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El control obrero de la producción de maquinas en los Estados Unidos


Enviado por   •  8 de Junio de 2016  •  Resúmenes  •  2.038 Palabras (9 Páginas)  •  319 Visitas

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Unidad 5.

El control obrero de la producción de maquinas en los Estados Unidos del siglo XIX, de David Montgomery.

El texto habla del poder que ejercían ciertos trabajadores sobre la dirección del proceso de producción a fines del siglo XIX, un poder que el movimiento científico de administración se esforzó por abolir, y que los Trabajadores Industriales del Mundo quisieron incrementar y extender hacia el resto de los obreros. Es importante señalar que ambos coincidían en que el poder de los trabajadores emanaba de la superioridad de su conocimiento sobre el de los propietarios de las fábricas.

En primera instancia, lo que al autor le interesa rescatar son los patrones de conducta que se moldearon en la segunda y tercera generaciones de la experiencia industrial, principalmente entre obreros cuyos mundos se habían cincelado desde sus primeros días entre molinos de humo, calles congestionadas y el ritmo dictador del reloj. Ellos habían interiorizado el sentido industrial del tiempo, se habían disciplinado tanto colectiva como individualmente, y consideraban tanto a la extensa división del trabajo, como a la producción de maquinas como su ambiente natural. Sin embargo, no se habían condicionado con atributos tales como la dócil obediencia de autómatas, ni el del individualismo de la movilidad ascendente sino que mas bien habían adoptado una forma de control del proceso de la productividad que iba colectivizándose, deliberada y agresivamente, hasta que los patrones estadounidenses acometieron un contraataque parcialmente exitoso enarbolando los principios de la administración científica.

El control de la producción por parte de los obreros, no fue, sin embargo, un estado de cosas o condición que existiese en un punto dado en el tiempo, sino que fue una lucha, una batalla crónica en la vida industrial que asumió una variedad de formas. Estas formas pueden ser tratadas como estados sucesivos en un patrón de evolución histórico, si bien debemos recordar que los estadios se superponen unos con otros cronológicamente en diferentes industrias, o incluso en una misma industria en diferentes localidades, y que cada estadio incorpora los anteriores en lugar de reemplazarlos. Los tres niveles de desarrollo que aparecieron en la segunda mitad del siglo XIX se caracterizaron por:

1) la autonomía funcional de los artesanos,

2) el dominio del sindicato,

3) el apoyo mutuo de diversos oficios en la aplicación de los reglamentos y en las huelgas.

  1. La autonomía del artesano

La autonomía funcional de los artesanos descansaba en dos premisas: por un lado en su conocimiento superior, y por otro en la supervisión que daban a uno o más ayudantes. La primera situación los hacia ser propios directores de sus tareas. Tal es así que el patrón solo debía comprar la materia prima y el equipo y vender los productos terminados. Eran los obreros los que marcaban como se colocaban ellos, como debían ser contratados, como debían ser ascendidos, como debían trabajar los rollos de metal, etc.

Tres aspectos del código moral, que protegían la autonomía de los artesanos, merecen una revisión más cercana. Primero, en la mayoría de los trabajos había una autorrestricción, una cuota de producción era fijada por los mismos trabajadores. Abraham Hewitt testificó en 1867, que sus pudeladotes en Nueva Jersey, quienes no estaban sindicalizados, se arreglaban entre ellos para trabajar once turnos por semana, hacer tres calentamientos por turno y poner 450 libras de hierro por carga.

La autorrestricción siempre estuvo bajo la presión de los patrones y con frecuencia, al paso del tiempo, cedió ante la fuerza combinada de la competencia entre los patrones y el mejoramiento de la tecnología. Pero los trabajadores siguieron aferrados a sus prácticas, y usaron su conocimiento superior tanto para determinar cuánto debían trabajar, como para frenar el esfuerzo de los patrones para obtener una mayor producción a costa de ellos.

Aquellos que rápidamente se ceñían a la autorrestricción, a pesar de las maldiciones de sus patrones y de la tentación de mayores ingresos, se veían a si mismos sobrios maestros de sus oficios y dignos de confianza. La producción ilimitada, decían, llevaba a rebajas en las tarifas por pieza, a la contratación irregular, al alcoholismo y al libertinaje. La restricción racional de la producción, en cambio, reflejaba una “hermandad no envidiosa”, dignidad personal, y “cultivo de la mente”.

En segundo lugar, como el lenguaje sugiere vivamente, el código ético de los artesanos, demandaba una conducta y un porte ‘viril’ frente al jefe. El obrero se rehusaba a acobardarse ante la mirada del capataz; de hecho, a menudo no trabajaba en lo absoluto si estaba el jefe vigilando. Finalmente, la ‘hombría’ hacia los compañeros era tan importante como hacia los propietarios. ‘Debilitar o confabular contra’ el puesto de un hermano era una forma ‘cochina’ de conducta y era rechazada tanto como el trabajar mas de una maquina, o hacer el trabajo de dos hombres. Las reglas sindicales ordenaban la expulsión de los miembros que hicieran este ‘trabajo sucio’ con objeto de asegurar su empleo o conseguir ascensos.

En resumen, una simple explicación tecnológica del control ejercido por los artesanos del siglo XIX no es suficiente. El conocimiento técnico adquirido en el trabajo estaba enclavado en un código ético mutualista, que también se adquiría en el trabajo, y en conjunto con esos atributos proporcionaban a los trabajadores calificados una considerable autonomía en su trabajo así como la resistencia para combatir los deseos de sus patrones.

  1. Las reglas sindicales

Los miembros de un sindicato se referían a los reglamentos sindicales como ‘legislaciones’. La frase denota un cambio de la acción espontánea a la acción colectiva deliberada; de un código ético grupal a reglas y sanciones formales; y de la resistencia a las pretensiones de los patrones al control sobre ellas.

En el siglo XIX las reglas de trabajo no estaban generalmente contenidas en el contrato, ni eran negociadas con los patrones. De 1860 en adelante, empezó a ser común que los salarios mínimos se negociaran con los patrones en vez de ser fijados unilateralmente, como anteriormente los sindicatos habían tratado, pero los reglamentos de trabajo cambiaron más lentamente. Los sindicatos locales generalmente las adoptaban en forma unilateral, o lo hacían los delegados a una convención nacional y eran ejecutadas por miembros individuales que se rehusaban a obedecer cualquier orden del patrón que violara estas reglas.

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