De La Independencia A La Revolucion
Leonardo8114 de Noviembre de 2013
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De la Independencia a la Revolución
La Campaña de Hidalgo
La "carencia de un Rey legítimo" en España permitió el inicio de las conspiraciones: durante el gobierno de Francisco Xavier Lizana, en Valladolid se organizó un grupo de opositores gracias a José María Obeso y José Mariano Michelena. Aparentemente, sus planes iban por buen camino; sin embargo, fueron descubiertos y uno de los miembros de su cofradía, Ignacio Allende, trasladó la conspiración a San Miguel el Grande y Querétaro.
Los conjurados se reunían bajo la pantalla de celebrar "tertulias literarias" gracias al apoyo de los corregidores de Querétaro, Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz. Pronto se incorporaron a ellos Miguel Hidalgo, Juan Aldama y José María Sánchez. Al cabo de varias juntas el plan estaba listo: la insurrección se iniciaría en diciembre de 1810.
A pesar del sigilo, la intriga quedó al descubierto pero Josefa Ortiz pudo avisar a Aldama y Allende. Ambos partieron rumbo a Dolores para encontrarse con Hidalgo. Luego de sopesar las posibilidades cayeron en cuenta que sólo tenían la opción de tomar las armas y Miguel Hidalgo, en vez de llamar a misa, convocó a los habitantes del pueblo a la insurrección.
La suerte comenzó a sonreír a los insurgentes: sin grandes problemas tomaron San Miguel y Celaya, donde la muchedumbre nombró generalísimo a Hidalgo y otorgó el cargo de teniente a Ignacio Allende. Incluso, en aquellos días, Hidalgo convirtió en su bandera la imagen del nacionalismo mexicano al apropiarse de un estandarte de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en el santuario de Atotonilco.
El inicio de la revuelta en el Bajío -el principal cruce de caminos en Nueva España- permitió que la noticia se difundiera con gran velocidad y, en varios lugares, se iniciaran levantamientos similares: José María Morelos -un sacerdote que había sido discípulo de Hidalgo- recibió la encomienda de "insurreccionar el sur", mientras que José Antonio Torres tomó la ciudad de Guadalajara.
A los doce días de iniciada la marcha, las tropas de Hidalgo llegaron a Guanajuato, donde enfrentaron su primera batalla formal: la toma de la alhóndiga de Granaditas. El combate fue cruento, pero el saqueo y los excesos de los insurgentes fueron mucho peores, a tal grado que perdieron la simpatía de una buena parte de los criollos.
La victoria de Guanajuato los llevó a seguir adelante y tomar rumbo a la capital novohispana, que en aquellos momentos se hallaba desprotegida. Así, el 30 de octubre de 1810, las fuerzas insurgentes presentaron batalla en el Monte de las Cruces, donde obtuvieron una difícil victoria. La posibilidad de tomar la Ciudad de México estaba al alcance de sus manos; aunque el temor al saqueo, la posibilidad de que sus fuerzas quedaran rodeadas por el ejército de Calleja o las primeras desavenencias entre los líderes insurgentes, los llevaron a retirarse.
A los pocos días, la suerte de "los alzados" comenzó a menguar: en Aculco fueron vencidos por los realistas y los líderes del movimiento se separaron: Allende dirigió sus pasos hacia Guanajuato, mientras que Hidalgo avanzó a Guadalajara. No era casual que la fortuna dejara de sonreírles, el gobierno virreinal había encargado la contraofensiva a quien se convertiría en el gran enemigo de los insurgentes: Félix María Calleja.
En Guadalajara, Hidalgo organizó su gobierno y dictó sus primeras medidas: abolió la esclavitud y los estancos, y declaró que las tierras de las comunidades eran de uso exclusivo de los indígenas. Pero también autorizó la ejecución de los españoles que fueran hechos prisioneros.
La presión de Calleja lo obligó a tomar rumbo al norte y sufrir la derrota definitiva: en Puente de Calderón, los 5 000 hombres de Calleja batieron a 90 000 insurgentes. El desastre -que fue acrecentado por la pérdida de municiones- era irreparable: los líderes insurgentes huyeron hacia el noroeste del virreinato y, durante la marcha, le arrebataron el mando a Hidalgo para entregárselo a Allende.
Pero ya era demasiado tarde: fueron traicionados y aprehendidos en Acatita de Baján. Luego del juicio fueron fusilados y decapitados. Sus cabezas enjauladas se colgaron en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas.
Las Campañas de Morelos
Las Batallas del Siervo de la Nación
La derrota de las fuerzas comandadas por Hidalgo y Allende no implicó el fin de la lucha. En el sur del territorio novohispano, José María Morelos había logrado articular un gran movimiento: sus fuerzas tenían un regular tamaño y contaba con cierto apoyo de los sectores medios y bajos de la sociedad; asimismo, se sumaron a su causa una serie de personajes fundamentales para su lucha y el futuro del país: Mariano Matamoros, Hermenegildo Galeana, Manuel Mier y Terán, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero.
Además del talento militar, Morelos contaba con gran sentido común, el cual le permitió sacar ventaja de las condiciones en las que actuaban sus fuerzas y logró llevar a cabo una impresionante campaña en el sur de Nueva España, apoderándose de Chilpancingo, Tixtla, Chilapa, Taxco, Izúcar y Cuautla. Pero Calleja -el gran militar realista- logró sitiarlo en Cuautla donde resistió durante dos meses y, milagrosamente, logró escapar con rumbo a Acapulco, donde obtuvo una victoria.
Tras los sucesos de Cuautla y Acapulco, las tropas de Morelos comenzaron a enfrentar serios reveses: la iniciativa militar no estaba más en las fuerzas insurgentes, había pasado a manos de los realistas comandados por Félix María Calleja
Rumbo al desastre
Durante los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, Vicente Leñero estrenó una obra de teatro que provocó una gran polémica: El martirio...
Las fuerzas de Morelos sufrieron una serie de derrotas a manos de Calleja, quien -durante 1814- se fortaleció gracias a la llegada de refuerzos peninsulares y el restablecimiento del gobierno absoluto que le concedía, de nueva cuenta, la autoridad al virrey: las condiciones políticas de la lucha habían cambiado casi por completo. Para colmo de males, las pugnas políticas entre los distintos líderes insurgentes obraban en contra de las tropas de Morelos: el Supremo Congreso Nacional Americano, mismo que reunía a los líderes del movimiento, le negó apoyos indispensables.
La lucha por la independencia tenía ante sí dos campos de batalla en los que no lograría obtener la victoria: por una parte, las fuerzas realistas y la legitimidad del gobierno virreinal avanzaban en contra de ellos como una marea imparable y, por la otra, las pugnas entre los líderes del movimiento provocaba fracturas irreparables. De esta manera, no resulta casual que el Congreso insurgente terminara por desmembrarse y que Morelos fuera hecho prisionero el 5 de noviembre de 1815.
El personaje, que fue calificado por Lucas Alamán como "el hombre más extraordinario que había producido la revolución", tuvo que enfrentar un doble juicio: la Inquisición y la Iglesia lo acusaban por faltas contra la religión católica y la sentencia no sorprendió a ninguna persona: Morelos debería terminar sus días ante el pelotón de fusilamiento. Así, el 22 de diciembre de 1815, el Siervo de la Nación acudió a su última cita en San Cristóbal Ecatepec.
Tras su muerte, las fuerzas de Calleja continuaron su avance y el movimiento insurgente quedó reducido a su más mínima expresión: un puñado de guerrillas dispersas en el territorio novohispano, mismas que eran incapaces de lograr la victoria definitiva sobre los realistas.
Los Sentimientos de la Nación Mexicana
El otro rostro de Morelos: la creación de instituciones
La importancia de la etapa de la guerra de independencia protagonizada por José María Morelos y Pavón no puede reducirse a su aspecto militar, pues si bien es cierto que el Siervo de la Nación obtuvo importantes victorias, también lo es que durante aquellos años los insurgentes crearon las primeras instituciones que anticipaban la vida independiente de la nación.
En agosto de 1811 -mientras la figura de Morelos comenzaba a brillar- Ignacio López Rayón instaló en Zitácuaro la Suprema Junta Gubernativa de América, la cual permitió que el núcleo de la primera insurgencia permaneciera unido, al tiempo que hizo uso de la libertad de imprenta y logró enviar un agente a Estados Unidos con la esperanza de obtener ayuda. Sin embargo, sus intentos para promulgar una Constitución fracasaron por completo, pues Calleja desalojó la junta, que terminó disolviéndose en 1813.
A pesar de la importancia de los esfuerzos de López Rayón, Morelos no estaba de acuerdo con sus ideas: mientras el primero sostenía que la soberanía residía en el rey, el segundo estaba cierto que ella residía en el pueblo. La monarquía y la democracia se mostraban como dos opciones irreconciliables.
Frente a estos hechos, Morelos lanzó su convocatoria para que los pueblos eligieran -hasta donde el estado de guerra lo permitiera- a sus diputados para instalar un Congreso. Sólo dos de ellos fueron electos por medio del sufragio popular, otros seis fueron nombrados para representar a la "parte oprimida de la nación". Entre ellos estuvieron los vocales de la Junta de Zitácuaro, incluyendo a Rayón. La inauguración del Congreso de Anáhuac ocurrió el 14 de septiembre de 1813 en Chilpancingo, ante el cual Morelos leyó un discurso fundamental: los Sentimientos de la Nación.
El 6 de noviembre de aquel año, el Congreso suscribió la Declaración de Independencia, misma que fue redactada por Carlos María de Bustamante. En el documento se daba un paso trascendental
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