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El regimen político feudal

karlabiTarea8 de Febrero de 2017

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EL RÉGIMEN POLÍTICO FEUDAL

        El sistema feudal conoció su pleno desarrollo en los siglos XI y XII. Aunque se extendió ampliamente por Europa occidental, escaparon a su influencia amplios territorios como la península escandinava, Frisia e Irlanda.

        La sociedad feudal es una sociedad que en su principio y en todo rigor parece excluir o no prevé la intervención de un poder que le sea exterior. El feudalismo nace como consecuencia de la quiebra del Estado frente a los desórdenes y miserias de todo orden que había abatido sobre Occidente . En el feudalismo el pequeño propietario se confía o se vende al señor, con el fin de asegurar su defensa o subsistencia frente a los invasores: “Una tenure (posesión feudal) estable vale más que una propiedad insegura”. Los señores feudales, eran antiguos oficiales del rey que habían paliado la incuria del poder central o que se habían aprovechado de la ausencia de control, ejerciendo en su propio nombre una autoridad tan sólo delegada; poco a poco, y en extensiones diferentes, se habían ido asegurando el ejercicio de los derechos de regalía. En otros casos, la señoría de fundamenta en la concesión por el rey de una carta de inmunidad; en su origen fue una exención de impuestos para transformarse más tarde en una exención del control administrativo.

a) La atomización del poder.

 La extensión del poder señorial no es uniforme, varía según la posición que el titular de aquel ocupe en la jerarquía feudal. Los jefes no lo son de forma absoluta siempre, pueden, o no, estar subordinados. Solía ocurrir que algunos fueran vasallos de sus propios vasallos. La fidelidad caracteriza las relaciones entre el vasallo y el señor, al señor le es debido el homenaje de los bienes y de las personas.

        Se puede clasificar a los señores feudales en tres categorías:

  1. Los que detentan una baronía, esto es, los titulares de los feudos con títulos nobiliarios: duques, condes, vizcondes, marqueses, descendientes de los oficiales administrativos de la época carolignia, así como algunos otros llamados simplemente barones. La regla para esta categoría es el poder absoluto: “Cada barón es soberano de su baronía”.
  2. Los señores castellanos o valvasores, que no son soberanos, pero que tienen poder judicial.
  3. Los señores castellanos o valvasores, que ni son soberanos ni tienen poder judicial.

La vida feudal siguió un curso anárquico en el que la costumbre o la violencia tenían fuerza de ley.

Los rasgos fundamentales del feudalismo europeo son estos:

  • Sujeción campesina
  • En lugar de un salario, generalmente imposible, amplia la utilización de la tenure-service, que es , en sentido preciso, el feudo.
  • Supremacía de una clase de guerreros especializados; vínculos de obediencia y de protección que ligan hombre con hombre y que, dentro de esa clase guerrera, revisten la forma especialmente pura del vasallaje.
  • Fraccionamiento de los poderes, engendrador del desorden.

El poder real nunca fue abolido teóricamente por el feudalismo. En la práctica fue, por decirlo así, puesto entre paréntesis por los grandes señores. Se admitía que el rey pudiera ser considerado como un señor, e incluso que tuviera el privilegio de evadirse siempre de la condición de vasallo; cuando el rey entraba por herencia o por otras circunstancias en posesión de un feudo vasallo cuyo titular debía tradicionalmente homenaje a otro señor, éste renunciaba al homenaje y recibía en compensación indemnizaciones materiales a menudo importantes.

b) El predominio de la ideología religiosa

Las prácticas simoniacas justificaban la actitud de la Iglesia respecto al feudalismo. El papado “purificó” en cierta medida el sistema, recogiéndolo en su provecho, la Iglesia vio también el partido que podía sacar de los hombres. A esos caballeros belicosos, autores de pillajes, aficionados a los torneos y llenos de muchos otros vicios, la Iglesia prefirió integrarlos más que combatirlos.

c) Teorías teocráticas

Un rasgo característico de estas teorías es la tendencia agresiva, traducida en las aspiraciones de sus representantes, de hallar una fundamentación teórica para las prestaciones de la Iglesia católica romana y de los papas, al dominio mundial, estas tendencias se manifestaron con especial agudeza en los siglos XI y XII.

A la mitad del siglo X, la Iglesia católica romana dirige sus esfuerzos a suprimir la dependencia del clero con respecto al poder secular, a subordinar a toda la sociedad a aquél, y a establecer la autoridad papal ilimitada tanto en los asuntos eclesiásticos como en los seglares.

Es natural que esas pretensiones encontraran una fuerte resistencia de parte de los emperadores germánicos y demás monarcas. La Iglesia pretende presentarse como la única defensora del pueblo, apelando a éste y llegando hasta proclamar la idea de la soberanía del mismo.

d) La restauración del Imperio

        La Roma de los siglos VIII-X no era ya la de los emperadores, sino la de los pontífices y las familias aristocráticas enfrentadas. Y los posibles nuevos sucesores del imperium no iban a ser ya latinos, sino miembros de las dinastías que gobernaban la nueva Europa surgida tras las invasiones bárbaras. Esto daría connotaciones propias, peculiares, al nuevo ideal imperial, en donde se iban a fusionar lo nuevo (germánico) con lo clásico (romano).

Será Carlomagno, rey de los francos (768-814), quien restablezca por primera vez en tres siglos el ideal del Imperio, bajo la forma de una Europa unificada bajo una sola monarquía cristiana que controlaba la mayoría de las actuales tierras del Reino Franco (Alemania y Francia), Lombardía y Suiza; es decir, casi la mitad de Occidente.

Aparte quedaban el Imperio Bizantino (Constantinopla), las Islas Británicas, la Península Ibérica, dominada casi totalmente por los musulmanes (Al-Andalus) a excepción de la Marca Hispánica y la Cordillera Cantábrica -si bien sus monarcas astur-leoneses buscaron siempre el apoyo militar de los carolingios-; y los territorios del Este y Norte de Europa, repartidos entre los nuevos grandes pueblos invasores del momento (eslavos, magiares, vikingos).

La coronación imperial de Carlomagno en la Navidad del año 800, acto oficial lleno de resonancias "romanas", fue una de las fechas trascendentales del Medioevo, a la par que simbolizaba la teórica sumisión del Papado al nuevo emperador, Carlomagno, convertido en protector legítimo de los Estados Pontificios y de Roma.

Pero una vez muerto Carlomagno en el 814, las deficiencias de las leyes francas sobre herencias y sucesiones, dispersaron el patrimonio territorial entre sus numerosos hijos y nietos. Si bien se decretó que la dignidad imperial recayese únicamente sobre uno de ellos (Ordenatio Imperii, 817), quedando los demás reyes subordinados a su autoridad, a la postre el frágil Imperio carolingio acabó dividido en varios reinos independientes, tras diversas guerras entre los sucesores de Carlomagno. Incluso el rol del emperador quedaría relegado a una mera dignidad simbólica, un poder nominal, sin apenas validez fuera de los dominios estrictamente imperiales.

La germánica dinastía de los Otónidas (912-1024), también llamada Casa Real de Sajonia o Liudolfinos a secas, fundada por Enrique I el Pajarero (919-936) en lo que entonces se denominaba Francia Oriental (Alemania), es el siguiente gran episodio fundamental de aquellas tentativas de renovación del Imperio Romano occidental en la Europa altomedieval.

La Renovatio Imperii ("Renovación del Imperio") fue la base ideológica de la política otónida. El principal teórico e impulsor de este proyecto político fue Gerberto de Aurillac, futuro Papa Silvestre II: el emperador, en su rol de vicario de Cristo, debía hacer de Roma la sede de un imperio cristiano universal equivalente en sus dimensiones y poderío al Imperio Romano en tiempos de Constantino el Grande.

Desde que Otón I fue coronado Emperador en el año 961, los miembros de su dinastía buscarían constantemente identificar el viejo Imperio Romano con sus propios dominios, y a ellos mismos con los Césares de la Antigüedad.

Por ejemplo, la coronación imperial de Otón I (996) en sí misma, sintetiza a la perfección por su terminología empleada y su simbolismo estas ideas. Durante la ceremonia, Gerberto de Aurillac se dirigió a él, públicamente, como "Nuestro Augusto, Emperador de los Romanos". Efectivamente, Otón I recibió, por aclamación, el título de Imperator Augusto Romanorum.

Asimismo el sello imperial de los otónidas llevaría inscrito el no menos evocador lema latino Renovatio Imperii Romanorum ("Renovación del Imperio de los Romanos").

f) La lucha contra los poderes temporal y espiritual

        En las relaciones entre los dos grandes poderes, dice Leopold Genicot, entraron en juego dos teorías. Una con sentido fuertemente jurídico y otra con acusadas tendencias teológicas.  La primera, apoyada en los textos del canonista Graciano, hablaba de un poder religioso y otro civil. Este, ostentado en ultimo término por el emperador, tenía su autonomía propia. El soberano no tenía que rendir cuentas al Papa ni podía ser despojado por él. El Pontífice sólo podía intervenir en casos (ratione pecati) en los que los actos políticos chocasen con la moral, momento en el cual podía ejercer aquellos poderes que Cristo había concedido a Pedro y a sus sucesores.  La tendencia teológica insistía, por el contrario, en la unidad de la Creación y en la superioridad incuestionada de lo espiritual. Teoría que quedó expresada en la "Summa Coloniensis" (en torno a 1170) en la que se presentaba al Papa como "verus imperator" y al emperador como "vicarius eius".  El ejercicio del poder por los Papas del siglo XIII (Inocencio III y sus sucesores) condujo a un radicalismo de las posiciones teocráticas y, como contrapartida, a despertar numerosos recelos. De ahí que fueran surgiendo voces que, o bien abogaban crispadamente por la independencia del poder universal del Imperio o, de forma más templada, defendían un dualismo de poderes mitigado.  La relación de autores es muy amplia pero bastaría remitirse a unos cuantos ejemplos.  El polifacético Santo Tomas de Aquino, en su "De regimine principum" defendía la existencia de un Estado con finalidades propias, aunque éstas se vieran reducidas a la mera potestad administrativa. Los dos poderes procedían de Dios. Al secular hay que obedecerle en las materias civiles; pero dada la finalidad última de la humanidad -la salvación- el príncipe y su pueblo están subordinados al Papa, que puede castigar a un gobernante "ratione peccati".  De la misma generación que Santo Tomas fue el también dominico Vicente de Beauvais, autor de una magna obra enciclopédica titulada "Speculum maius". En una de sus partes, el "Speculum doctrinale", defendió la diferencia entre "cuerpo místico del Estado y cuerpo místico de la Iglesia".  Continuador de la obra del Aquinatense a su vez, será Tolomeo de Luca. En su opinión, a los cuatro imperios bíblicos había sucedido un quinto: el de Cristo, verdadero señor y monarca del mundo cuyos primeros vicarios (aunque ellos lo ignoraban) fueron los propios emperadores romanos. Sin embargo, en otros pasajes, Tolomeo se sitúa en una línea más acorde con las ideas teocráticas: el dominio del Papa sobrepasa a todos los demás ya que es a la vez sacerdotal y real. El emperador sólo ejerce su jurisdicción por intermedio de la Iglesia.  En los años del Gran Interregno alemán, Jordan de Osnabrück redactó su "De praerrogativa Romani imperii" en la que defendía a éste como poder universal encargado de hacer reinar la paz en el mundo. La espada espiritual del Pontífice en absoluto, decía, podía considerarse superior a la temporal.  En los años ochenta del siglo XIII, y con motivo de la elección como papa de Martín IV, el canónigo de Colonia Alejandro de Roes defendió una interesante síntesis entre imperialismo, nacionalismo y ejercicio del poder espiritual. En su "Memorando" habló de cómo la voluntad divina había hecho a los germanos dirigentes de derecho del mundo; es decir, les había otorgado el poder político en virtud de su mayor fortaleza militar. Pero, a su vez, había otorgado a los italianos el liderazgo espiritual en función de que el Papado había estado incardinado tradicionalmente en la península itálica; y había concedido a los franceses la rectoría intelectual, en virtud de la enorme autoridad cultural que por esas fechas tenía la Universidad de París.  Esta última observación de Alejandro de Roes revelaba la nueva relación de fuerzas a la que se había llegado en los siglos del Pleno Medievo. La pugna -a la postre estéril- entre Pontificado e Imperio jugó a favor de unas monarquías occidentales que supieron utilizar todos los intersticios ideológicos y materiales del sistema político europeo.

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