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Walter Benjamir - El Narrador

fransua504013 de Mayo de 2013

599 Palabras (3 Páginas)348 Visitas

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turcos encerraron al general Stein en la cueva de los Veteranos en Hungría, y también el

emperador José falleció. El rey Gustavo de Suecia conquistó la Finlandia rusa, y la

Revolución Francesa y la larga guerra comenzaron, y también el emperador Leopoldo

Segundo acabó en la tumba. Napoleón conquistó Prusia, y los ingleses bombardearon

Copenhague, y los campesinos sembraron y segaron. Los molineros molieron, y los

herreros forjaron, y los mineros excavaron en pos de las vetas de metal en sus talleres

subterráneos. Pero cuando los mineros de Falun en el año 1809 ... ». Jamás ningún

narrador insertó su relación más profundamente en la historia natural que Hebel con su

cronología. Léasela con atención: la muerte irrumpe en ella según turnos tan regulares

como el Hombre de la Guadaña en las procesiones que a mediodía detienen su marcha

frente al reloj de la catedral.

XII

Todo examen de una forma épica determinada tiene que ver con la relación que esa

forma guarda con la historiografía. En efecto, hay que proseguir y preguntarse si la

historiografía no representa acaso, el punto de indiferencia creativa entre todas las

formas épicas. En tal caso, la historia escrita sería a las formas épicas, lo que la luz

blanca es a los colores del espectro. Sea corno fuere, de entre todas las formas épicas,

ninguna ocurre tan indudablemente en la luz pura e incolora de la historia escrita como

la crónica. En el amplio espectro de la crónica se estructuran las maneras posibles de

narrar como matices de un mismo color. El cronista es el narrador de la historia. Puede

pensarse nuevamente en el pasaje de Hebel, tan claramente marcado por el acento de la

crónica, y medir sin esfuerzo la diferencia entre el que escribe la historia, el historiador,

y el que la narra, es decir, el cronista. El historiador está forzado a explicar de alguna

manera los sucesos que lo ocupan; bajo circunstancia alguna puede contentarse

presentándolos como muestras del curso del mundo. Pero eso es precisamente lo que

hace el cronista, y más expresamente aún, su representante clásico, el cronista del

Medioevo, que fuera el precursor de los más recientes escritores de historia. Por estar la

narración histórica de tales cronistas basada en el plan divino de salvación, que es

inescrutable, se desembarazaron de antemano de la carga que significa la explicación

demostrable. En su lugar aparece la exposición exegética que no se ocupa de un

encadenamiento de eventos determinados, sino de la manera de inscribirlos en el gran

curso inescrutable del mundo.

Da lo mismo si se trata del curso del mundo condicionado por la historia sagrada o por

la natural. En el narrador se preservó el cronista, aunque como figura transformada,

secularizada. Lesskow es uno de aquellos cuya obra da testimonio de este estado de

cosas con mayor claridad. Tanto el cronista, orientado por la historia sagrada, como el

narrador profano, tienen una participación tan intensa en este cometido, que en el caso

de algunas narraciones es difícil decidir si el telar que las sostiene es el dorado de la

religión o el multicolor de una concepción profana del curso de las cosas. Piénsese en la

narración «La alejandrita», que transfieren al lector «a ese tiempo antiguo en que las

piedras en el seno de la tierra y los planetas en las alturas celestiales aún se preocupaban

del destino humano, no como hoy en que tanto en los cielos como en la tierra todo ha

terminado siendo indiferente al destino de los hijos del hombre, y de ninguna parte una

voz les habla o les presta obediencia. Los planetas

...

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