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Michel Onfray. Retrato De Los Filósofos Llamados Cínicos.


Enviado por   •  2 de Marzo de 2014  •  1.859 Palabras (8 Páginas)  •  278 Visitas

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En el prólogo, Michel Onfray afirma que en un lugar como Roma, en un foro o en la plaza pública donde las mujeres venden placer y donde caminan todos, el hablar de muerte, los dioses, el sufrimiento, el consuelo, el placer y el amor, el tiempo y la eternidad, la sabiduría en sí, llega a ser un arte. Y de la manera en que lo hacían los filósofos en tales lugares y en tales épocas lo hacía su profesor; afirma de él que procuraba instituir una proximidad con lo real y hablaba de actitudes, una manera de vivir, un arte y un estilo, mostrando maneras de vivir, de obrar y técnicas de existencia.

Onfray redacta que entre las líneas del poema de Lucrecio, él iba descubriendo las características del cuadro de la realidad e iba aprendiendo como el hombre solo podía dar sentido a su existencia: independencia de todos menos de él mismo, dominarse, hacer su voluntad y hacer de sí un objeto que se transformará en sujeto con trabajo, domesticar lo peor y ejecutar la ironía.

Lo mencionado en el párrafo anterior en comparación con lo que él aprendía en la universidad era totalmente distinto, puesto que en lugar de preocuparse por construirse uno mismo, a los profesores sólo les interesaba analizar la evolución de una idea en determinadas fechas, de memorizar, de no utilizar la inteligencia y, como los Padres de la Iglesia hasta los escolásticos, escuchar discursos inútiles.

La filosofía antigua fue una manera distinta de llevar a cabo la disciplina ya que propone ejercicios espirituales con el objeto de producir una transformación en la naturaleza del sujeto que los practica, tal como lo escribe Onfray. Y es interesante escuchar que estas palabras son las mismas que definen a la teología y puedo defender esta afirmación puesto que mis padres han estudiado en escuelas teológicas y esto es lo que se enseña, esta es su manera de trabajar.

Michel Onfray es muy acertado al incluir una cita de Pierre Hadot que menciona que el fin de todas las escuelas filosóficas es el mejoramiento, el sentirse satisfecho por haber logrado cumplir aquello a lo que se aspiraba cada quien, de igual manera todas coinciden en que el hombre se libera de un estado de desgraciada inquietud, de preocupación, desgarrado por las pasiones y sin ser él mismo a través de la conversión filosófica. Solamente a través de tal conversión el hombre es capaz de tener acceso a la verdadera vida, mejorarse y transformarse para así alcanzar el estado de perfección.

Lo que él llama paradoja es que un maestro enseñe a su discípulo a desprenderse de él con prontitud, afirma que es intempestivo; lo de ahora se trata de una relación fundadora: el maestro realiza lo necesario para evitar el culto y pone en claro la distancia que hace posible tal relación, es él quien debe emplear la dialéctica correspondiente. Ésta es la relación que la Antigüedad conoció y sin la cual no hay sabiduría práctica; es la relación que permite al filósofo especificar los ejercicios y proponer los métodos convenientes.

Otra paradoja que caracteriza lo que Onfray llama complicidad es la que establece el marco de armonía en que expresar la elección. El ejercicio filosófico antiguo propone reducir la intersubjetividad: amistad como argumento pedagógico.

Cabe resaltar que Michel Onfray se dio cuenta de lo imprescindible que su maestro era para entender el texto de Lucrecio.

Luego Onfray da una introducción de Diógenes Laercio: sabía gozar del instante presente y consideraba los placeres del cuerpo superiores a los del alma, frecuentaba las casas de placer, vivía con una cortesana y declaraba su pasión por tales cosas. Los gnósticos de Tolomeo se alimentaban de lo destinado a los dioses, practicaban incesto y fornicación. Los ofitas y los setianos igualmente tenían prácticas sexuales que para ellos eran didácticas. Los barbelognósticos eran amantes del semen y comían fetos. Todo esto, todas estas prácticas para promover el efecto subversivo.

Los gnósticos afirmaban que para ser eficaz toda protesta, oposición, pretendida liberación espiritual o social debía liberar primero el sexo, lo que tanto en ellos como en los cirenaicos adquirió la forma de cinismo.

Los cínicos incitas a la meditación y proponen una ética con pocas palabras, tienen la habilidad de enseñar sin dejar de divertir.

Michel Onfray eligió a Diógenes por ser presentable, menos excesivo y más apto para ser estudiado.

El cinismo es como Émile Bréhier afirma de filosofía: es conveniente remitirse a los esfuerzos intelectuales de cada persona y formar un pensamiento individual que reciba influencia de otros pensamientos individuales que a su vez influencie sobre otros. Michel Onfray llama a su manera de operar: constelación de figuras singulares.

En las primeras palabras del capítulo uno, Onfray utiliza las palabras de Teofrasto para retratar a un cínico y para definir el cinismo al que no se está refiriendo en este texto: hombre que maldice y su reputación es detestable, es sucio, bebe, nunca está en ayunas, roba, estafa y golpea cuando puede, habla demasiado en plazas públicas, tiene la altivez de un organizador criminal, es capaz de dejar que su madre muera de hambre sin sentirse avergonzado.

Onfray afirma que el cinismo de Diógenes es una farmacopea del cinismo que mencionamos en el párrafo anterior. Es una alegre ciencia, saber insolente y una sabiduría pragmática y logra el efecto que se desea o se espera.

Diógenes se dedicó a tirar las máscaras de la vida civilizada, a oponer a la hipocresía en boga a las costumbres del perro y con esto proponía a los hombres un camino hacia su felicidad.

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