Otra guerra, en el nombre sea de dios
luisp1234Tutorial26 de Mayo de 2013
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VII. OTRA GUERRA, EN EL NOMBRE SEA DE DIOS
Debemos sacar a muchos muertos del panteón y arrojarlos al basurero, comenzando por Porfirio Díaz y terminando con Alvaro Obregón y Calles, aunque quizá debamos preguntarnos si el subdesarrollo no puede dar más que héroes subdesarrollados. La Revolución no es la falacia que describieron los generales norteamericanos —casi todos estúpidos—, los reaccionarios de casa o los cristeros y tampoco es el admirable modelo descrito por sus beneficiarios. En un país religioso la Revolución es un mito, generador de mitos. Nosotros hemos de aceptar sus mitos —la única forma válida de contar la historia— y no sus falacias ni sus mentiras.
FERNANDO BENITEZ.
Lázaro Cárdenas y la Revolución mexicana.
En 1924 nadie en el hemisferio occidental deseaba acordarse de las atroces calamidades sufridas durante la guerra mundial. La mística del trabajo ocupaba las mentes esperanzadas de millones de seres humanos, ávidas de bienestar material, de seguridad política y de novedosos satisfactores culturales. Las artes florecían por doquier. La novela literaria de la postguerra lograba tirajes sin precedentes. El surrealismo hacía acto de aparición en Europa por conducto del poeta francés Andró Bretón, quien, a través de un manifiesto, invitaba a los escritores y artistas a expresar lo subconsciente, los sueños, la libre asociación de imágenes, el funcionamiento real del pensamiento a través del automatismo psíquico prescindiendo de cualquier norma estética o moral.
Los pintores y los poetas surrealistas. Bretón, Aragón, Éluard, Desnos, en parte García Lorca, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre, daban rienda suelta a sus fantasías dominadas por mucho tiempo por la razón e intentaban en su lírica entrar en contacto con zonas desconocidas del yo para buscar la verdad fuera de la realidad. Influye poderosamente en el movimiento el neurólogo y psiquiatra austríaco, Sigmund Freud. Surgen a la fama o la consolidan a través de esta tendencia artística. De Chirico, Max Ernest, André Masson, Rene Magritte, Chagall, Klee, Picasso, Miró y Dalí.
Es una nueva eclosión artística, un nuevo renacimiento en pleno siglo xx. Una original y caudalosa corriente de pensamiento, cuyo leitmotiv radica en el interés por encontrar otra realidad, una suprarrealidad, sin los traumatismos bélicos y sus imágenes dantescas. Nadie quiere recordar la barbarie ni el cataclismo ni el asesinato masivo. Es mejor la fuga de artistas y espectadores a un mundo irreal en donde los pinceles, la tinta y los sonidos hacen las veces de bálsamo en las heridas causadas por la pavorosa devastación.
En el ramo de las comunicaciones, el teléfono acerca a la humanidad hasta convertirla en una gran colonia multinacional, donde todo se conoce al instante y al detalle. La radio consolida las nacionalidades, unifica internamente a los países y acentúa los perfiles de su personalidad. La prensa escrita resiente el embate de una feroz competencia. Los diversos hechos originados en el mundo, al conocerse de inmediato, inciden negativamente en el temperamento de la gente. Ya no sólo deben soportarse y asimilarse las noticias locales; ahora las internacionales pueden ser igual o más importantes.
Las fábricas de automóviles proliferan en Europa y en Estados Unidos. Ford alcanza la cifra increíble de cuatro millones de coches producidos desde su fundación. Esta acaudalada industria genera un poderoso efecto multiplicador en la economía, en particular en los ramos hulero, textil, eléctrico, acerero y petrolero. El consumo de gasolina alcanza niveles sin precedentes. Es necesario construir una red interminable de carreteras para unir al país. El comercio prospera con el mismo dinamismo y los vientos de la prosperidad hacen ondear rítmicamente y orgullosamente las otrora baleadas banderas ensangrentadas de los aliados. El charleston, los blues y el jazz enmarcan musicalmente a esta nueva generación optimista. ¡Son los veintes, los fabulosos veintes! El cine, ¡oh el cine! Se hacen titánicos esfuerzos por superar el cine mudo. Mary Pickford sigue siendo la "Novia de América". Helen Cliff le disputa la distinción.
Las relaciones amorosas entre Helen Cliff y Edward McDoheny continuaban estrechándose dentro de una atmósfera confusa y tensa, donde el amor y la ternura, así como el odio y el rencor, aparecían instintivamente sujetando, consciente unas veces, inconsciente otras tantas, a ambos protagonistas.
Cada uno percibía a lo largo de un día los más contradictorios sentimientos respecto al otro. Alguna liga todavía indescifrable para ellos los unía sólidamente en algunas ocasiones y frágilmente en algunas otras. Parecían víctimas de una incontenible inercia irracional, sensualmente suicida, frustrante y atrayente, pero siempre exquisitamente constructiva, aunque pudiera encaminarlos al mismísimo despeñadero.
—¿De verdad piensas que Edward seria capaz de abandonarte? Se produjo un silencio mientras Helen pasaba incansable el cepillo a lo largo de su rubia cabellera.
—¿Qué piensas, Helen? —No sé, Danny, no lo sé —contestó la actriz sin retirar la mirada del espejo para detectar con oportunidad la presencia de cualquier arruga y atacarla con todos los cosméticos y técnicas existentes.
—Esa duda me es muy indicativa —repuso sarcástica miss Watson—. Probablemente te quiere y se niega a perjudicarte. Ésa seria una explicación. De otro modo no puedo entender su actitud. Él tiene todos los medios a su alcance para encumbrar a cualquiera y para despedazarlo si asi lo deseara. ¿De verdad no sabes? —No sé, Danny, te juro que no lo sé.
—¿Y cómo te explicas que no te haya abandonado después de tanto tiempo? —Estoy confusa. Te insisto que estoy confusa.
—O estás confusa o te niegas a ver la realidad.
Helen esbozó una sonrisa.
—Tú me engañas o me cuentas sólo la mitad —exclamó Danny Watson, la íntima amiga de tiempo atrás de la famosa estrella.
—Te juro que no, Danny —replicó Helen sin poder contener una risa que ya le cubría toda la cara.
—Dime la verdad. McDoheny nunca te abandonará porque bien sabes que está enamorado de ti.
Helen, pensativa, respondió mientras sostenía el cepillo en la mano derecha y veía a través del fiel espejo a su interlocutora:
—Yo ya no sé lo que significa estar enamorada, ni sé si Teddy lo esté de mí a estas alturas.
—¿Crees que él lo estuvo alguna vez? —Puede ser, Danny, sólo que a su manera. —La actriz se acomodó en el taburete—. Edward se encaprichó con mi físico y nunca quiso soltarme. Yo entré a su vida por el ojo y a estas alturas ya debería haberlo hecho por el oído.
—¿Nunca te escuchó? —Él quería tenerme, poseerme, morderme, bañarme, perfumarme, vestirme y decorar su vida. Al principio me decía que lo mejor de mí era mi silencio. Recuerdo una noche cuando le pregunté coqueta y atrevida: ¿cómo quieres que te haga el amor el día de hoy? —¿Qué te contestó? —"¡Callada! Quiero que lo hagas callada. Tus mejores atributos son tu cuerpo y tu silencio. . ." Yo me molesté. Sólo me contestó con el ánimo de suavizar el comentario: "El juego amoroso tiene su propio lenguaje. No desperdiciemos la oportunidad de disfrutarlo." —Es la historia de siempre —repuso Danny—. La historia de la carne. Cuando ha cambiado de sabor y consistencia, simplemente los hombres piden otro platillo.
—Ahí está la habilidad de una mujer, Danny, en acaparar primero la atención de un hombre a través de sus instintos primarios. Ahora bien, si durante tu relación no logras hacerte oír, entonces prepárate para el fracaso. Pero si lograste conquistar su oído, ya puedes tranquilamente resignarte a ver disminuidos tus atractivos físicos. Habrás vencido, Danny, habrás vencido cuando tu hombre no pueda prescindir de la necesidad de escucharte.
—¿McDoheny te escucha, Helen? —Creo que me escuchaba —dijo resignada—. Por eso rio ha querido apagar mi voz ni mi alegría de vivir.
—Si te escucha, está enamorado.
—Probablemente, Danny. Sin embargo, volvemos al terreno de los intereses. ¿Me quiere o me necesita? Para mi es muy difícil distinguir dónde se encuentra la frontera entre la necesidad, la costumbre y el amor. Yo, por mi parte, pienso que una mujer se enamora de un esquema de requisitos y necesidades y luego se enamora del hombre mismo cuando ve materializadas sus ilusiones. Una mujer es mucho más cerebral que un hombre. Yo siempre imaginé a un tipo como Edward, poderoso, inteligente, experimentado en la vida y en el amor, millonario, influyente y con la capacidad de ayudarme en mi carrera. Cuando lo conocí a él. . .
—Entonces tú estás enamorada de McDoheny.
—Él no me dejó. Nuestra frivolidad nos condujo a un juego para satisfacer necesidades recíprocas. Yo pensé en mis intereses y él en mi cuerpo. Él no iba a andar con cualquiera. Yo estaba encantada, pero no por su amor, sino por su ayuda. El intercambio prosperaba armónicamente.
—¿Tu agradecimiento nunca se convirtió en amor? —Si, le estoy agradecida, pero no sé si el vacio que siento por su ausencia responde a la costumbre o al amor.
—Entonces te contradices, Helen —exclamó Danny al ponerse de pie y dirigirse a un sillón apoltronado tapizado a base de telas de algodón decoradas con enormes girasoles. Al dejarse caer cómodamente, continuó—: Hablas de un esquema. De un inventario de necesidades y requisitos mínimos con los que debe contar el hombre anhelado.
—Sí. ¿Dónde está la contradicción? —En el propio
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