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Desastres

richark6 de Mayo de 2013

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a. Introducción

Las primeras crónicas de desastres datan del siglo XVI y desde ese momento, la forma en que la población y las autoridades han actuado frente a las emergencias ha entrañado una combinación de improvisada generosidad con abusos oportunistas. Ocurría un desastre importante y sus efectos se iban olvidando con el paso de los años hasta que nuevamente la naturaleza mostraba su cara tenebrosa y la gente se veía obligada a sumergirse en la acción, como si las actividades meramente físicas de desenterrar de entre los escombros a muertos y heridos, ayudar a los vecinos a reconstruir y plantar de nuevo los campos, pudieran suavizar en hecho de que seria cuestión de tiempo hasta que la adversidad llamara a la puerta y hubiera que enfrentar un próximo desastre.

La realidad muestra que esta era la manera como se manejaban los desastres en las Américas hasta los primeros años de la década de los setenta. La mayor parte de las veces en socorro se prestó con mucha generosidad y solidaridad, pero adoptando medidas improvisadas y poco coordinadas, con lo que se presentaron problemas de competencia entre sectores y adicionalmente una respuesta internacional de ayuda que no era la más apropiada técnicamente o la mas sensible culturalmente. Esta respuesta o fase de socorro que incluía la rehabilitación y reconstrucción inmediata, cada vez se hizo mas frecuente y mas compleja debido al crecimiento de la población expuesta al riesgo y a la dependencia en aumento de la sociedad respecto a servicios indispensables como agua, electricidad, comunicaciones, carreteras y puertos.

Estas experiencias traumáticas mostraron a los países la necesidad de organizarse con el fin de responder mejor a los diferentes problemas que generalmente acompañan a un desastre, es decir: rescatar a los sobrevivientes, atender a los heridos, apagar los incendios y controlar los escapes de sustancias peligrosas, brindar albergue, agua y alimentación a los damnificados, evacuar a las personas a lugares más seguros, establecer comunicaciones, resguardar la seguridad y el orden público, e identificar y disponer de los cadáveres, entre otros.

Varias catástrofes pusieron de relieve las deficiencias de una respuesta organizada. Asignar toda la responsabilidad a las fuerzas armadas u otro órgano similar, sin inversión previa de recursos y participación del resto de la nación, trae consigo una fase caótica en la que los sobrevivientes enfrentan además de la recepción de la asistencia, a veces contraproducente, de una multitud de organismo e instituciones locales, nacionales e internacionales que actúan, no sólo por mandato, sino también porque por buena voluntad quieren brindar ayuda a los que sufren los efectos del desastre.

La fase de respuesta es compleja, porque además de la gran cantidad de entidades que participan, el problema mayor radica en la toma de decisiones sin medir sus repercusiones. Se complica aún más si se pretende tomar decisiones y dirigir las operaciones sin conocer siquiera su funcionamiento en condiciones normales en lugar de coordinar los esfuerzos de los actores locales.

En todos los tiempos y culturas el ser humano generalmente ha tenido una actitud pasiva y facilista o ignorante frente a las dinámicas del medio ambiente físico. Aún está profundamente arraigado el considerar las manifestaciones violentas de la Naturaleza como designios de Dios o asuntos ineludibles de la Naturaleza misma. Es común que ello se exprese en actitudes fatalistas, de resignación y postración, o simplemente de rechazo frente a un tema en el cual el bienestar o incluso la vida están comprometidas en un futuro incierto.

Planificar con el factor riesgo es, fundamentalmente (y el término mismo lo implica) un proceso de toma de decisiones frente a incertidumbre. Cada vez más, se espera de la Ingeniería un estrecho compromiso entre la búsqueda de mejor calidad de vida, de opciones de desarrollo y de la menor influencia adversa sobre el Medio Ambiente, lo que conduce a la necesidad de entender la complejidad del problema del manejo de riesgos, tratando sus diversas facetas: culturales, históricas, antropológicas, científico-naturales, técnicas, económicas, entre otras.

Gran parte del riesgo asociado a los fenómenos naturales puede atribuirse a problemas de percepción. Así como el riesgo de los fenómenos de evolución rápida (p. ej. sismos) no se percibe bien por su escasa ocurrencia, el riesgo que causan fenómenos de evolución lenta, generalmente no es percibido adecuadamente por esa característica, su lento y poco violento desarrollo. La escasa percepción de riesgos también puede deberse a negaciones individuales y colectivas que, incluso en lapsos de pocos años, pueden borrar de la memoria la ocurrencia de fenómenos amenazantes.

Para aportar a una nueva visión de los fenómenos amenazantes, de la vulnerabilidad de poblaciones y de las obras civiles y, sobre todo, al entendimiento que los desastres no sólo son producidos por eventos de gran magnitud que ocasionalmente afectan extensas regiones y producen ingentes daños, si no que en nuestro medio socioeconómico y cultural hacen parte de la cotidianidad y que, probablemente, están creciendo en frecuencia y en efectos.

Esta información, o la más reciente sobre los centenares de eventos desastrosos, desde los que afectan a individuos y pequeñas comunidades hasta los que producen víctimas fatales, reportados en los últimos meses, serían motivo suficiente para que en la Ingeniería colombiana se pensara más en la responsabilidad que le cabe frente a su interacción con la Sociedad y con la Naturaleza, siempre dinámica y actuante según leyes que a veces se nos olvidan, incluso en el salón de clase.

DESARROLLO

1. Incendios Forestales

1. Introducción

En el siguiente trabajo hablaré de la problemática ambiental que son los incendios forestales en la Argentina, fenómeno bastante habitual en nuestro país.

Algunos causados por la naturaleza, pero otros por descuidos del hombre, que no se preocupa por este tipo de problemas. Cada año este fenómeno crece y nadie hace nada para evitarlo, si uno ve las cifras de hectáreas perdidas por los incendios a lo largo de la historia, es de no creer.

En lugares como Bariloche, donde los bosques forman un papel preponderante en la vida de la ciudad, se queman miles y miles de hectáreas cada año y sin parecer que a nadie le importe. La mayoría de las veces los crean la naturaleza y siempre es la naturaleza (la lluvia) quien los apaga.

Además de donde se dan los incendios y conque proporción, hablaré de las diferentes formas con que se tratan de apagar los incendios, y así también la forma de evitarlos, porque es mejor evitarlos, y no esperar a que el fuego crezca de una forma incontrolable, (como sucede siempre) y dejar que lo apague la naturaleza.

Para realizar esta investigación se estuvo buscando información de incendios forestales de los últimos años, como así también opinión de la gente que vive cerca de donde se generan estos incendios, mapas aéreos de las zonas afectados, y estadísticas para darnos cuentas si estos hechos están aumentando o disminuyendo con el pasar de los años.

Este trabajo esta realizado con el objetivo de mostrarle a la gente que el problema de los incendios forestales es serio, y no algo que tiene que pasar desapercibido, y para concienciar a la gente y tratar de educarla, así entre todos poder mitigar este problema.

2. Tipos de incendio y sus consecuencias

Existen varias formas en que la vegetación se quema, y cada una con su consecuencia.

Estepa patagónica

Los llamados pastizales corresponden a la estepa patagónica, cubierta en su mayoría por pastos secos como el coirón o el neneo, unos matorrales bajos y semiesféricos. A esto se le suman sauces en los cauces de los arroyos y arbustos espinosos desperdigados por el medio de la nada.

Estos pastos no se queman como usualmente se ven en otras partes del país. Los pastos de la estepa se queman a mucha temperatura y producen mucha llama. Cuando el viento está en calma, se queman lentamente, pero cuando el viento sopla, las llamas son llevadas como la espuma de las olas, haciendo que el fuego avance a una velocidad vertiginosa. Ni siquiera los caminos son capaces de detener el avance d e un fuego con viento.

Cuando el fuego ha pasado, no queda nada sobre y debajo del suelo. Si la combustión fue rápida hay una probabilidad de que las raíces hayan sobrevivido, y la planta vuelve a recuperarse en un lapso de dos o tres años. Si no es así le demandará un poco más de tiempo, pero no más de diez años. El problema es que al no haber vegetación el suelo queda expuesto. El viento hace un trabajo erosionador impresionante.

En días de viento, a muchos kilómetros de distancia se ven las columnas de polvo elevarse en los cerros. Es ese mismo polvo que se junta formando dunas y ayudando a la desertificación de la Patagonia. Cuando llueve, el panorama no es mucho mejor, ya que el agua se lleva gran parte del suelo expuesto, dejando profundos surcos y causando aluviones de barro que cubren lo que quedó intacto.

Bosques

El incendio de bosques, árboles en general, es más complejo. Pero puede ser reducido a dos aspectos básicos: el fuego de copa y el fuego de sotobosque. El fuego de copa es el más peligroso. Es cuando el viento sopla con furia. Todo el follaje del árbol arde al mismo tiempo en una gigantesca llamarada. El calor generado ronda los 600 a 1000 grados, e incluso puede alcanzar los 1500. Serviría para derretir el hierro. Como en un bosque un árbol no se quema solo, el efecto es abrumador. Esta gran masa incandescente eleva tanto la temperatura del

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