Was ist Aufklärung? (1784)
carolina998Ensayo24 de Julio de 2014
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I. Kant
Título original: Was ist Aufklärung? (1784)
Trad. al español: ¿Qué es la Ilustración?, por Eugenio Ímaz (Dentro de la obra
“Filosofía de la historia”, que reúne varios escritos kantianos de esta temática)
Cuarta reimpresión (1985) de la primera edición en español de 1941
©1978, Fondo de Cultura Económica, México D.F.
ISBN: 84-375-0192-X
La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La
incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro.
Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino
de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere
aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! : he aquí el lema de la ilustración.
La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres
continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los
liberó de ajena tutela (naturaliter majorennes); también lo son de que se haga tan
fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi
disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su
conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito
molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su
cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se
han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (y no
digamos que todo el sexo bello) considere el paso de la emancipación, además de
muy difícil, en extremo peligroso. Después de entontecer sus animales domésticos y
procurar cuidadosamente que no se salgan del camino trillado donde los metieron, les
muestran los peligros que les amenazarían caso de aventurarse a salir de él. Pero
estos peligros no son tan graves pues, con unas cuantas caídas, aprenderían a
caminar solitos; ahora que, lecciones de esa naturaleza espantan y le curan a
cualquiera las ganas de nuevos ensayos.
Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapa-cidad,
convertida casi en segunda naturaleza.Le ha cobrado afición y se siente real-mente
incapaz de servirse de su propia razón, porqué nunca se le permitió intentar la
aventura. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso, o más bien
abuso, racional de sus dotes naturales, hacen veces de ligaduras que le sujetan a ese
estado. Quien se desprendiera de ellas apenas si se atrevería a dar un salto inseguro
para salvar una pequeña zanja, pues no está acostumbrado a los movimientos
desembarazados. Por esta razón, pocos son los que, con propio esfuerzo de su
espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso
firme.
Pero ya es más fácil que el público se ilustre por sí mismo y hasta, si se le deja
en libertad, casi inevitable. Porque siempre se encontrarán algunos que piensen por
propia cuenta, hasta entre los establecidos tutores del gran montón, quienes, después
de haber arrojado de sí el yugo de la tutela, difundirán el espíritu de una estimación
racional del propio valer de cada hombre y de su vocación a pensar por sí mismo.
Pero aquí ocurre algo particular: el público, que aquellos personajes uncieron con este
yugo, les unce a ellos mismos cuando son incitados al efecto por algunos de los
tutores incapaces por completo de toda ilustración; que así resulta de perjudicial
inculcar prejuicios, porque acaban vengándose en aquellos que fueron sus
sembradores o sus cultivadores. Por esta sola razón el público sólo poco a poco llega
a ilustrarse. Mediante una revolución acaso se logre derrocar el despotismo personal
y acabar con la opresión económica o política, pero nunca se consigue la verdadera
reforma de la manera de pensar; sino que nuevos prejuicios, en lugar de los antiguos,
servirán de riendas para conducir al gran tropel.
Para esta ilustración no se requiere mas que una cosa, libertad; y la más inocente
entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso público de su
razón íntegramente. Mas oigo exclamar por todas partes: ¡Nada de razones! El oficial
dice: ¡no razones, y haz la instrucción! El funcionario de Hacienda: inada de
razonamientos!, ¡a pagar! El reverendo: ino razones y cree! (sólo un señor en el
mundo dice: razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis pero ¡obedeced!)
Aquí nos encontrarnos por doquier con una limitación de la libertad. Pero ¿qué
limitación es obstáculo a la ilustración? ¿Y cuál, por el contrario, estímulo? Contesto:
el uso público de su razón le debe estar permitido a todo el mundo y esto es lo único
que puede traer ilustración a los hombres; su uso privado se podrá limitar a menudo
ceñidamente, sin que por ello se retrase en gran medida la marcha de la ilustración.
Entiendo por uso público aquel que, en calidad de maestro, se puede hacer de la
propia razón ante el gran público del mundo de lectores. Por uso privado entiendo el
que ese mismo personaje puede hacer en su calidad de funcionario. Ahora bien;
existen muchas empresas de interés público en las que es necesario cierto
automatismo, por cuya virtud algunos miembros de la comunidad tienen que
comportarse pasivamente para, mediante una unanimidad artificial, poder ser
dirigidos por el Gobierno hacia los fines públicos o, por lo menos, impedidos en su
perturbación. En este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer. Pero en la
medida en que esta parte de la máquina se considera como miembro de un ser
común total y hasta de la sociedad cosmopolita de los hombres, por lo tanto, en
calidad de maestro que se dirige a un público por escrito haciendo uso de su razón,
puede razonar sin que por ello padezcan los negocios en los que le corresponde, en
parte, la consideración de miembro pasivo. Por eso, sería muy perturbador que un
oficial que recibe una orden de sus superiores se pusiera a argumentar en el cuartel
sobre la pertinencia o utilidad de la orden: tiene que obedecer. Pero no se le puede
prohibir con justicia que, en calidad de entendido, haga observaciones sobre las fallas
que descubre en el servicio militar y las exponga al juicio de sus lectores. El
ciudadano no se puede negar a contribuir con los impuestos que le corresponden; y
hasta una crítica indiscreta de esos impuestos, cuando tiene que pagarlos, puede ser
castigada por escandalosa (pues podría provocar la resistencia general). Pero ese
mismo sujeto actúa sin perjuicio de su deber de ciudadano si, en calidad de experto,
expresa públicamente su pensamiento sobre la inadecuación o injusticia de las
gabelas. Del mismo modo, el clérigo está obligado a enseñar la doctrina y a predicar
con arreglo al credo de la Iglesia a que sirve, pues fue aceptado con esa condición.
Pero corno doctor tiene la plena libertad y hasta el deber de comunicar al público sus
ideas bien probadas e intencionadas acerca de las deficiencias que encuentra en aquel
credo, así como el de dar a conocer sus propuestas de reforma de la religión y de la
Iglesia. Nada hay en esto que pueda pesar sobre su conciencia. Porque lo que enseña
en función de su cargo, en calidad de ministro de la Iglesia, lo presenta como algo a
cuyo respecto no goza de libertad para exponer lo que bien le parezca, pues ha sido
colocado para enseñar según las prescripciones y en el nombre de otro. Dirá: nuestra
Iglesia enseña esto o lo otro; estos son los argumentos de que se sirve. Deduce, en la
ocasión, todas las ventajas practicas para su feligresía de principios que, si bien él no
suscribiría con entera convicción, puede obligarse a predicar porque no es imposible
del todo que contengan oculta la verdad o que, en el peor de los casos, nada
impliquen que contradiga a la religión interior. Pues de creer que no es éste el caso,
entonces sí que no podría ejercer el cargo con arreglo a su conciencia; tendrá que
renunciar. Por lo tanto, el uso que de su razón hace un clérigo ante su feligrresía,
constituye un uso privado; porque se trata siempre de un ejercicio doméstico, aunque
la audiencia sea muy grande; y, en este respecto, no es, como sacerdote, libre, ni
debe serlo, puesto que ministra un mandato ajeno. Pero en calidad de doctor que se
dirige por medio de sus escritos al público propiamente dicho, es decir, al mundo,
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