos y

acciones deben estar basados en un proceso de pensamiento, haber

sido derivados, elegidos y validados a través de él; un proceso de

pensamiento tan preciso y escrupuloso, dirigido por una aplicación

de la lógica tan absolutamente estricta como la propia capacidad lo

permita. Significa aceptar la responsabilidad personal de realizar los

propios juicios y de vivir de acuerdo con la elaboración de la propia

mente (la virtud de la Independencia). Significa que nunca se sacrificarán

las convicciones personales por las opiniones o deseos de los

otros (la virtud de la Integridad); que jamás se intentará falsear la

realidad de manera alguna (la virtud de la Honestidad), y que nunca

se buscará o concederá lo no ganado o lo inmerecido, ni en materia ni en espíritu (la virtud de la Justicia). Significa que nunca se deben

desear efectos sin causas, y que jamás hay que dar origen a una

causa sin asumir plena responsabilidad por sus efectos; que nunca se

debe actuar como un "zombi", es decir, sin conocer los propios propósitos

y motivos; que nunca hay que tomar una decisión, formarse

una convicción o buscar un valor fuera de contexto, es decir, separado

o contrario al conjunto integrado de nuestros conocimientos; y,

por sobre todo, que jamás hay que intentar evadirse por medio de

contradicciones. Significa rechazar toda forma de misticismo, o sea,

toda pretensión en favor de una fuente de conocimiento más allá de

lo natural, indefinible, irracional, que no se pueda percibir por los

sentidos. Significa estar comprometido con la razón, no en momentos

esporádicos, o sólo en ciertas cuestiones, o en emergencias especiales,

sino como una forma de vivir permanente.

La virtud de la

Productividad es el reconocimiento de que el trabajo productivo es

el proceso mediante el cual la mente del hombre sustenta su vida; el

proceso que lo libera de la necesidad de ajustarse al entorno, como

hacen los animales, y que le da el poder de ajustar el entorno a sus

necesidades.

El trabajo productivo es el camino para los logros ilimitados

del hombre, y reclama los más elevados atributos de su carácter: su

habilidad creativa, su ambición, su autoafirmación, su negativa a

aceptar la responsabilidad por desastres que no provocó, su dedicación

a la meta para rediseñar la Tierra a imagen de sus valores.

El "trabajo productivo" no significa la realización no deliberada

de movimientos en alguna tarea, sino la prosecución de una carrera

productiva, elegida conscientemente en cualquier línea del esfuerzo

racional, grande o modesta, y en cualquier nivel de habilidad. Lo

significativo aquí no es el grado de habilidad de un hombre, ni la

importancia de su labor, sino el aprovechamiento de su mente en su

máxima capacidad posible.

La virtud del Orgullo puede describirse mejor con el término

"ambición moral", que significa que uno ha de ganarse el derecho de

considerarse a sí mismo como el valor máximo, al lograr la propia

perfección moral. Ésta se alcanza cuando no se acepta jamás ningún

código de virtudes irracionales imposibles de practicar y nunca se

deja de poner en práctica las virtudes que uno conoce como racionales.

Cuando nunca se acepta la culpa inmerecida y no se merece

culpa alguna, o, si se ha merecido, no dejando que ésta quede sin

corregir, no resignándose nunca a aceptar pasivamente las fallas en

el carácter personal y no permitiendo jamás que un interés, deseo,

miedo o humor momentáneo esté por encima de la realidad de la

autoestima. Y, por sobre todas las cosas, significa rehusar desempeñar

el rol de animal sacrificable, es decir, rechazar cualquier doctrina

que predique la autoinmolación como virtud o deber moral.

El principio social básico de la ética objetivista es que, así

como la vida es un fin en sí misma, todo ser humano viviente es

un fin en sí mismo, y no el medio para los fines o el bienestar de

los otros; en consecuencia, el hombre debe vivir para su propio

provecho, sin sacrificarse por los demás y sin sacrificar a los

demás para su beneficio. Vivir para su propio provecho significa

que el propósito moral más elevado del hombre es el logro de su

propia felicidad.

Las emociones son los resultados automáticos de los juicios de

valor del hombre integrados por su subconsciente, las estimaciones

de aquello que hace prosperar o amenaza sus valores, de aquello

que está en su favor o en su contra, calculadoras ultrarrápidas que

le dan la suma de su ganancia o de su pérdida.

Pero mientras el patrón de valor que opera al mecanismo físico

de placer-dolor del cuerpo de un hombre es automático e innato,

determinado por la naturaleza de su cuerpo, no ocurre lo mismo con

el patrón de valor que opera su mecanismo emocional. Dado que el

hombre no posee conocimientos automáticos, tampoco puede tener

valores automáticos: como no tiene ideas innatas, tampoco puede

tener juicios de valor innatos.

El hombre nace con un mecanismo emocional, así como nace

con un mecanismo que le permite adquirir los conocimientos; no

obstante, al nacer, ambos son "páginas en blanco". Es su facultad de

adquirir conocimientos, su mente, la que determina el contenido de

ambos. El mecanismo emocional del hombre es como una computadora

electrónica que debe ser programada por su mente, y la programación

depende de los valores que ésta elija.

Empero, como el trabajo de la mente del hombre no es automático,

sus valores, al igual que todas sus premisas, son el producto de

sus pensamientos o de sus evasiones; el hombre elige sus valores a través

de un proceso consciente de pensamiento o los acepta por simple

omisión, por asociaciones subconscientes, por la fe, por la autoridad

de otra persona, por alguna forma de osmosis social o por ciega imitación. Sus emociones son producidas por sus premisas, abrazadas

consciente o inconscientemente, de manera explícita o implícita.

El hombre no tiene opción en cuanto a su capacidad para sentir

que algo es bueno o malo; lo que considere bueno o malo, lo que

le dé alegría o pena, lo que ame u odie, lo que desee o tema, dependerá

de su pauta de valores. Si elige valores irracionales, su mecanismo

emocional dejará de cumplir el rol que le cabe como su guardián

para convertirse en su destructor. Lo irracional es lo imposible;

es aquello que contradice los hechos de la realidad; los hechos no

pueden ser alterados por un deseo, pero pueden destruir al que desea.

Si un hombre desea y persigue contradicciones, si quiere conservar

su torta y comerla al mismo tiempo, desintegrará su conciencia: convertirá

su vida interior en una guerra civil de fuerzas ciegas, ocupadas

en conflictos oscuros, inútiles, incoherentes, carentes de sentido

La felicidad es aquel estado de conciencia que surge de los

logros de los propios valores. Si un hombre valora el trabajo productivo,

su felicidad será la medida de su éxito en el servicio a que

dedica su vida. Pero si lo que valora es la destrucción, como el sádico,

o la tortura autoinfligida, como el masoquista, o la vida de ultratumba,

como el místico, o la excitación momentánea, como el corredor

de autos de carrera, su aparente felicidad será la medida de su

éxito puesta al servicio de su propia destrucción. Debe agregarse que

el estado emocional de todos esos irracionalistas no puede verdaderamente

designarse como felicidad, ni siquiera como placer, ya que

es sólo el momentáneo alivio del estado de terror crónico.

La conservación de la vida y la búsqueda de la felicidad no son

dos cuestiones separadas. Considerar a la propia vida como el valor

supremo y a la propia felicidad como el propósito personal más elevado

son dos aspectos de la misma realización.

Pero la relación de causa-efecto no puede revertirse. Sólo

cuando el hombre acepta su propia vida como su principio fundamental

y procura los valores racionales que ésta requiere, puede

alcanzar la felicidad, y no tomando la "felicidad" como un principio

indefinido e irreducible, e intentando luego vivir de acuerdo con esa

guía. Si se logra aquello que es bueno conforme a una pauta de valoración

racional, necesariamente se logrará ser feliz; pero aquello que

a uno le procura felicidad a través de una indefinida pauta emocional

no es necesariamente lo bueno. Aceptar "cualquier cosa que a

uno lo haga feliz" como guía de nuestras acciones significa dejarnos conducir sólo por nuestros caprichos emocionales. Las emociones

no son herramientas de conocimiento; ser guiado por caprichos, por

deseos cuyo origen, naturaleza y sentido no conocemos, equivale a

convertirse en un robot ciego, operado por demonios desconocidos

(los vanos intentos de evasión personal), un robot que estrella su

cerebro anquilosado contra las paredes de la realidad que rehusa ver.

Ésta es la falacia inherente al hedonismo, a toda variante de

hedonismo, ético, personal o social, individual o colectivo. La "felicidad"

puede ser, propiamente, el propósito de la ética pero no su

pauta. La misión de la ética es definir el código correcto de los valores

del hombre para darle, así, los medios para alcanzar su felicidad.

Declarar, como lo hacen los éticos hedonistas, que "el valor correcto

es cualquiera que nos da placer" equivale a decir que "el valor

correcto es cualquiera que se nos ocurra valorar"; éste es un acto de

abdicación intelectual y filosófica, un acto que meramente proclama

que la ética carece de sentido, y que invita a todos los hombres

a proceder al azar. Los filósofos que intentaron diseñar un código

supuestamente racional de ética dieron a la humanidad nada más

que una elección entre caprichos: la prosecución "egoísta" de los

caprichos propios (tal como lo muestra la ética de Nietzsche), o el

servicio "desinteresado" a los caprichos de los demás (como lo

indican las éticas de Bentham, Mill, Comte y otros hedonistas

sociales, sea que permitieran al individuo incluir sus propios caprichos

junto a los de millones de personas o le aconsejaran convertirse

en un ente vacío totalmente desinteresado, dispuesto a ser

devorado por los demás).

La salud mental frente al autosacrificio

Una mente será sana mientras

su método de funcionamiento sea tal que proporcione al hombre

el control sobre la realidad que el mantenimiento y la protección de

su vida requieren.

La señal distintiva de este control es la autoestima, consecuencia,

expresión y recompensa de una mente comprometida con la

razón, es decir, que responde y confía exclusivamente en la razón.

La razón, la facultad que identifica e integra el material provisto por

los sentidos, es la herramienta de supervivencia básica del hombre.

Una conciencia no obstruida, integrada, pensante, es una con ciencia sana. Una conciencia bloqueada, que se evade, que está desgarrada

entre conflictos, segmentada y enfrentada consigo misma,

una conciencia desintegrada por el miedo o inmovilizada por la

depresión, disociada de la realidad, es una conciencia enferma.

La ansiedad y el sentimiento de culpa, antítesis de la autoestima

y signos inconfundibles de una mente enferma, son desintegradores

del pensamiento, distorsionadores de los valores y factores

paralizantes de la acción.

Cuando un hombre que se estima a sí mismo elige sus valores

y fija sus metas, cuando diseña sus propósitos a largo plazo, que

darán unidad y guía a sus acciones, está tendiendo un puente hacia

el futuro, un puente sobre el cual transitará su vida. Un puente que

está sostenido por la convicción de que su mente tiene la capacidad

requerida para pensar, juzgar y valorar, y que él es digno de disfrutar

esos valores.

Introducir en la

conciencia cualquier idea que no pueda integrarse así, una idea no

derivada de la realidad ni validada por un proceso sujeto a la razón, no sometida a examen o juicio racional y, peor aun: una idea que

choque con el resto de nuestros conceptos y nuestra comprensión de

la realidad, es sabotear la función integradora de la conciencia,

socavar el resto de nuestras convicciones y eliminar nuestra capacidad

de estar seguros de cosa alguna.

El orgullo intelectual no es una pretensión de omnisapiencia o

infalibilidad, como los místicos quieren implicar en forma absurda,

sino todo lo contrario. Justamente porque el hombre debe luchar

para obtener sus conocimientos, y dado que la búsqueda del conocimiento

requiere un esfuerzo, los que asumen esa responsabilidad

sienten orgullo por aquello que adquieren.

El orgullo es la respuesta a la capacidad personal de alcanzar

valores, el placer que se obtiene de la propia eficacia. Y es eso lo que

los místicos consideran malvado.

El sacrificio de sí mismo significa,

y sólo puede significar, el sacrificio de la mente.

todos los valores del hombre

existen dentro de un orden jerárquico; valora algunas cosas más

que otras y, en la medida en que sea un ser racional, el orden jerárquico

de sus valores será racional; es decir, valorará las cosas en

proporción con la importancia que tengan para su vida y su bienestar.

Aquello que es adverso a su vida y su bienestar, que se opone a su naturaleza y a sus necesidades como ser humano, será considerado

carente de valor.

Inversamente, la estructura distorsionada de los valores es una

de las características de las enfermedades mentales; el neurótico no

valora las cosas de acuerdo con su mérito objetivo en relación con

su naturaleza humana y sus necesidades; con frecuencia valora aquellas

que lo llevarán a la autodestrucción. Juzgado de acuerdo con criterios

objetivos, vive en un proceso crónico de autosacrifício.

Pero si el sacrificio es una virtud, no es el neurótico sino el

hombre racional el que tiene que ser "curado". Debe aprender a violentar

su propio juicio racional, a revertir el orden de su jerarquía de

valores, a renunciar a aquello que su mente considera lo bueno, a

invalidar su propia conciencia.

¿Todo lo que los místicos demandan del ser humano es que éste

sacrifique su felicidad? Sacrificar la felicidad personal es sacrificar

los deseos personales; sacrificar los deseos personales es sacrificar

los valores personales; sacrificar los valores personales es sacrificar

el juicio personal; sacrificar el juicio personal es sacrificar la

propia mente, y nada menos que eso es lo que pretende y demanda

el credo del autosacrifício.

La raíz del egoísmo (o sea, el interés personal) es el derecho,

y la necesidad, que tiene el hombre de actuar de acuerdo con su propio

juicio. Si su juicio ha de ser un objeto de sacrificio, ¿qué clase

de eficacia, control, ausencia de conflictos o serenidad de espíritu le

será posible al hombre?

Si el hombre sostiene que el bien es su vida sobre la Tierra, si

juzga sus valores de acuerdo con el criterio de aquello que es adecuado

para la existencia de un ser racional, entonces no existe choque

alguno entre los requerimientos de su supervivencia y la moral,

entre capacitarse para vivir y hacerse digno de vivir; logra lo segundo

al alcanzar lo primero.

Considérense las implicancias de tal enfoque. Si un hombre

acepta la moral del altruismo, sufrirá las siguientes consecuencias

(en proporción a su grado de aceptación de esa ética):

1. Falta de autoestima, puesto que su primera preocupación, en

el terreno de los valores, no es cómo habrá de vivir su vida, sino

cómo habrá de sacrificarla.

2. Ausencia de respeto por los demás, dado que considera a la

humanidad como una caterva de mendigos condenados que claman

por ayuda.

3. Una visión de la vida semejante a una pesadilla, ya que cree

que los hombres están atrapados en un "Universo malévolo", donde

los desastres son la preocupación constante y primordial de sus vidas.

4. Y, de hecho, una letárgica indiferencia hacia la ética, una

amoralidad cínica y sin esperanzas, porque sus preguntas involucran situaciones en las que probablemente no se encontrará nunca, que

no tienen relación con los problemas propios de su existencia y

que, por consiguiente, lo dejan sin principios morales aplicables a

su vida habitual.

Es la felicidad personal y egoísta la

que uno busca, gana y obtiene del amor.

Un amor "caritativo", "desinteresado", es una contradicción

en términos: significa que uno es indiferente a lo que valora.

El propósito moral de la vida de un hombre es el logro de su

felicidad. Esto no significa que sea indiferente hacia todos los hombres,

que la vida humana carezca de valor para él y que no tenga

motivos para ayudar a los otros en una emergencia. Pero sí significa

que no debe subordinar su vida a la obtención del bienestar de los

demás, ni sacrificarse por las necesidades de ellos, que el alivio de

los sufrimientos ajenos no es su preocupación primordial, que toda

ayuda que dé es una excepción y no una regla, un acto de generosidad

y no un deber moral, que esa ayuda es marginal e incidental, así

como los desastres son marginales e incidentales en el curso de una

existencia humana, y que los valores, no las catástrofes, son su meta,

su preocupación primordial y la potencia motriz de su vida.

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