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Nietzsche

kmilo130617 de Agosto de 2011

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Friedrich Nietzsche

Así habló Zaratustra

Índice

Prólogo de Zaratustra

Los discursos de Zaratustra

De las tres transformaciones

De las cátedras de la virtud

De los trasmundanos

De los despreciadores del cuerpo

De las alegrías y de las pasiones

Del pálido delincuente

Del leer y el escribir

Del árbol de la montaña

De los predicadores de la muerte

De la guerra y el pueblo guerrero

Del nuevo ídolo

De las moscas del mercado

De la castidad

Del amigo

De las mil metas y de la única meta

Del amor al prójimo

Del camino del creador

De viejecillas y de jovencillas

De la picadura de la víbora

Del hijo y del matrimonio

De la muerte libre

De la virtud que hace regalos

Segunda parte

El niño del espejo

En las islas afortunadas

De los compasivos

De los sacerdotes

De los virtuosos

De la chusma

De las tarántulas

De los sabios famosos

La canción de la noche

La canción del baile

La canción de los sepulcros

De la superación de sí mismo

De los sublimes

Del país de la cultura

Del inmaculado conocimiento

De los doctos

De los poetas

De grandes acontecimientos

El adivino

De la redención

De la cordura respecto a los hombres

La más silenciosa de todas las horas

Tercera parte

El caminante

De la visión y enigma

De la bienaventuranza no querida

Antes de la salida del sol

De la virtud empequeñecedora

En el monte de los olivos

Del pasar de largo

De los apóstatas

El retorno a casa

De los tres males

Del espíritu de la pesadez

De tablas viejas y nuevas

El convaleciente

Del gran anhelo

La otra canción del baile

Los siete sellos (O: La canción «Sí y Amén»)

Cuarta y última parte

La ofrenda de la miel

El grito de socorro

Coloquio con los reyes

La sanguijuela

El mago

Jubilado

El más feo de los hombres

El mendigo voluntario

La sombra

A mediodía

El saludo

La Cena

Del hombre superior

La canción de la melancolía

De la ciencia

Entre hijas del desierto

El despertar

La fiesta del asno

La canción del noctámbulo

El signo

Prólogo de Zaratustra

11

Cuando Zaratustra tenía treinta años2 abandonó su patria y el lago de su patria y marchó

a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó

de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la

aurora, se colocó delante del sol y le habló así:

«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!

3.

Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente4

te habrías hartado de tu luz y de este camino.

Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te

bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido

demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.

Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse

con su locura, y los pobres, con su riqueza.

Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones

el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!

Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso5, como dicen los hombres a

quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso

una felicidad demasiado grande!

¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando

a todas partes el resplandor de tus delicias!

¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.

»

- Así comenzó el ocaso de Zaratustra6.

1 Así habló Zaratustra reproduce literalmente el aforismo 342 de La gaya ciencia; sólo «el lago Urmi»,

que allí aparece, es aquí sustituido por «el lago de su patria». El mencionado aforismo lleva el título Incipit

tragedia (Comienza la tragedia) y es el último del libro cuarto de La gaya ciencia, titulado Sanctus Januarius

(San Enero).

2 Es la edad en que Jesús comienza su predicación. Véase el Evangelio de Lucas, 3, 23: «Éste era Jesús,

que al empezar tenía treinta años». En el buscado antagonismo entre Zaratustra y Jesús es ésta la primera de

las confrontaciones. Como podrá verse por toda la obra, Zaratustra es en parte una antifigura de Jesús. Y

así, la edad en que Jesús comienza a predicar es aquella en que Zaratustra se retira a las montañas con el fin

de prepararse para su tarea. Inmediatamente después aparecerá una segunda contraposición entre ambos:

Jesús pasó sólo cuarenta días en el desierto; Zaratustra pasará diez años en las montañas.

3 Zaratustra volverá a pronunciar esta misma invocación al sol al final de la obra. Véase, en la cuarta parte,

El signo.

4 Los dos animales heráldicos de Zaratustra representan, respectivamente, su voluntad y su inteligencia.

Le harán compañía en numerosas ocasiones y actuarán incluso como interlocutores suyos, sobre todo en el

importantísimo capítulo de la tercera parte titulado El convaleciente.

5 Untergehen. Es una de las palabras-clave en la descripción de la figura de Zaratustra. Este verbo alemán

contiene varios matices que con dificultad podrán conservarse simultáneamente en la traducción castellana.

Untergehen es en primer término, literalmente, «caminar (gehen) hacia abajo (unter)». Zaratustra, en efecto,

baja de las montañas. En segundo lugar es término usual para designar la «puesta del sol», el «ocaso». Y

Zaratustra dice bien claro que quiere actuar como el sol al atardecer, esto es, «ponerse». En tercer término,

Untergehen y el sustantivo Untergang se usan con el significado de hundimiento, destrucción, decadencia.

Así, el título de la obra famosa de Spengler es Der Untergang des Abendlandes (traducido por La decadencia

de Occidente). También Zaratustra se hunde en su tarea y fracasa. Su tarea, dice varias veces, lo destruye.

Aquí se ha adoptado como terminus technicus castellano para traducir Untergehen el de «hundirse en su

ocaso», que parece conservar los tres sentidos. De todas maneras, Nietzsche juega en innumerables ocasiones

con esta palabra alemana compuesta y la contrapone a otras palabras asimismo compuestas. Por ejemplo,

contrapone y une Un tergangy Ubergang. Überganges «pasar al otro lado» por encima de algo, pero

también significa «transición». El hombre, dirá Zaratustra, es «un tránsito y un ocaso». Esto es, al hundirse

en su ocaso, como el sol, pasa al otro lado (de la tierra, se entiende, según la vieja creencia). Y «pasar al

otro lado» es superarse a sí mismo y llegar al superhombre.

6 Esta misma frase se repite luego. El «ocaso» de Zaratustra termina hacia el final de la tercera parte, en

el capítulo titulado El convaleciente, donde se dice: «Así - acaba el ocaso de Zaratustra».

2

Zaratustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques

surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar

raíces en el bosque7. Y el anciano habló así a Zaratustra:

No me es desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se

llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña8: ¿quieres

hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?

Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna9.

¿No viene hacia acá como un bailarín?

Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un

despierto10: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?

En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra?

Ay, ¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?

Zaratustra respondió: «Yo amo a los hombres.»

¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque

amaba demasiado a los hombres?

Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasiado

imperfecta. El amor al hombre me mataría.

Zaratustra respondió: «¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»

No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a

cuestas junto con ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a

ti!

¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!

«No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»

El santo

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