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El Racismo

Pirilo1 de Septiembre de 2013

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EL RACISMO DE PLUTARCO ELIAS CALLES EN CONTRA DE LA IGLESIA, CRISTEROS Y LAS COSTUMBRES EN MÉXICO.

JUSTIFICACION DEL MOVIMIENTO ARMADO LLAMADO “CRISTERO”

Plutarco Elías Calles vs La Iglesia

El Cardenal Gasparru dijo al ilustre Arzobispo de México Don José Mora del Río: “la actitud del Episcopado Mexicano es encomiada por todo el mundo y no hay que apartarse de ella…” Su santidad el Papa Pio XI en su encíclica del 18 de noviembre de 1926 alaba la conducta del Episcopado Mexicano del clero y del pueblo católico. Los obispos mexicanos habían mostrado voluntad de ceder a las exigencias de Calles solo hasta donde la conciencia lo permitiera pero se negaron a aceptar la esclavitud y la jefatura del gobierno civil. “Si la iglesia católica, dijeron puede vivir en México ha de ser como la fundó Cristo, enseñando lo que siempre ha enseñado y teniendo como jefe supremo al Papa Vicario de Cristo en la Tierra”

En agosto del mismo año L’ Observatore romano órgano del vaticano, publicó un artículo sobre México, titulado: La verdadera causa de los actuales desordenes en México; y en uno de sus párrafos dice así: “Ni se diga que los católicos podían unirse y organizarse para intentar una defensa por medios pacíficos y legales; es imposible, porque la ley de Calles prohíbe estrictamente, bajo pena más grave, toda asociación de los fieles con este fin. No queda pues, a las masas que no quieran someterse a la tiranía, a las que ya no contienen las pacíficas exhortaciones del clero, más que la rebeldía armada”. No cabe la menor duda que en el vaticano se reconoció el derecho que asistía a los católicos mexicanos al hacer uso de las armas.

Subió de punto la cólera de Calles y refino su odio a los católicos cuando el comité especial de la liga nacional defensora de la libertad religiosa hizo del dominio público que la iglesia declaraba lícita la defensa armada y los católicos la consideramos obligatoria porque resultaba evidente la presencia de una tiranía y porque ya no existía medios legales y pacíficos para resolver el problema puesto que todos habían sido usados inútilmente. Además, porque es lícito un movimiento armado contra la tiranía así haya llegado legítimamente al poder que lo ejerce. Mayor razón había es el caso de México, cuando Calles, además de tirano, era usurpador.

Y como remate vino la carta pastoral del ilustrísimo Arzobispo de Durango Don José María González y Valencia a los fieles de su diócesis en la que contestaba a una duda de conciencia de quienes en ese estado se encontraba en armas, y diciéndoles: “Estad tranquilos en vuestras conciencias”.

Esto no era motivo para que nadie se escandalizara al hablar en esa forma el señor Arzobispo González y Valencia, quien no dijo otra cosa si no lo más elemental Del Derecho Natural. El episcopado se encargó única y exclusivamente de exponer la doctrina común, absteniéndose de toda participación manteniéndose en la lucha armada que día con día cobraba fuerza con varios estados de la república. El clero no empujó a los católicos a que tomaran las armas, pero tampoco les prohibió que lo hicieran. La defensa armada, pues nació del pueblo oprimido y deseoso de libertad. Su fe y sus sacrificios sostuvieron la defensa armada en un constante aumento de fuerzas hasta el día en que llegaron a término los arreglos, el 21 de junio de 1929. Aunque mucho lo digan y lo afirme nadie podrá demostrar que el clero promovió y dirigió los levantamientos armados y qué tal para el propósito aportó fondos. Cierto es, hubo sacerdotes que se sumaron a las filas cristeras y se les concedió el mando de fuerzas y otros lo hicieron en función de capellanes castrenses, pero ninguno representando oficialmente al clero. Los primeros actuaron por su riesgo y cuenta como ciudadanos mexicanos, católicos oprimidos con derecho a luchar por una patria libre y civilizada. Los segundos cumplían con su sagrado ministerio llevando a los soldados la paz y la tranquilidad para sus conciencias mediante la impartición de los auxilios espirituales.

Ya calles había dicho con demasiada claridad que no quedaban más que tres caminos para resolver el problema religioso: “O se someten a las leyes, o acuden a las Cámaras o toman las armas. Para todo estoy preparado”.

Someterse a las leyes, conforme él lo deseaba, equivalía a aceptar la esclavitud. Como ya se dijo, se le dio una lección de serenidad y patriotismo a la enviar en memorándum en las Cámaras. Ya se conoce la inutilidad de esa gestión y en lugar a donde fueron a parar el documento y las firmas que lo respaldaban. Entonces, no quedaban sino alzarse en armas, es decir, el último de los tres caminos que el propio verdugo señalaba con anticipación. La advertencia fanfarrona de Calles en el sentido de sostener que se encontraba dispuesto a responder con energía a cualquiera postura o actitud que tomaran los católicos, le costó muy cara al país pues, a pesar de los millones de dólares que aportaban con liberalidad digna de mejor causa las sectas protestantes y masónicas de Norteamérica para sofocar los levantamientos católicos armados que surgían por diversas regiones de la República, su ejército bien equipado y dirigido por oficiales de carrera se vio imponente para sofocarlos por lo que con la habilidad maquiavélica que lo caracterizaban en tratándose del mal, abrió un frente que llamaremos diplomático y envió delegados personales al extranjero para crear en la opinión mundial un habiente favorable y de apoyo a su mal llamado con el fin de aparecer como el dirigente celoso de cumplir y hacer cumplir las leyes “democráticas” y, a la vez desprestigiar y calumniar a la Iglesia y Católica Mexicana pintándola como responsable única del conflicto por su negativa a la sumisión humillante ante dichas leyes.

Ahora bien: ¿Cuáles son esas leyes y por qué motivo el clero y los católicos se negaron a obedecerlas? Se trata de unos artículos hartos y conocidos de la Constitución de Querétaro la cual surgió de una asamblea ilegalmente integrada, porque los “constituyentes” no eran representantes auténticos, electos por el pueblo y, además porque no admitieron a ningún católico que hiciera sentir la presencia de los católicos, quienes constituían y constituyen la mayoría de la República. Es sabido y conocido el elemento que componía el Congreso Constituyente de Querétaro: individuos que, salvo escasas excepciones, habían sido extraídos remolino de la Revolución, ignorante, atrabiliario, asesinos, ladrones y tragacuras. Con ese material humano una constitución que no fue aprobada oficialmente por los Estados de la República y que prácticamente se rechazó al día siguiente de su promulgación, pues no expresaba la voluntad nacional, sino la conveniencia de unos cuantos traidores vendidos a la masonería para hacer el juego a la política que mejor conviniera a los intereses absorbentes de los Estados Unidos de Norteamérica.

Dos condiciones fundamentales se requieren para que una ley se considere obligatoria y sea obedecida en conciencia: que sea dictada por el legítimo superior y que no sea una arbitrariedad de éste, aunque haya asumido legítimamente la autoridad. Ninguno de estos extremos eran cubiertos por Calles y su régimen, por su legalidad no existía y se ha demostrado la parcialidad de Calles a favor de intereses oscuros e inconfesables en perjuicio del pueblo mexicano.

En México se minaba el orden social en nombre de la ley. Y también en nombre de la ley se decretó la persecución religiosa, una ley que por injusta, inoperante y trasnochada permanecía como letra muerta y que fue resucitada por el hombre fuerte de la Revolución, con lo que demostraba su irracional actitud anticlerical y anticatólica en esa situación, no es posible negar a los católicos mexicanos el inalienable derecho de legítima defensa ante la o presión de leyes que no lo son y los caprichos y desvaríos de un tirano trepado en el poder en forma ilegal y espuria.

Al respecto dice el filósofo alemán, P. Meyer: “Así como todo individuo goza del derecho innato de mirar por su conservación consiguiente de defenderse a mano armada contra la violencia de una injusta agresión, con tal de que no vaya allá de lo que legitima las necesidades de la defensa, así de la misma manera, un pueblo, al que su unidad social constituye en persona moral, debe necesariamente estar dotado por la naturaleza del mismo esencial derecho. En efecto, el derecho natural se extiende sin excepción a toda criatura y, por consiguiente en igual o mayor razón a toda humana personalidad colectiva. Así pues, siempre que un abuso, no transitorio, sino constante sistemático del poder reduzca al pueblo a un extremo tal que manifiestamente hace peligrar sin bienestar, verbigracia: si se trata de un peligro inminente para el estado que deba conjugarse, o de bienes supremos o esenciales de la nación Y EN PRIMER LUGAR SI SE TRATA DE SALVAR EL TESORO DE LA FE VERDADERA DE UNA RUINA CIERTA, en ese caso es lícito por derecho natural oponer la resistencia, tanta cuanto sea preciso para retener una agresión de este género. La Escritura nos ofrece en la historia de los Macabeos un ilustre ejemplo de ese modo de defensa.

“Cualquier grupo de ciudadanos, aun sin construir una persona moral completa, ni una unidad social orgánica, puede, en virtud del derecho natural inherente a cada individuo, mancomunar las fuerzas de todos, a fin de oponer a una opresión común, el haz de una resistencia colectiva”.

Esta doctrina acabada de citar y acorde en todo con la doctrina tradicional de los grandes maestros de la Teología y la Filosofía Moral, encabezados por Santo Tomás de Aquino nos da pauta, nos lleva de la

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