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Cuturas Peruanas


Enviado por   •  9 de Abril de 2014  •  2.335 Palabras (10 Páginas)  •  266 Visitas

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SAN ANTONIO MARÍA CLARET

ARZOBISPO DE CUBA

En el siglo pasado Cuba se vio honrada durante más de un lustro con la presencia de un Santo admirable, un varón de Dios que produjo en la isla una milagrosa resurrección espiritual: San Antonio María Claret, Arzobispo de Cuba entre 1851 y comienzos de 1857. Su diócesis comprendió Camagüey y Oriente.

Este fue un hecho de capital importancia que puso pronto en peligro su recién fundado Instituto por sus opositores. Aceptó el cargo después de todos los intentos de renuncia y antes de embarcarse para Cuba y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz de Isabel la Católica efectuó tres visitas: a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en Sallent, su lugar natal. Además, antes de partir fundó la Congregación de las "Religiosas en sus Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María, actual Filiación Cordimariana." En el puerto de Barcelona un inmenso gentío despidió al Arzobispo Claret con una apoteósica manifestación.

En el viaje hacia La Habana aprovechó para dar una misión a bordo para todos los pasajeros, oficiales y tripulación. Y al fin... Cuba. Seis años gastaría Claret en la diócesis de Santiago de Cuba, trabajando incansablemente, misionando, sembrando el amor y la justicia en aquella isla en la que la discriminación racial y la injusticia social reinaban por doquier.

La Iglesia celebra su fiesta el 24 de octubre, día del fallecimiento de ese "hombre todo de Dios", según exclamara Pio IX después de conocerlo. Nacido en 1807 en la provincia de Barcelona, España, Antonio María se hizo sacerdote y, poco después, misionero, recibiendo de la Santa Sede en 1841 el título de "misionero apostólico". En julio de 1849 fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y en agosto del mismo año el Papa lo nombró Arzobispo de Santiago de Cuba, cuando aún no había cumplido 42 años de edad.

Llegada a Cuba

El 18 de febrero de 1851, el Santo entra solemnemente en la ciudad de Santiago de Cuba, colocando su actividad pastoral bajo la protección de la Virgen de la Caridad del Cobre, de quien fue entusiasta devoto. Encuentra la Archidiócesis aquejada por gravísimos problemas religiosos, morales, sociales y políticos. El 24 de noviembre de 1851, poco después de recorrer por primera vez su vasta Archidiócesis, escribe al Obispo de Vich, Cataluña, una carta en la que retrata ese lamentable cuadro de abandono espiritual y material: "Me lleno de indignación al presenciar el criminal abandono en que el Gobierno español tiene al clero de este Arzobispado".

Durante el tiempo que estuvo en Cuba, el Santo se dedicó infatigablemente a la reforma del clero; a reconstruir el seminario, al cual hacía 30 años que no ingresaba un seminarista; a la creación de nuevas Parroquias; a fundar cajas de ahorro "para utilidad y morigeración de los pobres"; y a misionar a los fieles de la vasta Archidiócesis. Como un ejemplo de su actividad apostólica incansable, baste mencionar que administró el Sacramento de la Confirmación a nada menos que trescientos mil cubanos, correspondientes a un tercio de la población de la isla en ese entonces.

Fue un Arzobispo evangelizador por excelencia. Renovó todos los aspectos de la vida de la iglesia en Cuba: sacerdotes, seminario, educación de niños, abolición de la esclavitud. En cinco años realizó cuatro veces la visita pastoral de la diócesis. El pueblo de Baracoa, por ejemplo, tenía 62 años que no veía obispo alguno.

Se enfrentó a los capataces, les arrancó el látigo de las manos. Un día reprendió a un rico propietario que maltrataba a los pobres negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no estaba dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intentó darle una lección. Tomó dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prendió fuego y pulverizó las cenizas en la palma de su mano. "Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia hay entre las cenizas de estos dos papeles? Pues así de iguales somos los hombres ante Dios".

Era un hombre práctico. Fundó en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores; creó escuelas técnicas y agrícolas, estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de Ahorros, fundó asilos, visitó cuatro veces todas las ciudades, pueblos y rancherías de su inmensa diócesis. Siempre a pie o a caballo.

Atentado contra su vida

Pero, ni siquiera en Cuba le dejaron en paz sus enemigos. Comenta el Santo, "el demonio no podía mirar con indiferencia la multitud de almas que cada día se convertían al Señor", por lo cual los enemigos de la Religión desencadenaron numerosas persecuciones y calumnias en su contra. Ya en sus tiempos de misionero, él había expresado su disposición de nunca dejar de cumplir el deber apostólico de la predicación, "aunque me esperasen en la escalera del púlpito con el puñal en la mano". Y con un puñal lo hirieron gravemente en la ciudad de Holguín, el 1o. de febrero de 1856, víspera de la Purificación de la Santísima Virgen María. Fue un sicario a sueldo de sus enemigos, al que había sacado poco antes de la cárcel, cuando salía de la iglesia.

El Santo Claret, casi agonizando, pidió que perdonaran al criminal. A pesar de todo, sus enemigos siguieron sin perderle de vista. Estas fueron sus palabras: "Yo bajé del púlpito fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función, había mucha gente y todos me saludaban. Se acercó un hombre, como si me quisiera besar el anillo; pero al instante alargó el brazo, armado con una navaja de afeitar, y descargó el golpe con todas su fuerza. Pero yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el cuello, como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde la frente a la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió el brazo derecho. Hecha la primera cura, me llevaron a la casa. No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por el amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades Evangélicas”.

El pronto restablecimiento del Santo sorprendió a sus médicos y a cuantos lo rodeaban. Pero las cicatrices lo acompañaron para siempre. En las sesiones del Concilio Vaticano I, San Antonio María Claret evocaba aquel episodio, repitiendo las palabras de San Pablo: "Llevo en mi cuerpo las cicatrices de Cristo". Durante el resto de su

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