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Delirio De Obediencia


Enviado por   •  10 de Octubre de 2013  •  532 Palabras (3 Páginas)  •  254 Visitas

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Delirio de obediencia

Desde el momento en que me fue asignada la tarea no he descansado ni un día, ni una noche. Largas horas, largos turnos de minuciosa vigilancia en el colegio mayor, el cual no resultaba muy hogareño por esa época en la presos y estudiantes cruzaban miradas por los pasillos nuevamente controlados por la corona.

Éramos los encargados de prevenir cualquier inconveniente que pudiese afectar a los estudiantes, pues la ejecución de castigos para los rebeldes en el patio del colegio se repetía constantemente y llamaba la atención de los intelectuales por medio de alaridos desgarradores. Se había hecho claridad en que debíamos recorrer las habitaciones y los pasillos con agilidad y precisión para evitar que se cruzara el desplazamiento de los unos con el de los otros.

Fuimos cayendo uno tras otro. La mayoría fueron reasignados a otros puntos estratégicos dentro o cerca de Santa Fe. A algunos se les retiro de las filas por fiebres incontrolables y a otros pocos se les expulsó de la ciudad luego de que los rebeldes retomaron el poder. Pero yo no fui reasignado. Jamás recibí la notificación de un cambio de puesto o de tarea. Mi nombre no apareció en la lista de los que serían enviados a Tunja, tampoco en la de los enfermos y mucho menos en la lista de las personas que debían salir de la ciudad si deseaban continuar con vida.

Los primeras semanas, prestando guardia en soledad, fueron las mas intensas. Cualquier sonido del entorno me alteraba exageradamente. Hasta el mas ligero sonar de la lluvia sobre las tejas de barro me despertaba agresivamente y de un brinco me hacia correr al segundo piso. Con el pasar del tiempo aprendí a reconocer los cotidianos sonidos del colegio, los cuales, en su mayoría, no eran producidos por mi andar.

Luego de caer en la cuenta de que ningún comandante podría reprenderme por mi aspecto ni por la forma en que portaba el uniforme me deshice de mis botas y las remplace por un par de cotizas viejas que encontré en una de las habitaciones de servicio. Aunque no era mi intención, progresivamente me fui despojando de todo el uniforme y acabe cumpliendo con mi ronda descalzo, cubierto con un camisón blanco y con una lamparilla en la mano.

Día tras día se reducían mis horas de sueño. Pensar toda la noche que al día siguiente tendría que volver a marcar los mismo pasos hacia que renunciara al merecido descanso al final del día. Ahora mi tarea se extendía a sesiorarme de que las cosas permanecieran en su lugar durante la noche. Debía conservar el orden. Era todo un acontecimiento ver elementos nuevos en el suelo de los pasillos. Estos nunca resultaban ser cosa distinta que pequeños trozos de piel y partes de mis extremidades. Esto no me produjo mayor sorpresa.

Un largo tiempo después de ver uno de mis meñiques rodando por las escaleras

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