Sueño, Tiempo Y Poesía En María Zambrano
Evaki6 de Julio de 2014
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“De toda la memoria sólo vale el don preclaro de evocar los sueños” A.M.
La cita que encabeza este texto está íntimamente relacionada con la obra de María Zambrano.
Hay una estrecha relación entre Antonio Machado y María Zambrano. Siendo ésta una discípula de Ortega, guarda en ocasiones mayores similitudes con aquél, puesto que María ahonda en el lado místico que Ortega dejara inconcluso o, mejor dicho, no tocó. María se sirve del logos del Manzanares que Ortega descubriera y parte del mismo para llegar a ese logos sumergido del que Ortega se desentendió. Ella misma se encarga de establecer los límites de la influencia orteguiana, diciendo qué hay de herencia y qué hay de nuevo en su filosofía, y para ello introduce el logos poético de la razón; logos que la permitirá definir su teoría y conformar una filosofía singular, que persigue encontrar un aliento nuevo que ayude a la Filosofía a salvarse, en palabras de la propia filósofa.
Así pues la herencia de María Zambrano es Ortega, pero principalmente Machado y Unamuno. De estos toma su preocupación por la historia, su sentir como escritores pero también como poetas. La huella del 98, esa huella angustiosa y nostálgica a la par que mana de estos autores, es la que en María Zambrano se
despierta al ahondar en la conciencia. Se siente identificada con ellos, y por ende con sus temas. El tiempo en Unamuno y muy especialmente en Antonio Machado (con ecos de Heidegger) es vital, y configura su visión
particular de la historia y de la poesía respectivamente.
Ya en un primer artículo llamado “La multiplicidad de los tiempos”, María Z. se refiere a una posible fenomenología de los sueños, pues estos tienen una peculiar vivencia de la temporalidad.
La investigación sobre los sueños ha sido, en María Zambrano, decisiva para la creación de su obra, el eje sobre el que gira toda su filosofía. No fue sino después de su muerte, que se editó Los sueños y el Tiempo, que engloba las ideas más representativas de sus teorías y que se suceden a lo largo de sus libros. Junto a este libro, nos hallamos con El sueño creador, elaborado hacia los años cincuenta simultáneamente a otros escritos. Ambos parecen constituir el proyecto más ambicioso de María Z. y del que parece que desistió, aunque lo cierto es que quedó inconcluso debido a que le sobrevino la muerte. Puede decirse que presentan lo fundamental de su filosofía, y que arrojan luz sobre otros escritos de la autora, respondiendo al porqué de los mismos.
El problema presentado no es sino el del tiempo, articulándolo para ordenar todos las premisas de su filosofía, en una constante revisión de la Razón Vital Orteguiana, para aclararla y profundizarla, y encaminarse hacia la Razón Poética.
Tiempo, Sueño y Poesía están ligados entre sí, y suponen una directriz clara y única, de una continua reatroalimentación, de la que cada una de las entidades deriva de las otras, alcanzando el “logos que se hiciera cargo de las entrañas”, como apunta en su libro Hacia un saber sobre el alma.
I. En lo más hondo de la atemporalidad.
“...Y avancé en mi sueño
por una larga, escueta galería” A.M.
El tiempo de la Psique
En Los sueños y el Tiempo, Zambrano distingue tres métodos fundamentales de temporalidad: El tiempo de la psique (la atemporalidad inicial o privación de tiempo del sujeto propia del estado del hombre y de los sueños), el tiempo de la persona (el tiempo consciente) y el tiempo de creación (el estado de lucidez de
creación y pensamiento). Que el durmiente sueñe se debe a la imposibilidad de permanecer en la duración, no significa que esté dormido. Sueño y Vigilia son dos dimensiones de la realidad, partes de la persona. Hay un soñar despiertos que equivale en la forma a un estar dormidos; en cambio, en la vigilia no hay una forma equivalente a estar dormidos, pues durante el sueño la conciencia se retira. La forma-sueño se caracteriza por la pasividad del sujeto (los sueños se padecen; el sujeto no puede sino despertar), la atemporalidad (paralela a la pasividad del sujeto y contrapuesta tanto al tiempo físico como al tiempo de la persona) y la abespacialidad (paralelamente a la división que establece en torno a la temporalidad, Zambrano distingue entre el espacio homogéneo, el espacio del sueño y el espacio de la persona). Distingue, además, Zambrano entre dos tipos de sueños, que son el sueño del deseo o de la psique, y el sueño creador o de la persona.
En el primer tipo de sueño, al eludir la realidad, esta se invierte. La atemporalidad corre paralela a la pasividad del sujeto. El espacio del sueño está lleno, procede de la orexis y de lo que por ella puede en el
alma humana ser arrastrado. En los segundos la atemporalidad flota en un espacio vacío que a veces toma forma plástica como una extensión limitada como un horizonte, como una blancura. Las dimensiones temporales tienden a ordenarse, o aparecen ordenadas sin implicaciones ni inversión a partir de un centro. Un centro que es un acción a ejecutar en el proceso de finalidad-destino.
II. Del Despertar.
“Tras el vivir y el soñar
está lo que más importa:
despertar” A.M.
El tiempo de lo sucesivo.
La idea de tiempo en María Zambrano se sucede hilando varias nociones que se alimentan entre sí, y entre las que destaca el concepto de despertar: “el despertar de cada mañana parece que sea para siempre. Mas este siempre quiere decir que siempre habrá de repetirse, que siempre habrá que hacerlo y sufrirlo mientras se viva”.
En la introducción del libro Los sueños y el Tiempo, M. Zambrano declara que el objetivo del libro es el de hacer “una fenomenología del sujeto privado de tiempo, de lo que él brota incoerciblemente ante el contacto nudo con eso, con ese absoluto con el que se les ve a solas, fuera de su medio”
Alude al tiempo como “medio”, refiriéndose al tiempo sucesivo mediador entre dos absolutos.
Al afirmar que el tiempo es la primera de las categorías de la vida humana, del vivir – en el sentido de que permite la posibilidad-, María Z. hará girar en torno a la cuestión del tiempo sus otros temas de reflexión. Y se distingue de Ortega -para quien el concepto de “vida” era realidad radical-, identificando “vida” con
“tiempo” y supeditando lo radical al tiempo, lo que permite la posibilidad del sujeto.
A María Zambrano los sueños se le muestran como una “etapa intermedia entre el no ser – el no haber nacido- y la vida en la conciencia, en el fluir temporal”. Se recoge con ello una imagen que, ya desde Heráclito, representaba este aspecto mediático entre dos ámbitos: el de la conciencia y el de la negación de
ésta.
El carácter de los sueños es ambiguo: por una parte muestran carencia de tiempo, representando su situación prenatal; por otra, la posibilidad del sueño sólo se puede dar en el que ha nacido, por lo tanto en el que ha entrado ya en la sucesividad. Este carácter intermedio de los sueños viene simulado por una de las imágenes más recurrentes de la filósofa: la Aurora.
La Aurora remite el momento en que la noche deja paso al día, y durante un momento ambos se confunden.
La imagen remite al límite. En el caso de los sueños, el límite se establece entre el No Ser (el momento antes del nacimiento, la falta de tiempo) y el Ser (el tiempo que fluye). Todo límite implica un contacto entre las partes que distingue, por lo que los sueños no son carencia total de tiempo, sino que en ellos será posible que se introduzca algo de la otras de las partes que delimita. Será
posible que en los sueños se introduzca el tiempo, precisamente para hacer posible el despertar.
Así que todo sueño lleva consigo el despertar, porque si no lo fuera, los sueños pasarían desapercibidos. Guarda, además, alguna experiencia recóndita que ayuda a aumentar nuestro conocimiento al actuar despertándonos y saliendo del letargo de la simple materia.
Si “soñar es ya despertar”, entonces la vigilia necesariamente debe ser sueño. Se trata del sueño de la atención, (entendida como aquello que define los contornos del yo). Gracias a ella nuestra psique es total y perfectamente consciente de todo. La atención determina de algún modo el cómo de la temporalidad en que se vive. Abre (y cierra) un campo de visibilidad, aquello que se llamará el horizonte de la conciencia. Sin embargo, ejercida de forma continua y constante nos provoca pasividad, pues nos obliga a estar completamente absorbidos por el medio. De este modo el tiempo de la atención obliga a contemplar un perpetuo presente sin pasado ni futuro. La atención se conjuga en presente, hace presente el pasado y planifica el porvenir inmediato.
Pasado y porvenir quedan abolidos en un presente continuo que cierra filas sobre sí mismo. Nos damos cuenta de todo. Hacemos de nuestra visibilidad temporal horizonte y frontera. Hacemos que algo (un recuerdo) esté presente, frente a los ojos. La atención afecta nuestra visibilidad al convertirse en horizonte de lo que podemos ver, donde debemos entender “ver” por “comprender” al modo de la razón cartesiana, es decir, de modo que todo esté presente en el ánimo de forma evidente con claridad y distinción. Según
Husserl, “el presente es el modo temporal del hombre desde la filosofía”. El hombre filosófico se acepta como estando en la vida, y el tiempo, para la conciencia, es algo superfluo, un puro “estar aquí”.
¿Qué puede significar que pasado y porvenir se concentren en un punto fijo, presente
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