El rey de Jerusalem
valeeh1313Ensayo1 de Diciembre de 2012
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¿Lograría mantenerse con vida durante tanto tiempo?Los chicos desfilaban junto a él, cantando alegremente. La hierba crujía bajo sus piesdescalzos. Leonardo distinguió a una niña con un tobillo tan hinchado que apenas podía andar y lapuso sobre la muía.-Creo -dijo Leonardo con aire de indiferencia- que por el momento viajaré con los niños.Siguen el mismo camino que yo. Y, aunque tardaré más tiempo, estaré más seguro.Dolf apenas advirtió de lo que hablaba su amigo porque en aquel momento comprendióque tenía que tomar una decisión de la que dependía todo su futuro. Había dejado que lotrasladaran a la Edad Media con la romántica esperanza de asistir a un torneo. Un error de cálculolo había situado en medio de la Cruzada de los Niños. Contempló a la niña lesionada que sehallaba sobre la mula de Leonardo y los innumerables pies descalzos que pasaban junto a él. Derepente supo la respuesta. No podía abandonar a aquellos niños. Era más fuerte, sabía más y eramás hábil que cualquiera de ellos. María lo necesitaba. Entre los fanáticos peregrinos había almenos un millar que padecía grandes sufrimientos. Pensó en los niños que había rescatado delrío. Se preguntó qué sentía Leonardo. Con seguridad, también él se había unido a la marchaporque consideraba que los niños necesitaban ayuda.-Iré contigo -dijo Dolf a Leonardo.Ya no podía volverse atrás. Con esas dos palabras había renunciado a la posibilidad que leofrecía la piedra de Espira y había optado por la Edad Media. Había roto el último lazo que lo uníacon su mundo.-Muy bien -respondió complacido Leonardo.María introdujo su manita en la de Dolf y se pusieron en camino. Hacia Jerusalén.
4.- El rey de Jerusalem
EL GRAN ejército de los niños avanzó lentamente por la ribera del Rin, siguiendo elantiguo camino militar en dirección a Basilas. Leonardo, María y Dolf iban en la retaguardia. Dolf sospechaba que Leonardo se rezagaba intencionadamente para recoger a los niños que caían yllevarlos algunas horas en su mula. Había descargado al animal y él y Dolf se habían echado alhombro sus pertenencias. Durante gran parte del tiempo, el fiel animal llevó a tres o cuatro niñospequeños. Dos de ellos estaban muy enfermos. No cantaban, se negaban a comer el pan que lesofrecía Dolf y miraban hacia adelante con ojos febriles.Dolf había dejado de hacer preguntas. El rítmico y fatigoso andar por aquel camino ásperoy con aquel tiempo cálido y los monótomos cantos le hacían sentirse pesado y amodorrado. Laatmósfera no era tan húmeda como el día anterior, pero Dolf sudaba con sus ropas de invierno. Seató la chaqueta a la espalda. Una hora después se quitó el jersey, pero su pálida piel corría elpeligro de quemarse con el cálido sol de junio. Por eso, el muchacho volvió a ponerse el jersey apesar del calor. La lesión del hombro parecía mejorar y sus pies, calzados con sólidos zapatos, nosentían el efecto de las asperezas del camino. Le sorprendía ver a los demás pisar descalzos laspunzantes piedras.Dolf sólo conocía a María. El resto de los niños era para él una masa anónima. A vecesdivisaba por un momento al joven majestuosamente ataviado que ya había llamado su atención eldía anterior. Este se movía con rapidez entre las filas de niños y, en ocasiones, su atiplada vozresonaba por encima de los cánticos. Cada vez que lo veía, Dolf pensaba que se trataba de uncretino petulante. Pero luego se olvidaba de él, pues estaba preocupado por los dos niños quecabalgaban en silencio sobre los lomos de la muía.De repente, el ejército se detuvo. En la lejanía resonaban las campanas de una iglesia. Losniños se arrodillaron sobre la hierba de la orilla del camino y comenzaron a rezar como si hubieranrecibido una orden secreta. También María y Leonardo empezaron a rezar. Dolf decidió seguir suejemplo porque no quería llamar la atención. Echó una mirada al reloj y comprobó que eran lasdoce
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