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Otra guerra, en el nombre sea de dios


Enviado por   •  26 de Mayo de 2013  •  Tutoriales  •  24.411 Palabras (98 Páginas)  •  660 Visitas

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VII. OTRA GUERRA, EN EL NOMBRE SEA DE DIOS

Debemos sacar a muchos muertos del panteón y arrojarlos al basurero, comenzando por Porfirio Díaz y terminando con Alvaro Obregón y Calles, aunque quizá debamos preguntarnos si el subdesarrollo no puede dar más que héroes subdesarrollados. La Revolución no es la falacia que describieron los generales norteamericanos —casi todos estúpidos—, los reaccionarios de casa o los cristeros y tampoco es el admirable modelo descrito por sus beneficiarios. En un país religioso la Revolución es un mito, generador de mitos. Nosotros hemos de aceptar sus mitos —la única forma válida de contar la historia— y no sus falacias ni sus mentiras.

FERNANDO BENITEZ.

Lázaro Cárdenas y la Revolución mexicana.

En 1924 nadie en el hemisferio occidental deseaba acordarse de las atroces calamidades sufridas durante la guerra mundial. La mística del trabajo ocupaba las mentes esperanzadas de millones de seres humanos, ávidas de bienestar material, de seguridad política y de novedosos satisfactores culturales. Las artes florecían por doquier. La novela literaria de la postguerra lograba tirajes sin precedentes. El surrealismo hacía acto de aparición en Europa por conducto del poeta francés Andró Bretón, quien, a través de un manifiesto, invitaba a los escritores y artistas a expresar lo subconsciente, los sueños, la libre asociación de imágenes, el funcionamiento real del pensamiento a través del automatismo psíquico prescindiendo de cualquier norma estética o moral.

Los pintores y los poetas surrealistas. Bretón, Aragón, Éluard, Desnos, en parte García Lorca, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre, daban rienda suelta a sus fantasías dominadas por mucho tiempo por la razón e intentaban en su lírica entrar en contacto con zonas desconocidas del yo para buscar la verdad fuera de la realidad. Influye poderosamente en el movimiento el neurólogo y psiquiatra austríaco, Sigmund Freud. Surgen a la fama o la consolidan a través de esta tendencia artística. De Chirico, Max Ernest, André Masson, Rene Magritte, Chagall, Klee, Picasso, Miró y Dalí.

Es una nueva eclosión artística, un nuevo renacimiento en pleno siglo xx. Una original y caudalosa corriente de pensamiento, cuyo leitmotiv radica en el interés por encontrar otra realidad, una suprarrealidad, sin los traumatismos bélicos y sus imágenes dantescas. Nadie quiere recordar la barbarie ni el cataclismo ni el asesinato masivo. Es mejor la fuga de artistas y espectadores a un mundo irreal en donde los pinceles, la tinta y los sonidos hacen las veces de bálsamo en las heridas causadas por la pavorosa devastación.

En el ramo de las comunicaciones, el teléfono acerca a la humanidad hasta convertirla en una gran colonia multinacional, donde todo se conoce al instante y al detalle. La radio consolida las nacionalidades, unifica internamente a los países y acentúa los perfiles de su personalidad. La prensa escrita resiente el embate de una feroz competencia. Los diversos hechos originados en el mundo, al conocerse de inmediato, inciden negativamente en el temperamento de la gente. Ya no sólo deben soportarse y asimilarse las noticias locales; ahora las internacionales pueden ser igual o más importantes.

Las fábricas de automóviles proliferan en Europa y en Estados Unidos. Ford alcanza la cifra increíble de cuatro millones de coches producidos desde su fundación. Esta acaudalada industria genera un poderoso efecto multiplicador en la economía, en particular en los ramos hulero, textil, eléctrico, acerero y petrolero. El consumo de gasolina alcanza niveles sin precedentes. Es necesario construir una red interminable de carreteras para unir al país. El comercio prospera con el mismo dinamismo y los vientos de la prosperidad hacen ondear rítmicamente y orgullosamente las otrora baleadas banderas ensangrentadas de los aliados. El charleston, los blues y el jazz enmarcan musicalmente a esta nueva generación optimista. ¡Son los veintes, los fabulosos veintes! El cine, ¡oh el cine! Se hacen titánicos esfuerzos por superar el cine mudo. Mary Pickford sigue siendo la "Novia de América". Helen Cliff le disputa la distinción.

Las relaciones amorosas entre Helen Cliff y Edward McDoheny continuaban estrechándose dentro de una atmósfera confusa y tensa, donde el amor y la ternura, así como el odio y el rencor, aparecían instintivamente sujetando, consciente unas veces, inconsciente otras tantas, a ambos protagonistas.

Cada uno percibía a lo largo de un día los más contradictorios sentimientos respecto al otro. Alguna liga todavía indescifrable para ellos los unía sólidamente en algunas ocasiones y frágilmente en algunas otras. Parecían víctimas de una incontenible inercia irracional, sensualmente suicida, frustrante y atrayente, pero siempre exquisitamente constructiva, aunque pudiera encaminarlos al mismísimo despeñadero.

—¿De verdad piensas que Edward seria capaz de abandonarte? Se produjo un silencio mientras Helen pasaba incansable el cepillo a lo largo de su rubia cabellera.

—¿Qué piensas, Helen? —No sé, Danny, no lo sé —contestó la actriz sin retirar la mirada del espejo para detectar con oportunidad la presencia de cualquier arruga y atacarla con todos los cosméticos y técnicas existentes.

—Esa duda me es muy indicativa —repuso sarcástica miss Watson—. Probablemente te quiere y se niega a perjudicarte. Ésa seria una explicación. De otro modo no puedo entender su actitud. Él tiene todos los medios a su alcance para encumbrar a cualquiera y para despedazarlo si asi lo deseara. ¿De verdad no sabes? —No sé, Danny, te juro que no lo sé.

—¿Y cómo te explicas que no te haya abandonado después de tanto tiempo? —Estoy confusa. Te insisto que estoy confusa.

—O estás confusa o te niegas a ver la realidad.

Helen esbozó una sonrisa.

—Tú me engañas o me cuentas sólo la mitad —exclamó Danny Watson, la íntima amiga de tiempo atrás de la famosa estrella.

—Te juro que no, Danny —replicó Helen sin poder contener una risa que ya le cubría toda la cara.

—Dime la verdad. McDoheny nunca te abandonará porque bien sabes que está enamorado de ti.

Helen, pensativa, respondió mientras sostenía el cepillo en la mano derecha y veía a través del fiel espejo a su interlocutora:

—Yo ya no sé lo que significa estar enamorada, ni sé si Teddy lo esté de mí a

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