Por que la etica
Camila Suarez HerreraTrabajo8 de Agosto de 2021
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¿Por qué la ética?
Sobre la constitución del hombre responsable al hilo de Paul Ricoeur[1]
José María Mardones. CSIC. Madrid.
RESUMEN
La sencilla cuestión de "por qué la ética", desemboca en el complejo problema de la constitución del hombre responsable. Siguiendo fundamentalmente las indicaciones que Ricoeur aborda, a través del rodeo antropológico, la peculiaridad humana que tiene que realizar su libertad propia con otros y en un marco institucional. Están así dados los pasos para una reflexión sobre el por qué y la necesidad de la ética.
Palabras clave: ética, responsabilidad, libertad, racionalidad.
Abstract
The simple question "why ethics?" ends up in the complex problem of the constitution of the responsible human being. Fundamentally following the indications of Ricoeur we address, by traversing the anthropological turn, the peculiarity of human beings who have to realize their freedom with others and in an institutional framework. This provides the steps for a reflection upon the reasons for and the necessity of ethics.
Key words: ethics, responsibility, freedom, rationality.
Las preguntas sencillas y directas abordan temas básicos y fundamentales. Esto sucede con la cuestión de “¿por qué la ética”? Nos obliga a indagar en muchas de las cosas dadas por supuesto a la hora de reflexionar éticamente. ¿Dónde están las raíces de la ética? ¿Cabe un ser humano sin ética? Y si la ética es constitutivo del ser humano, ¿qué es eso característico del hombre que le empuja inevitablemente a ser un animal ético? En esta exposición quisiera, a hombros de gigantes, al hilo de algunos de los grandes antecesores que se han planteado estas cuestiones o semejantes, especialmente Ricoeur, dar alguna respuesta a este interrogante fundamental.
- LA PECULIARIDAD HUMANA
La respuesta al por qué de la ética, nos lleva derechos hacia la pregunta por el ser humano, por su singularidad y peculiaridad que hace única la condición humana y la distingue de otras formas de estar y de ser en el mundo. Damos un rodeo por la antropología para poder dar cuenta del por qué de la ética. En el fondo, quizá actualizando algo ya señalado por Kant, no estamos sino preguntándonos por alguno de los estratos constitutivos del hombre. Ricoeur (1993: 106) dirá en nuestros días que preguntarse por la vida ética, es hacerlo sobre uno de los estratos fundamentales de “una fenomenología hermenéutica de la persona”.
El ser humano tiene que hacer su mundo
El ser humano se nos presenta no encerrado en la mera naturaleza, sino desbordándola. Este exceso, ha sido visto por Plessner, desde el punto de vista biológico, como una carencia. Somos desvalidos o subdesarrollados instintualmente. No poseemos, como los animales, una dotación instintual que nos oriente y guíe en nuestro comportamiento con el ambiente. Esta deficiencia instintual convierte al ser humano en un ser no atado biológicamente, en su relación con el ambiente. Herder ya describió en 1784 al ser humano como el “primer ser “dejado suelto” (liberto, Freigelassenen) de la creación”.
Esta constitución biológica del ser humano lo convierte en un ser “abierto al mundo” (Weltoffenheit) y en un ser necesitado de los otros y referido a ellos. El ser humano, nacido prematuramente, se sigue desarrollando biológicamente, en relación con su ambiente. Al no estar determinados por un mundo cerrado y fijo, la dirección del desarrollo le viene dada socialmente. Tenemos que hacer un mundo con otros. Este mundo propio y con otros, el mundo del hombre, lo denominamos sociedad (Berger, 1972: 66s.).
El ser abierto, no determinado, del hombre es interpretado, desde el punto de vista cultural y espiritual, como la apertura radical al mundo y la posibilidad de la libertad. Estamos condenados a la libertad, ya que no estamos constreñidos por la naturaleza. La desbordamos y, justamente, esta ruptura inicial con la naturaleza es la que posibilita la libertad.
El ser humano tiene que realizar su libertad
La libertad del ser humano no es una cuestión, como ya viera Kant, que se pueda describir o se demuestre por reflexión, sino, más bien, se confirma a través de la acción. Atestiguamos la libertad que poseemos a través de nuestro hacer. Hegel (párrafo 4), ya vio que la voluntad libre se muestra en la realización de la libertad. Sólo podemos afirmarnos como libres y creernos libres y demostrar en el hacer la verdad de esta creencia. Un ser humano que desborda la naturaleza tiene que hacerse un mundo propio como “segunda naturaleza”, lo que Hegel llamaba el mundo realizado del espíritu que es la libertad. Vemos que el paso a lo social, el paso “a las circunstancias de la libertad”, señala las condiciones de realización de la libertad.
El ser humano así considerado es, por tanto, un ser que está entregado a la libertad que tiene que realizar. Somos seres llamados a realizar la libertad. Somos tarea. Ricoeur (1993: 70) dirá que somos un poder-hacer que se demuestra o testimonia en acciones efectivas.
Empujando la reflexión por esta línea descubrimos que debajo de este deseo de hacer, a través del que se prueba la odisea de nuestra libertad, lo que se encuentra al fondo es un deseo de ser. Quizá llegados a este punto, estamos tocando fondo: nos encontramos ante el elemento primario que expresa ese poder y desear hacer. La afirmación originaria sería esta “afirmación gozosa del poder ser, del esfuerzo por ser, del conatos (Ricoeur 1993: 71)”.
Esta “afirmación gozosa del poder ser”, quiere decir, que el hombre en su primer movimiento o iniciativa hacia el ser ya se capta capaz de ello. Dicho de otro modo, se siente valioso, con estima de sí. Ahora bien esta estima de sí resultaría vana si no estuviera sustentada por la posibilidad de un hacer que se orienta intencionalmente hacia el mundo con pretensiones de inscribir ahí su actuar. Un obrar intencional es un obrar reflexivo, según razones. Ya se ve que la categoría del obrar propiamente humano lleva consigo, diríamos a través del giro lingüístico, un ser humano hablante y por ello mismo pensante[2].
Convendría señalar como conclusión de esta breve reflexión que vamos a inscribir la ética en la profundidad del deseo. Ya vemos, de entrada, el carácter optativo, de aspiración que tiene la ética. Deseamos ser; deseamos vivir la vida; una vida realizada, feliz, no una vida cualquiera. En este sentido, la aspiración a una vida realizada tendríamos que expresarla en vocativo, exclamando y, quizá gritando o diciendo muy quedito: ¡Ojalá logre vivir bien, realizar mi vida, ser feliz!
La inadecuación constitutiva
No seríamos serios ni describiríamos adecuadamente, este deseo primordial de ser del hombre, si no indicáramos, rápidamente, la inadecuación que existe entre este deseo de ser y las obras concretas en que trata de realizarse. Aparece aquí la falta, la falla, el fracaso, la distancia, entre lo que deseo ser y lo que realmente realizo.
Nabert, citado frecuentemente en este punto por Ricoeur (1993: 71)[3], denomina distancia constitutiva a la conciencia de la diferencia existente entre el deseo de ser y el acto de ser. Produce, dirá, algo así como el sentimiento de culpa originaria o primitiva: el sentimiento de la desigualdad entre lo que deseo ser y lo que realmente realizo; la conciencia de la no libertad de mi libertad o de que el acto de ser y el acto de no ser, de valer y no valer, se entremezclan a la vez.
Entramos por este camino en un mundo culturalmente fascinante. El ser humano no esperó a que llegara la filosofía para pensar acerca de ésta situación paradójica en que se encuentra la libertad humana. Las sabidurías religiosas y míticas han sabido desde hace milenios que el ser humano había comido del árbol del bien y del mal y, en consecuencia, sabía que sus acciones pueden ser buenas o malas.
Démonos cuenta del presupuesto de fondo con el que funcionamos: saber sobre el bien y el mal, quiere decir, que los humanos se habían percatado ya que no estaban entregados al determinismo, que las cosas y los hechos hubieran podido ser distintos de cómo son o fueron. Adquirieron constancia, más o menos refleja, de que podían haber actuado de forma distinta. Eran, por tanto, responsables y le podían ser imputados los hechos.
Libertad, responsabilidad, imputabilidad y elección son conceptos que se dan la mano y abrazan en un haz de interrelaciones recíprocas y autoimplicativas. Quizá pudiéramos concluir estas reflexiones parodiando a Benjamín, que decía respecto a la religión, lo que también habría que afirmar respecto a la ética: es un asunto sólo para espíritus libres (y responsables).
Bauman (2002: 66) advierte, mirando hacia un rasgo lingüístico muy humano, en el que, de otro modo, ya Fichte había reparado -la capacidad para decir “no”-, que esta partícula carece de sentido a menos que se asuma que se puede actuar de más de una manera, o que los asuntos del mundo objetivo se pueden ordenar de más de un modo. El “no” implica que las cosas no tienen que ser como son actualmente, que se las puede alterar y, también, que pueden ser mejores de lo que son. Si no aceptamos esta posibilidad tiene razón este autor que toda charla sobre la ética sería hueca. Viviríamos en un mundo cerrado y aherrojado por lo que hay. Incluso, la partícula “no” supone ya un juicio que convierte los hechos del mundo objetivo en hechos del mundo vivido (Lebenswelt). Es decir, estamos en un mundo de experiencias de sentido o significativas.
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