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El Principio De La Dominacón


Enviado por   •  27 de Enero de 2015  •  7.132 Palabras (29 Páginas)  •  436 Visitas

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TEXTO N° 1.1

El principio de la dominación (1531 -1580)

A mediados del XIX, en su Historia de la conquista del Perú el historiador sajón William Prescott plasmó, con rasgos vivaces, la gesta de la invasión ibérica. Relato-mural de primeros planos, con las figuras protagónicas animadas y fuertes, como lo hubiera hecho el propio Carlyle. Sentido de acción escénica, también: sirve de prólogo un vistazo a la cultura inca, con Garcilaso de la mano; se monta el tablado andino y en él írrumpen, como dioses de la máquina, los centauros españoles. 170 héroes hacen trizas el Imperio, se llenan de oro y fama, se devoran entre sí. Al fin, el telón baja cuando el brazo largo del rey pacifica la tierra e impone para 300 años la pax hispanica. ¿Otras virtudes? Fácil amenidad, maestría

en el relato -en el género de las gustadas leyendas moriscas de Washington Irving-, pericia en el manejo de las fuentes recibidas. Ni faltó en su historia romanceada, siquiera, la correcta

dosis moralizante: elogios al coraje de un caudillo indio, censuras a la avaricia o crueldad de un capitán español.

Tal esquema, que evocaba los inicios de la expansión capitalista, fue tela cortada a la medida y gusto de las élites de un siglo que vivió el optimismo victoriano. Que impuso el tráfico del opio en China, que masacró a los cipayos, que aplaudió al como doro Perry y sus cañones abriendo las puertas del Japón. Que presenció la marcha al "far west" y que, ganada por el anhelo espiritual de Livingstone y el botín tangible de Rhodes, se condolía con Kipling de su sedicente destino civilizador, "the white man's burden", La Europa del XIX vio a sus propios "burgueses conquistadores" -como los apoda Morazé- disputar con entusiasmo lo que aún quedaba en el mundo por repartir.

Razonable, pues, que el núcleo esencial del relato de Prescott, reimpreso y glosado sin descanso, resistiera el paso del tiempo sin mayores averías. Aparte los calcos de Kirkpatrick, Helps o Lummis, aquí pasó la posta por las manos de Lorente, Mendiburu, Patrón, hasta lograr fortuna en los textos al uso. No sin haber creado esa mitología doméstica, lugar común en los best-sellers, en que desfilan el Pizarro de la raya, el asustado Valverde, los funerales de Atahualpa del cuadro de Montero, los personajes palminos, con el Demonio de los Andes a la cabeza, y hasta los sonorísimos caballos de Chocano.

Por cierto, historia militar antes que otra cosa, la del bostoniano reveló pronto sus carencias. Su reduccionismo psicologista, que veía los hechos como producto del ohoque de pasiones y temperamentos, invitaba a revisarla. Sin embargo, el acopio de nuevas fuentes documentales

-punto en que debe citarse, como hitos, al diestro Jiménez de la Espada y al recordado maestro Raúl Porras Barrenechea- apenas logró envejecerla. Se amplió, rectificó, maquilló de

continuo la narración original, con el cuidado con que se restaura un óleo de valor. Algo más:

se le añadió el área jugosa de la historia de las instituciones españolas en el Perú: tributo, minería y comercio, visita, corregimiento, Audiencia, evangelización, mita, residencia. Con

todo yeso, pertinaces, cuando no el relato y los detalles de Prescott, su color local y dramatis personae campeaban hasta años recientes, por lo menos en el importante campo de la historia divulgada. Seguía en pie esa triple superstición que condenaba Simiand: el ídolo político, el

ídolo individual, el ídolo cronológico. Por añadidura, la historia de la conquista era, más que historia nacional, un capítulo de la historia de España que ocurrió en el Perú.

De ayer a hoy, nuevas brisas. Tras la última gran guerra, la historia universal clásica (esto es, europeo centrada) ha pedido relevo. Se vive una aceleración del tempo histórico -de 1945 adelante, en estos años de los que cada uno, según decía Lucien Fevbre, vale por diez de los antiguos. Se mundializa la historia: nadie queda al margen de la lucha anticolonial, de los problemas del Tercer Mundo, de la marea tecnológica creciente. Nuevas imágenes fuertes como dominación-dependencia, países ricos-países pobres, que corren parejas con modelos alternativos para construir sociedades más justas, ponen a luz el camuflaje con que la historia contada por los grupos dominantes se hizo pasar por historia universal. El reclamo de los

pueblos por la autodeterminación conlleva el de reinterpretar su pasado: derecho de contraparte, esfuerzo colectivo por descubrir la propia identidad.

A tono con este clivaje de la historiografía tradicional, la historia económica y la historia social cuestionan al pasado con métodos y preguntas diferentes. Ha dicho Ruggiero Romano que, antes que al historiador que sabe responder, prefiere al que sabe interrogar. Como lo viera Bloch, el presente busca preguntas y ópticas nuevas para comprender el pasado.

Los estudios históricosociales recientes acusan voluntad de construir una imagen más satisfactoria de las cosas que ocurrieron en los Andes centrales en el siglo XVI. Desde el trabajo pionero de .George Kubler, aparecido en 1946 y tan rico en ideas y derroteros fecundos, hasta el "boom" andinófilo de esta década, cunde el afán de aplicar enfoques, categorías de análisis y técnicas más adecuadas. El estudio del primer momento colonial se beneficia del valioso aporte de los investigadores de la sociedad inca interesados, como María Rostworowski o Franklin Pease, en iluminarla por fuentes inéditas o rejuvenecidas, como lo declara la reciente moda de las "visitas", reexaminadas hoy como testimonio andino. Calas metódicas, como las de Lorenzo Huertas, Juan Ossio, John Rowe, en el mundo mágicorreligioso andino, ayudan a vislumbrar la cohesión ideológica nativa destruida por la invasión española. Los hallazgos del infatigable John Murra sobre el control ecológico vertical y su notable reelaboración de las nociones de reciprocidad y redistribución, que arrancan de Malinowski y de Thurmwald, han hecho escuela, como lo hacen los demógrafos de Berkeley, en especial Borah y Cook, y los antropólogos estructuralistas, como Tom Zuidema o Nathan Wachtel. Visiones tan renovadoras como estas, son colores frescos que harán posible redibujar los envejecidos clisés y mirar de nuevos modos la disrupción del Estado lnca y la inserción marginal del Perú en la economía del mundo.

Las siguientes páginas desean, apenas, trasmitir un esquema mínimo que ayude a la comprensión del fenómeno social global ocurrido en el primer medio siglo de la dominación. Habrá que

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