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Sobre El Suicidio


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2014  •  3.912 Palabras (16 Páginas)  •  218 Visitas

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Sobre el suicidio.

En el presente trabajo me ocuparé de la lectura que David Hume hace de Montesquieu: cómo se impregna la idea de suicidio en los pensamientos y las consideraciones escritas por el escocés. Vincularé el caso de los hombres supersticiosos desarrollado por Hume con las consideraciones nietzscheanas del nihilismo plasmadas en sus fragmentos de Lenzerheide. El análisis no pretende ser exhaustivo en absoluto, más bien tiene la intención de señalar los argumentos que se utilizan y los vínculos que se establecen entre los autores mencionados.

Montesquieu: Ideas preliminares.

El género epistolar escogido por Montesquieu no debe pensarse como una mera elección de gusto o de valor estético, sino más bien que responde a las particularidades de dos sujetos hablantes que expresan la intimidad de sus vivencias y pensamientos. Lo particular de la carta, de la epístola, es lo visceral, la presencia misma del cuerpo del hablante, la gestualidad de los sentimientos y no la de un narrador omnisciente. La aparición personal, la cercanía, el sudor, y el hondo respirar, dan fuerza, contundencia y energía al reclamo, a la expresión, al grito y la melancolía de lo contado.

En la carta LXXXVI de las Cartas Persas, Montesquieu desarrolla mediante la conversación entre dos personajes –Usbek y su amigo Ibben– algunas consideraciones que resultarán sumamente importantes para comprender el posterior desarrollo que llevaremos a cabo sobre Hume. El primer modo de abordar el caso del suicidio nos llega de la indignada opinión de Usbek, quien desdichado, hastiado, desgraciado y colmado se pregunta:

¿Por qué se me va a impedir poner fin a mis penas y privarme cruelmente de un remedio que está en mis manos?

Nótense la indignación, el enfado y la impotencia derramados por toda la pregunta; indignación por el impedimento de normas sociales que no responden a las particularidades vividas, cargadas por sus miembros y pautadas sin el consentimiento de éstos. Impotencia por tener una solución en sus propias manos y no poder servirse de ella. Enfado por lo que significaría servirse de ese último remedio y, quizás, por la consideración misma de la “solución” a sus problemas o bien, al fin de todos ellos.

Usbek no se detiene allí y tiene por válido traer a Dios a sus consideraciones:

Se me ha dado la vida como una gracia, –dice– puedo devolverla pues, cuando ha dejado de serlo: la causa, cesa; el efecto, debe también cesar.

Este terrible pensamiento que acompaña su vigilia no lo detiene ni por un segundo, no guarda reparos con la Suma Providencia puesto que su acción, su particular acción no alteraría el armonioso orden de la creación y de la conservación. Se le objetará que, unida el alma al cuerpo por Dios, su acción no hará más que separarlas y que por ello se opondrá a los propósitos, a la intención primera. No sería descabellado considerar que el argumento remata contra la creída excepcionalidad humana, quiero decir, ¿cambiaría, realmente, el curso del mundo, del orden divino –suponiendo la existencia de uno tal– si yo eligiese cesar junto con la causa? No.

Todas estas ideas, mi querido Ibben, no tienen otro origen que nuestro «orgullo»: no nos sentimos a gusto en nuestra pequeñez y, pese a ello, queremos contar en el universo y figurar en él como objetos importantes

No hay un orden jerárquico compuesto de lo más y menos estimados por Dios. Absolutamente nada tiene magna importancia tal que, de morir, cambiase los designios y desbaratase el orden impuesto por la Suma Providencia. Es sólo nuestro enorme y gordo orgullo el que nos hace creer que somos tan importantes como para cambiar tal curso.

Sobre las fechas en que se envían las cartas creo pertinente hacer un comentario que puede resultar significativo para una contextualización de los personajes, sus situaciones y el contenido expresado en las cartas. Usbek envía su carta desde el París de 1715 el decimoquinto día de la luna de Safar: aquí el acento se pone en lo que significa en el calendario Musulmán ese período lunar, a saber, el mes de partida para la guerra. ¿Será, pues, la latente guerra quien dé lugar a estos pesares? El París de 1715, tras la muerte de Luis XIV, el Rey Sol, cae en un período de hambruna letal generando conflictos civiles y un caos social desorbitante. De modo que este caótico escenario, podría pensarse, nutre las ideas aquí discutidas.

Dejemos por ahora este tipo de planteos y veamos qué responde Ibben a su amigo:

¿Para qué sirven todas estas impaciencias sino para mostrarnos que desearíamos ser felices «independientemente» de aquel que imparte la felicidad porque él es la felicidad misma?

Lo primero que cabría resaltar es el uso de la palabra independientemente, de allí preguntarnos ¿Es posible tal felicidad? Aislarnos completamente del mundo, salirnos por completo del estado de relación en el cual nos encontramos ¿Es posible?, ¿Acaso esa abstracción no implica el suicidio mismo? Y, ¿Nos arroja tal acción a un estado de felicidad? En segundo lugar, la contradicción que se genera pues si él es la felicidad misma, cómo ser felices habiendo tanta discordia con su modo de impartir felicidad ¿Acaso nos queda como posibilidad sólo la infelicidad, la desdicha?

David Hume: Las falsas creencias.

Pese a que no encontramos gran novedad en el tratamiento que Hume dedica al tema del suicidio, no podemos dejar de mencionar lo interesante y altivo de su abordaje. Con la estrategia de presentar argumentos y contra-argumentos desarrolla sus ideas acerca del suicidio. Veremos cómo Hume discute las opiniones del sentido común, la experiencia de vida, la filosofía, la superstición y la falsa religión para dar tratamiento al tema en cuestión. Tengamos a buen saber que Hume no propone una nueva moral. Más bien el propósito será eliminar los valores morales del sufrimiento, anular la culpa y pensar(nos) cómo ser capaces de elegir por nosotros mismos. Esto no convierte deseable al suicidio, todo lo contrario, para Hume un hombre no debería desear la muerte.

La primera cuestión que se nos menciona es esa cierta ventaja que se nos ofrece del pensamiento filosófico y que consiste en un antídoto tanto para la superstición como para la falsa religión. Vemos, dice Hume, cómo éstos últimos dos encuentran un excelente modo de desenvolverse en la experiencia cotidiana,

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