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¿Quién dijo posestructuralismo? La creación de una generación intelectua


Enviado por   •  2 de Mayo de 2021  •  Apuntes  •  2.391 Palabras (10 Páginas)  •  74 Visitas

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Angermuller, Johannes (2019): ¿Quién dijo posestructuralismo? La creación de una generación intelectual. Madrid: Dado Ediciones, pp. 228

Las rúbricas “posestructuralismo” o French Theory alu- den a un conjunto heterogéneo de autores, opciones teó- ricas y procedimientos de análisis surgidos en el ámbito de la filosofía y las ciencias humanas francesas entre las décadas de 1960 y 1980, cuyo punto de unión es la crítica al humanismo y de la subjetividad constituyente propia de esta tradición. Ambos rótulos sin embargo ca- recen de reconocimiento en la propia Francia, donde el público lector no entiende que se agrupe en un mismo movimiento a autores tan dispares como, por ejemplo, Foucault y Derrida. Esas categorías fueron de hecho fa- bricadas en el mundo universitario norteamericano en el curso de los años ochenta, exportándose más tarde   a escala internacional dando la falsa impresión de que el “posestructuralismo” o la French Theory componían una suerte de movimiento intelectual o de paradigma conceptual unificado.

El ensayo de Johannes Angermuller, profesor de la

Open University (UK) y especialista en análisis del dis- curso (discípulo de Dominique Maingueneau), con una trayectoria internacional (Alemania, Francia, Gran Bre- taña), comienza levantando acta de este décalage entre la circunstancia francesa y la estadounidense, pero en vez de limitarse a recusar las categorías en cuestión, toma estas como punto de partida para elaborar una ex- celente monografía de sociología intelectual, mostrando que las distintas recepciones del mismo corpus de auto- res y obras operan creando aquello mismo que designan y que la clave para entender la disparidad de ese objeto en Francia y en Estados Unidos está en los contextos institucionales de recepción y no en las ideas contenidas en los textos. Por eso se referirá a la controversia sobre el estructuralismo aludiendo, no a una corriente o a una concepción, sino a una “generación intelectual”.

En el primer capítulo se delimita el problema y se

presenta el enfoque escogido. Siendo objeto de una li- teratura secundaria de proporciones gigantescas, esa ge- neración de las décadas de 1960 y 70 apenas ha sido es- tudiada desde la perspectiva de la sociología intelectual, explorando su contexto sociohistórico de recepción. La excepción la constituyen algunos trabajos que aplican la teoría de Bourdieu sobre los campos de producción simbólica (en particular los de Karady y Kauppi, aunque también Fabiani y Pinto se aproximaron al asunto). Este marco conceptual será la referencia del libro, pues pa-


rece especialmente apropiado para estudiar, más allá de la dicotomía entre lecturas internalistas y externalistas, un universo intelectual como el francés, caracterizado por su encuadre nacional y su concentración en París, por la importancia de la pertenencia a redes y grupos de creadores y por la existencia de un tupido mercado de bienes simbólicos.

El segundo capítulo comienza ponderando el éxito del rótulo “postestructuralismo”, proyectándose desde la esfera académica estadounidense hacia el Reino Unido, Alemania e Italia, y llegando incluso, en una suerte de efecto de bucle, al propio ámbito cultural francés. Este siempre ha sido ajeno a la categoría en cuestión. En su “fase científica”, la controversia sobre el estructuralis- mo tuvo su momento fuerte entre 1966 y mayo-junio de 1968. Lo que unía a los protagonistas de esta polémica era menos un inexistente programa teórico compartido que un doble enemigo común: el humanismo, tal como podía encarnarlo la filosofía de Sartre, y la filosofía ins- titucionalizada. Los autores asociados a la discusión ha- cían valer un pensamiento híbrido, proyectado en la in- vestigación científico-social, frente al culto de los textos propio de la filosofía universitaria. En el fondo, viene  a sugerir Angermuller, lo que da cuenta de la eficacia simbólica de la etiqueta “estructuralismo” es menos su trasfondo teórico que su contexto institucional de pro- ducción. Aunque, por contraste con las “familias” del establishment universitario, los pensadores de la gene- ración estructuralista se presentaban como “solitarios”, lo cierto es que en muchos casos formaron escuelas aglutinadas en torno a grandes maestros (como Lacan o Althusser), aunque en otros mantuvieron una relativa falta de discípulos (como Lèvi-Strauss y Foucault).

Se explica el auge de las ciencias humanas en Fran- cia a partir de la década de 1960, por la fuerte inversión del gobierno francés en educación superior, creando nuevas universidades, nuevas carreras e instituciones. Las disciplinas más perjudicadas fueron las humanida- des canónicas (filosofía, lenguas clásicas, estudios lite- rarios), en detrimento de disciplinas modernas como la lingüística, la etnología o la sociología. Esto favoreció también el florecimiento de corrientes transdisciplinares como el psicoanálisis y el marxismo. Las disciplinas ca- nónicas estaban vinculadas al mundo de las facultades universitarias y a la formación del profesorado de los

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liceos. Sus figuras más representativas acumulaban to- dos los indicios del poder temporal, pues controlaban el reclutamiento de los pares y la reproducción del cuerpo profesoral. En cambio los titulados en ciencias humanas carecían de esa proyección en la docencia. Como resul- tado de este proceso, se tensaron las relaciones entre la filosofía y las ciencias humanas. Muchos de los nuevos creadores en ciencias humanas habían tenido inicial- mente una formación como filósofos y luego se habían distanciado de su disciplina de gestación. Aún así, en la generación del estructuralismo se pueden distinguir dos tipos de trayectoria: la propia de los que se distanciaron de la función docente y del culto de los textos (Bourdieu, Foucault, Lèvi-Srauss) y la de los que surgieron asocia- dos a una vocación profesoral (Althusser y Derrida).

Por otro lado, entre los protagonistas de la “revo- lución estructural” se distinguen dos clases de inte- lectuales según sus nexos con la institución. Por una parte estaban los que ingresaron a través de la máxima excelencia académica, pasando por la École Normale Supérieure (ENS) -por ejemplo Foucault- y por otra  los desprovistos de títulos universitarios reconocidos (por ejemplo Barthes). La intensa expansión de la edu- cación superior tendió a debilitar el centro de la vida académica, de modo que la Sorbona, eje del sistema  de facultades, acabó después de 1968 dividida en una multiplicidad de universidades autónomas, y lo que re- sultó más favorecido fue un conjunto de instituciones periféricas como el Collège de France o l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (denominada así desde 1975), no tanto la ENS, que fue perdiendo peso como lugar de reproducción del profesorado universi- tario. El estructuralismo fue la expresión simbólica de esta situación institucional, de modo que la oposición entre centro y periferia se encarnaba, en los producto- res, a través del antagonismo entre predominio del po- der temporal y reproducción del cuerpo, por un lado, y preeminencia del capital simbólico y de la innovación teórica, por el otro.

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