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ÉTICA Y MORAL MILITAR


Enviado por   •  1 de Mayo de 2014  •  5.057 Palabras (21 Páginas)  •  1.061 Visitas

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UNIDAD 3

ÉTICA Y MORAL MILITAR

Esta lectura te permitirá analizar el fundamento ético y moral militar, como base teórica que sustenta el desarrollo de las cualidades y virtudes del líder o jefe militar dentro de la UNEFA y de la Fuerza Armada Nacional.

CAPITULO I

ADOCTRINAMIENTO PROFESIONAL EDUCACION MORAL

LOS CUADROS DE OFICIALES Y CLASES

El Ejercicio del Mando por el Oficial.

El oficial está consagrado a la función militar, su deber es dedicar su persona. Voluntariamente y en absoluto, a las tareas que corresponden con la misión del Ejército El mando que ejerce es Impersonal, y no deberá usar¬lo, jamás, para satisfacer sus intereses. Deberá ver en sus jefes, en sus subordinados y en sus iguales, colaboradores suyos en el cumplimiento del deber, con quienes esta obligado a prestar ayuda leal y apoyo constante no pudiendo engañarlos, abandonarlos ni desconocerlos. sin incurrir en traición.

Profesional del deber militar y jefe de unidades en el conjunto de la nación en armas, el oficial, está obligado a demostrar capacidad y seguridad en el mando que se le ha confiado con relación a los demás integrantes del Ejército, tiene que desarrollar el Sentimiento del Deber, la Abnegación, la Disciplina, el Honor, la Valentía y el Espíritu Militar.

El Oficial ejerce la función de mandar: de modo que pierde tal condición si deja de emplear su autoridad. Toda facultad que permanece inactiva, se debilita al dejar de mandar el Oficial se transforma progresiva¬mente, según las nuevas ocupaciones que lo embarguen, adoptando el aire de un apaciguador; trata entonces de encontrar en los papeles o en los reglamentos, los medios de su orientación pierde el sentimiento de la fuerza especial que debe animarlo en tiempo de guerra, y, el día en que de nuevo se le dé el mando de tropas, carecerá de condiciones para el mando militar.

El Oficial, instructor y Educador

La estructura psicológica del Ejército moderno ha transformado el papel del Oficial asignándole, además de su condición tradicional de jefe e instructor de su unidad la misión de educador. En efecto, el Ejército moderno se compone de adolescentes sin experiencia, muy permeables a los desfallecimientos y al contagio mental, que ven su permanencia en fila como un accidente de su vida, teniendo en consideración que estas características lo diferencian del antiguo. Hay que recurrir a procedimientos distintos para su instrucción y educación.

Esta es la misión que la patria asigna al Oficial respecto a la edu¬cación de la tropa, confiada en que la desarrollará de todo corazón, por puro patriotismo, no limitándose a darle un Ejército fuerte, sino a formar un país rico, lleno de prosperidad, progresista y feliz por la unión de todos sus conciudadanos. Aunque parezca enorme, esta labor, no esta por encima de las fuerzas del cuerpo de Oficiales cuyos conocimientos de todo orden puede sumarse a los profesionales civiles de las guarniciones en sus distintas especialidades, Además, la labor educativa del Oficial se complica al considerar las condiciones sociales y la falta de educación cívica del resto de los contingentes, porque en el hogar y en la escuela no se inicia esa educación durante la infancia de la juventud.

La naturaleza por demás heterogénea de los contingentes que integran el Ejército moderno, da un aspecto de aparente incoherencia, pues los hombree no están unidos por los lazos da la tradición y disciplina que tienen los soldados profesionales, y no conocen a sus superiores hasta el día de su incorporación a filas.

Si las masas que forman el Ejército moderno no estuvieran animadas do la voluntad de defender sus libertades, sus hogares y el sagrado suelo de la patria, se producirían grandes confusiones e inmensas catástrofes sociales y políticas, Por consiguiente, hay que buscar en la educación en mo¬ral del soldado El freno pera los instintos materialistas y desordenados del hombre, fortaleciendo el carácter y elevando el espíritu de los contingentes.

El Oficial consigue formar el espíritu y el corazón de los reclutas que se le confían penetrando en su fuero interno con bondad, persuasión y paciencia, poderosos factores de una disciplina consciente y voluntaria, muy distinta flor cierto de la brutal y tiránica de antes.

El educador no puede ser muy severo ni muy indulgente; no debe confundirse la severidad con la rudeza ni la indulgencia con la debilidad Lo mejor es juntar la bondad a la firmeza, atemperando la una con la otra. Con la fuerza y en brutalidad sólo se obtiene una disciplina superficial, capaz de impresionar a un observador poco perspicaz, pero insuficiente para adueñarse de la voluntad del hombre. Este, al verse constreñido, se siente afectado en su dignidad, aparenta sumisión, pero en su fuero interno se revele: con él las lecciones más elocuentes y los mejores consejos son absolutamente estériles, contentándose con recibirlos, mes sin llegar a convencerlo, y oponiendo a la voluntad que se le impone, la voluntad que ínsurge en su interior llega, por ultimo, hasta sentir aversión por el Oficial si este recurre a la violencia como medio educativo.

Para que la educación logre sus frutos y los buenos sentimientos se desarrollen, es preciso que tenga confianza en su Oficial para abrirle su corazón y comunicarla sus impresiones, esto no puede conseguirlo un edu¬cador de carácter violento, pues sólo el método basado en la buena voluntad reciproca hace fructífera la labor de instructor y educador de la tropa.

El soldado es un niño grande y hay que tratarlo como tal: máxime si se trata del soldado campesino, cuyo corazón no he sentido aún la huella de los grandes amores, ni de las grandes ilusiones, ni de las grandes pasiones. El Oficial debe moldear la psicología de ese soldado con ahínco y fe, desarrollándole su sensibilidad, su inteligencia y voluntad, es decir, formándolo.

El Oficial no tiene solamente la misión exclusiva de dar a los reclu¬tas la instrucción conveniente para cumplir los programas señalados; su tarea es mucho más elevada, puesto que debe preparar hombres de volun¬tad firme, de inteligencia clara y corazón generoso.

Para dar al soldado la noción el gusto por el cumplimiento de sus deberes, el Oficial tiene a su disposición el tesoro histórico del país y su palabra, pero nada hay tan eficaz como el ejemplo. Al soldado se le con¬vence firmemente, pero con hechos.

Formar la voluntad es quizás la parte más delicada del trabajo del Oficial, y para ello hay que tratar de que los reclutas sepan la razón y el fundamento de lo que se les manda Por otra parte la educación para ser eficiente, requiere que el recluta ame a su superior; para que tenga no sólo el deseo de aprender sino el de satisfacer a este ultimo. Cuando la enseñanza no llena este requisito y se produce en el soldado la violencia de sus sentimientos y una lucha continua en su alma que rechaza repulsi¬vamente lo que no ha llegado a comprender amar y sentir. El educador debe despertar [la simpatía del aducando y no el temor, pues sólo la primera da efectos duraderos y sólidos.

El Papel de los Clases.

Puesto que en la conducción de la tropa todo depende en última ins¬tancia de las condiciones del superior, se deduce lógicamente que es de la mayor importancia dar una fuerte educación moral a los Clases, que están en contacto inmediato con la tropa y cuya elevada misión en el Ejército moderno tiene el triple aspecto de instructores, educadores y conductores. En efecto, a causa de su constante relación con el soldado, el Clase está en condición de ejercer una marcada influencia sobre la disciplina y la moral y de ser un poderoso auxiliar del Oficial en la tarea educativa. El Clase da en forma permanente el ejemplo de abnegación y de espíritu de sacrificio; vigila el cumplimiento de las órdenes; ejercita su influencia para mantener la más severa disciplina y emplear todos los medios para mante¬ner a los hombres en la senda del deber.

Los Clases constituyen el esqueleto del Ejército porque viven cons¬tantemente con los hombres, los vigilan los acomodan, los animan en su proceder de todos los instantes. El contacto casi continuo con el soldado le da oportunidad de conocer una serie de detalles y de hechos menudos que escapan al Oficial, pero que en muchos casos pueden tener gran importancia. Una de las obligaciones que el Oficial debe imponer a los Clases es que estos lo tengan al tanto de la mentalidad y del estado de espiritual de la tropa.

Hay Ejércitos que disponen de Clases profesionales que ocupan una situación intermedia entre el Oficial y el individuo de tropa y en los cuales el Oficial tiene confianza limitada; pero tal no es el caso de nuestro Ejér¬cito, en cuyo seno el Oficial si bien puede ser secundado con relativa eficacia por los Clases no puede dar a estos entera amplitud, sino que deben controlarlos muy de cerca, porque, a pesar de todas sus buenas cualidades y deseos, son elementos por demás transitorios que no tienen una personalidad militar bien definida y que no dejan huella profunda de su actividad.

EL JEFE

1 - Cualidades que debe reunir.

El Jefe está llamado en tiempo de paz, a ser educador e instructor de su tropa: en tiempo de guerra, su conductor. Tiene coma atribuciones: dar órdenes sobre ciertos asuntos, enseñar el oficio a sus subordinados: administrar y gobernar su unidad en todo lo relativo a derechos, deberes, servicio, orden conducta, y mandar su unidad en el combate. Se esforzará por mantener y desarrollar el organismo de guerra puesto bajo sus órdenes y por comunicarle la fuerza que debe tener. El Jefe debe tener concepto claro y exacto de la función que desempeña y del objeto que persigue. Para llenar la primera y alcanzar el segundo, debe reunir cualidades morales intelectuales y físicas diversas, tales como ser valeroso, hombre de fe, organizador enérgico, sereno, previsor, de capacidad profesional comprobada y físicamente apto. Valeroso, para servir de ejemplo a su tropa: de fe, en el sentido patriótico de la palabra, para que pueda inflamar el alma de su tropa y ésta se comporte con decisión; Organizador, para que haga prevalecer el orden, que es la base del éxito, pues el desorden es la característica de la derrota; Enérgico, para que sepa defender sus ideas y, al tormar una decisión, haga ejecutar sus órdenes cueste lo que cueste; Sereno, para no dejarse arrastrar ni por el arrebato ni por la desesperación; Previsor, para que no se vea sorprendido por los acontecimientos ni a merced del adversario: de capacidad profesional, para que tenga imaginación creadora que lo lleve a adoptar soluciones propias: y apto físicamente, para que pueda entregarse de lleno a las duras tareas de la guerra.

Este conjunto de cualidades no se requieren por igual en todos los grados de la jerarquía; tratándose de subalternos, el valor priva mucho sobre el espíritu de organización o de previsión; subiendo en la escala jerárquica, adquiere mayor importancia la imaginación y el espíritu de organización, pasando el valor a segundo plano. Pero en todo momento, de modo absoluto y en cualquier circunstancia, son siempre imprescindibles las cualidades de juicio certero, de carácter inflexible y de fe patriótica intensa.

Los elementos de que se vale el jefe para sentar su autoridad son: la inteligencia, para probar; el carácter, el poder y la consagración al deber. Por medio del desarrollo de la inteligencia llega a conocer la vía que debe seguir; con el carácter, traducido en fuerza moral y física puede marchar hacia su objetivo allanando todos los obstáculos que se le presenten y por ultimo, con el más poderoso elemento de mando que tiene el Jefe, o sea la consagración al deber, basado en el patriotismo más ardiente, pone una gran fuerza pasional al servicio de un ideal elevado que lo impulsa y reconforta hacia la conquista del objetivo, cualquiera que sea su precio.

La característica principal de todo el que manda es la preponderancia que cobra en su espíritu, la abnegación personal, este valor; cuya existencia no lo pueden comprender muchos que ven con cierto menosprecio una carrera, basada únicamente en la profunda consagración al deber; una esta virtud militar que se relaciona precisamente, a la salvaguarda de la patria. El jefe u Oficial que se consagra sin reservas al cumplimiento de su deber, pone al servicio de su labor diaria un ideal que lo coloca por encima de las pasiones humanas, pues así trabaja para la Patria con la plenitud de sus facultades y es capaz de ofrendar su vida. Así, practicar el deber militar de la carrera de las armas, es una grandeza, una belleza y una nobleza que no tiene igual. El Jefe que se encuentra verdaderamente a la altura de su misión, no puede dudar que alcanzará a penetrar en el alma de su tropa, lo que para el debe constituir en la paz como en la guerra, la más alta de sus satisfacciones morales y la más cierta de sus recompensas.

2.- El Ascendiente del Jefe.

El ascendiente del jefe se basa en la confianza, el respeto y el afecto: que debe inspirar para imponerse a todos en el momento necesario. Si el Jefe no despierta esos sentimientos, no está capacitado para educar y conducir hombres. Podrá imponer una disciplina pasiva basada en el hábito y el temor, pero no les es posible lograr que sus hombres practiquen las virtudes militares individuales, que constituyen el secreto de la victoria. Toda superioridad moral, intelectual y física contribuye al prestigio del superior e inclina a la obediencia.

En la confianza entre los jefes y sus subordinados estriba la verdadera fuerza del ejército: sin ella no se obtiene ningún resultado positivo por muy grande que sea el valor del Jefe y la intrepidez de los ejecutantes. La confianza no surge repitiéndole al soldado que debe tenerla; tampoco se inculca como una consigna pues el corazón no obedece voces de mando La confianza nace de la admiración y del cariño que le profesan los subordinados a su jefe.

Para inspirar confianza, el Jefe tiene que demostrar conocimiento y audacia en la ejecución de su tarea: mostrarse solícito con los soldados; estar siempre a la altura de su misión; reflexionar de antemano todo lo que debe hacer para no incurrir en titubeos no contradicciones: estar dotado de valor a toda prueba

Para inspirar respeto y estimación el Jefe debe observar siempre una conducta digna; no violar jamás los principios que predica, ser dueño de sí en toda circunstancia y correcto en su actitud y su uniforme: cumplir todas las obligaciones que le impone el buen servicio: revelar escrupulosa honradez en el manejo de fondos y personal y por sobre todo manifes-tarse como hombre de carácter enérgico y de voluntad firme.

Todo hombre sabe que El Jefe es para mandar; y como esta acción implica imponer la voluntad es preciso que el que manda desarrolle la suya al más alto grado. El Jefe que carece de voluntad, o es voluble no mantiene sus órdenes y sigue siempre la opinión del último que le habla. Antes que un Jefe es un esclavo, en vez de dirigir es presa de la imposición de otros, fatigando y enervando a sus inferiores con órdenes y contraórdenes.

El Jefe, debe hacer sentir su voluntad con energía y dar a compren¬der que no titubeará en censurar o reprimir con severidad toda falta contraria al deber, o toda falta de atención para con su autoridad y su persona. Al efecto, tiene que exigir ineludiblemente todos los signos de respeto y los honores a que tiene derecho: reprimir toda desobediencia y toda falta contra la disciplina, de no hacerlo así, los inferiores se acostumbrarán a menospreciar su persona y su autoridad; por supuesto, el Jefe no debe ser brutal y castigador empedernido, pues la firmeza y la voluntad enérgica no excluye la benevolencia, la afabilidad y la bondad de los procedimientos. Por otra parte, el inferior no estima, ni aprecia a un Jefe sino lo respeta; y no lo respeta sino se muestra enérgico en el cumplimiento de sus órdenes,

El afecto hacia el Jefe nace de la simpatía que despierta. El Jefe se hace querer comunicando sus sentimientos y dando confianza para que se proceda con reciprocidad, por ello es indispensable que conozca a cada uno en particular.

Al estudiar el carácter, el valor moral y el vigor físico de sus subalternos, el Jefe adquiere la posibilidad de mandar a cada cual como mejor conviene, y se coloca en condiciones de aconsejar, de darle valor, de guiar: en una palabra, de adquirir confianza pero no basta interesarse por cada uno en particular, sino que debe atender, con solicitud las necesidades ge¬nerales de la colectividad a sus órdenes, preocupándose de la alimentación, el equipo, el vestuario y de todo lo que signifique bienestar de la Unidad.

Debe dedicarle atención a todas las necesidades domésticas de la Unidad, la vigilancia del sin número de detalles; ésta es una de las obligaciones primordiales del jefe puesto que esa previsión asegura el orden y la disciplina y da al inferior la idea que alguien vela por sus necesidades, provocando así la adhesión personal hacia el superior que procede de tal modo.

Un aspecto que puede actuar en forma negativa, el ascendiente del Jefe es el egoísmo, pues su deber es pensar en sus subordinados antes de pensar en sí mismo. El Jefe que se preocupa de la instalación de su tropa antes que de sus intereses, que vigila sin afectación que sean curados los heridos o estro¬peados, que vela porque todos los hombres coman y descansen bien, que reconforta a los débiles y felicita a los fuertes, confirma su autoridad por el lazo fraternal del afecto, ello no excluye la disciplina y constituye una de las más poderosas fuerzas del Ejército.

Las necesidades de la educación militar impone trabajos y sufrimientos: el Jefe debe tratar de que sus subordinados comprendan que esas penalidades no las corren por desidia ni por indiferencia, sino para endurecerlos en la vida de campaña, estimulando su propio honor e invo¬cando su patriotismo.

El Jefe debe abstenerse de por sí, y prohibir en absoluto a los comandantes intermediarios que se injurie a los soldados o que se les demuestre orgullo de posición social o racial, pues el tono imparcial de mando predispone a aceptar con alegría las fatigas y sufrimientos; la estimación despierta la confianza, y la compasión por las desgracias personales de los inferiores, compromete la gratitud.

Establecida la simpatía entre el Jefe y sus subordinados, es fácil a éstos soportar las exigencias y privaciones del servicio con alegría y voluntad. Al contrario, si no les mueve el corazón no podrán obtener nada sino a fuerza de vigilancia y de represiones sin lograr que el inferior cum¬pla sus deberes con entusiasmo.

El espíritu de justicia es otro de los fundamentos en el ascendiente del Jefe quien debe ser obstinado y rigurosamente justo. La primera condi¬ción y la más difícil de lograr es resistir los asaltos del favoritismo, ven¬gan de donde viniere, esto requiere una verdadera fortaleza de carácter El Jefe está obligado a oponerse a todas las solicitudes de favor, colocar una valla infranqueable, pues hay actos de favoritismo que son crímenes contra la patria, como el conceder ascensos a los que no lo merecen posponiendo a los mejores.

El Jefe debe ser rigurosamente imparcial en materia de sanciones. Primero hay que prevenir las faltas: pero una vez que éstas se producen, no quedan sino tres actitudes: cerrar los ojos, en cuyo caso es más responsable que el culpable; pronunciar un discurso de protesta, que no da resultado alguno, o castigar, única solución moral y eficaz, Si no se castiga al culpable, sus camaradas pierden la noción de que el Jefe tiene como atributo la justicia pero si se le castiga apropiadamente la vida militar continúa su curso normal. En todo caso el Jefe no olvidara que si vacila en reprimir una falta flagrante, sobre todo en materia de disciplina, pierde el ascendente de sus subalternos.

3.- El poder del Jefe depende de su valor personal, del valor de sus subalternos y de la colaboración que le prestan todos sus subordi¬nados.

El poder con que el Jefe deberá actuar en el combate, es el la resultado de su valor personal, del valor y adhesión de los cuadros subalternos, del valor y número de sus hombres, depende de la colaboración organizada de todos

El Jefe debe ser valeroso y resistente, gracias a esta dualidad impone respeto, conquista estimación, inspira confianza y quita rudeza al carácter impositivo de las órdenes. El valor aumenta su autoridad moral: manda más con la acción que con la palabra y más con ésta que con los galones. A la hora del peligro se convierte en el más valeroso con el derecho del más fuerte.

A un Jefe valeroso, se le disculpa el rigor con que manda porque todos saben que se gobierna a sí mismo con tanto o mayor rigor, que a su tropa. En cambio sí es un Jefe pusilánime emplea el rigor, todos ven en su actitud una especie de venganza que toma por no poder afirmar su autori¬dad de otra manera.

Sin embargo la valentía del Jefe no excluye la prudencia, pues un sacrificio inútil y que no sirva de ejemplo es un crimen pues la vida del hombre no se gasta en vano. Él tiene la obligación de poner de manifies¬to que tiene un concepto claro del valor de la vida y de que no debe sacrifi¬car sin provecho vidas por un ideal superior.

El buen jefe debe anhelar siempre que sus inmediatos subordinados sean activos, valerosos y resueltos; el mediocre trata de alejarse de indi¬viduos de esta especie y no busca tener a sus órdenes sino inferiores timoratos, pues estos le hacen fácil el comando mientras que los primeros lo obligan a saber mandar.

El buen jefe prefiere subalternos ardientes resueltos y emprende¬dores y debe excitar sus cualidades y saber conducirlos, porque es preferible la altivez a la deslealtad o a la claudicación, el error a la debilidad.

Todo Jefe debe tener interés en aumentar las fuerzas morales de sus subordinados dándoles pruebas de estimación y aprecio, uno de los más crasos errores que puede cometer un jefe es tratar a sus inmediatos como factores sin importancia. La cortesía en las relaciones personales de unos y otros afirma la autoridad del que manda y facilita el cumplimiento por parte del que obedece, principalmente en combate, el jefe debe dar muestras de serenidad y aprecio al subalterno, invocando los nobles senti¬mientos de éste y reconociendo sus buenas aptitudes al confiarle una misión delicada o que merezca sacrificio.

Para tener mayor autoridad, un jefe tiene que prescribir todo mal tratamiento al subalterno en presencia de la tropa, porque la autoridad de éste es uno de los factores de la suya, tampoco se debe esgrimir la crí¬tica acerba, ni la ironía, porque ello seria un abuso de autoridad, ya que el interno esta incapacitado para proceder en igual forma. A los subordi¬nados se les habla como colaboradores indispensables, eficaces y decididos a obedecer, a fin de intensificar el espíritu de subordinación. Particularmente es importante el uso de la cortesía en el saludo y las expresiones de dignidad que exaltan la personalidad humana. Este sentimiento de dignidad personal, es un elemento de energía que aumenta la fuerza moral y debe ser estimulado por todos los medios al alcance del Jefe. La detestable idea de apocar al inferior está más extendida de lo que parece. En algunos es un instinto de torpe arrogancia que da por resultado la pérdida de la dignidad personal por parte del inferior, pues lo inclina a la excesiva humildad y a la bajeza de espíritu. Entre otros es el fruto de un error intelec¬tual. pues se llega a creer falsamente que la humillación del inferior, es una prueba de disciplina y que así se afirma la autoridad por un temor saludable. A menudo se deprime al subalterno bajo la influencia de senti¬mientos innobles, tales como la vanidad y la fatuidad personal, que no permite a quien la pone en juego, contemplar que otros hombres puedan obedecer sin arrastrarse, movidos sólo por la conciencia del deber común.

4.- La palabra y el ejemplo del Jefe son necesarios a la tropa.

La palabra y el ejemplo son necesarios para inflamar el corazón en el campo de batalla; en el combate moderno, el soldado escapa frecuentemente a la vigilancia de los cuadros: no tiene poder en la disciplina material, y sólo la disciplina moral lo mantiene en el cumplimiento del deber.

De todos los resortes de mando y educación de que dispone el Jefe, el más eficaz es el ejemplo, basado en el instinto de imita¬ción pues al presentarse como modelo demuestra que es factible para todos, alcanzar el ideal o el objetivo perseguido o designado. El ejemplo, aunque sea mudo es el más eficiente instructor que existe, su escuela es la vida práctica en la que se enseña por la acción, siempre más con¬vincente que la palabra. La enseñanza oral puede indicar el buen camino: pero la fuerza que a todos se comunica y a todos arrastra, es la fuerza persistente y silenciosa del ejemplo. La palabra se honra practicando lo que se enseña así pues, nada hay más peligroso que una buena enseñanza teórica acompañada por un mal ejemplo.

El Jefe que afirma y prueba su autoridad por el ejemplo, consigue que la tropa se le entregue por completo y sin reservas mentales. Es claro que el ejemplo cobra mayor eficiencia tratándose de los comandantes de las más pequeñas unidades; pero no es menos importante que sobre todo en las horas graves, el Jefe sepa presentarse y hacerse visible en el campo de batalla.

Nada eleva tanto la moral de las tropas, particularmente durante una defensiva prolongada, corno la presencia del Jefe en las primeras líneas; si éste conoce su papel no va allí para examinar el emplazamiento de una ametralladora o el trazado de una trinchera, que son detalles nimios, debe ir para mostrarse y hacer conquista de los corazones de sus allegados.

Un Jefe debe preparar a su tropa antes de emprender una operación importante. La palabra sobre todo en un medio como el nuestro, impresionable y desconfiado tiene mayor ascendiente que una orden es¬crita, hará uso de ella en forma simple, sin aparatos, explicando a sus inferiores las condiciones en que van a luchar, las probables dificultades que hay que vencer, los resultados que esperan alcanzar, sin ocultar nada, sin exagerar lo menor, esto es hablando claro. Un Jefe puede alucinar a una tropa una vez pero no dos veces, pues, el soldada no llega a perdonar nunca a quienes lo hayan engañado.

Producido el combate, casi siempre duro, penoso y fatigante, una vez mas está el puesto del Jefe en el campo de acción, los subordinados le escucharán con mayor interés que nunca, porque le ven compartir sus mismos peligros. Si llega dispuesto a otorgar condecoraciones o recompensas, con su alma vibrando, con la misma emoción patriótica de los hombres a sus órdenes; si sabe enseñar sus deberes a la tropa, entonces el ejercerá sobre ésta una influencia inmensa y podrá, sin vacilar pedirle y obtener de ella un nuevo y prolongado esfuerzo.

La tarea moral del Jefe no concluye al retirar su Unidad de la línea de combate, después de largas jornadas de sacrificios y heroísmos, al contrario, comienza entonces de nuevo porque es preciso que cada uno olvi¬de las visiones trágicas pasadas y solo lo conserve en su memoria el recuerdo de la gloria conquistada. El Jefe reúne su Unidad para que todos vean aún es numerosa y potente; honra en ese instante a los muertos, para que así se arriesgue el soldado a perder su vida, sabiendo que no se le olvida¬rá si muere: reconforta a los heridos; distribuye recompensas en los me¬recedores; y da todo el resplandor posible a estas ceremonias. Batalla de Carabobo.

FACTORES DE DETERIORO Y MEJORAMIENTO DE LA MORAL

1.- Los factores de deterioro de la moral

Los resultados obtenidos por medio de esas diferentes técnicas, tomadas aisladamente o en conjunto, permiten precisar la existencia y la influencia de los factores que actúan negativamente sobre la moral militar y más especialmente sobre la del combatiente. La naturaleza misma de la condición militar implica la acción de estos agentes destructivos. El paso del estado civil al estado militar, verdadero fenómeno de ruptura social, exige al individuo, no solamente una adaptación individual a finalidades precisas, sino su inserción dentro de un nuevo marco colectivo que obedece a leyes especiales. Si bien estas dificultades de adaptación individual y colectiva son menores para el soldado profesional cuyo entrenamiento es más progresivo y cuyos gustos están más de acuerdo con las exigencias de la profesión militar, en cambio asechan inevitablemente a la inmensa masa de los reclutas. Numerosas encuestas realizadas por medio de cuestionarios han comprobado los datos de la experiencia al respecto, de manera que es posible clasificar en la siguiente forma los factores principales de deterioro de la moral:

A. La Obligación de Matar.

La obligación de dar muerte (y a menudo de comprobarla) provoca en la mayor parte de los combatientes un sentimiento de culpa perjudicial para la moral. En algunos casos puede conducir a la objeción por razones de conciencia.

B.- Restricciones.

Las numerosas restricciones impuestas al ciudadano movilizado (falta de comodidades físicas, abstinencia sexual, separación familiar, desaparición de las ganancias, etc.), crean un estado de tensión que deprime la moral.

C.- Convenciones y Servidumbre Militares.

Las reglas, convenciones y prácticas militares a menudo parecen ser ridículas e inútiles, restringen la libertad individual y por ello se las considera artificial. Cualquiera sea su flexibilidad constituyen una coacción capaz de originar la hostilidad.

2.- Los Factores de Mejoramiento de la Moral.

Un primer grupo de reformas consiste en reducir por medios apropiados los agentes destructores de la moral inherentes a la vida militar y al combate. El complejo de culpabilidad originado por la obligación de matar será objeto de conversaciones explicativas, y el comando deberá esforzarse, cada vez que sea posible, por disimular los efectos destructores producidos (tiro, bombardeo, etc.). Las restricciones deberán ser atenuadas por toda clase de distracciones (correos, permisos, deportes, etc.). La disciplina y las convenciones militares se reducirán a lo estrictamente necesario y serán objeto de comentarios justificados.

La ansiedad latente y el temor se combatirán por medio de la exposición de los riesgos restringidos en que se incurre, apoyados con estadísticas. Pero estos paliativos tienen poco valor y son discutibles en muchos casos, Por lo tanto sólo deben utilizarse, recurriéndose a procedimientos menos artificiales y más constructivos.

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