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Documentos De Bolivar


Enviado por   •  29 de Mayo de 2014  •  13.072 Palabras (53 Páginas)  •  387 Visitas

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Declaración Matrimonial de Simón Bolívar

5 de Mayo de 1802

Declaración del Contrayente

En la Villa de Madrid a cinco de mayo de mil ochocientos y dos, en virtud de lo mandado en el auto anterior y comisión que por él se me confiere, yo el notario recibí juramento que hizo a Dios Nuestro Señor y una señal de cruz según derecho, el que expresó ser el contrayente, ofreciendo bajo de él decir verdad; fue preguntado y dijo: se llama Don Simón Bolívar, natural de la ciudad de Caracas, Diócesis de este nombre, en América, hijo de Don Juan Vicente y Doña Concepción

Palacios, difuntos; que hace días está últimamente en esta Corte, feligrés de la parroquia de San Sebastián, viviendo en la calle de Atocha número ocho; antes estuvo en la Villa de Bilbao un año, aunque en él hizo varias salidas a Francia y Santander; anteriormente estuvo en esta corte unos veinte meses en la misma feligresía de San Sebastián, en la calle y casa que hoy vive, y también en la calle de los Jardines unos tres meses, feligresía de San Luis, y lo demás de su vida permaneció en su natural; que siempre se ha mantenido y mantiene libre y soltero, sin haber dado palabra de casarse a otra persona más que a Doña María Teresa Rodríguez, a quien la prometió hará un mes; y se la quiere cumplir casándose con ella de su libre voluntad: que no tiene hecho votos de ser religioso ni guardar castidad, parentesco con la susodicha ni otro impedimento canónigo que le obste su casamiento. Y que es verdad bajo juramento hecho en que se afirmó, lo firmó y expuso ser de edad de diez y ocho años de que doy fe.

Ante mí:

Diego Alonso Martín

(Con rúbrica)

Simón Bolívar

JURAMENTO PRONUNCIADO EN ROMA

El 15 de agosto de 1805.

¿Conque éste es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano cien Calígulas y por un Vespasiano cien Claudios. Este pueblo ha dado para todo: severidad para los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los Emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales tributa­rios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrilegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Catón. Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aqui­latadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enal­tecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada. La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus faces, ha hecho ver todos sus elementos; más en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.

¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!

Simón Bolívar

CARTAS AL GENERAL FRANCISCO DE MIRANDA

Caracas, 12 de julio de 1812

Señor General Francisco de Miranda

Mi general:

Después de haber agotado todas mis fuerzas físicas y morales ¿con qué valor me atreveré a tomar la pluma para escribir a Ud. habiéndose perdido en mis manos la plaza de Puerto Cabello? Mi corazón se halla destrozado con este golpe aún más que el de la provincia. Esta tiene la esperanza de ver renacer de en medio de los restos que nos quedan, su salud y libertad: sobre todo, Puerto Cabello no espera más que ver aparecer el ejército de Venezuela sobre Valencia para volverse a nosotros pues nada es más cierto que aquel pueblo es el más amante a la causa de la patria y el más opuesto a la tiranía española. A pesar de la cobardía con que, al fin, se han portado los habitantes de aquella ciudad, puedo asegurar que no por eso han cesado de tener los mismos sentimientos. Creyeron nuestra causa perdida porque el ejército estaba distante de sus cercanías. El enemigo se ha aprovechado muy poco de los fusiles que teníamos allí, pues la mayor parte de ellos los arrojaron a los bosques los soldados que los llevaban, y los otros quedaban muy descompuestos: en suma, creo que apenas lograron doscientos por todo.

Espero se sirva Ud. decirme qué destino toman los oficiales que han venido conmigo: son excelentísimos y en mi concepto no los hay mejores en Venezuela. La pérdida del coronel jalón es irreparable, valía él sólo por un ejército.

Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me hallo en ánimo de mandar un solo soldado; pues mi presunción me hacía creer que mi deseo de acertar y el ardiente celo por la patria, suplirían en mí los talentos de que carezco para mandar. Así ruego a Ud., o que me destine a obedecer al más ínfimo oficial, o bien que me dé algunos días para tranquilizarme, recobrar la serenidad que he perdido al

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