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HISTORIA.

NORA1Ensayo25 de Marzo de 2014

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Para la mayoría de los sociólogos, la globalización no puede entenderse sólo al nivel de la economía y es un fenómeno mucho más complejo que también cubre una multiplicidad de otras dimensiones sociales y culturales. Pero esto no significa que sea un fenómeno enteramente autónomo que deba entenderse como la causa determinante de todo lo que ocurre hoy día. La globalización también está condicionada por otros fenómenos. Anthony Giddens tiene razón cuando dice que la globalización es una dimensión de la modernidad, o que la modernidad es inherentemente globalizante. Dos aspectos de la modernidad inciden directamente en la globalización. Por un lado está la creciente separación entre el espacio y el tiempo y, por otro, el surgimiento de nuevas relaciones sociales.

En la modernidad la distancia espacial ya no supone la distancia temporal. Con la llegada de la modernidad el tiempo pierde su contenido espacial y el espacio se hace independiente de lugares o regiones. La modernidad crecientemente desconecta el espacio de lo local al poner en contacto lugares muy alejados a través de los medios de comunicación y los medios de transporte. Esto determina el surgimiento de nuevas relaciones sociales. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad las formas de interacción fueron cara a cara y acontecían dentro de los confines de un lugar físicamente compartido por los participantes. Al separar el espacio de lo local, la modernidad crea relaciones sociales con otros ausentes, ubicados en lugares alejados de los contextos locales de interacción. De este modo la gente puede ahora interactuar sin compartir el mismo espacio o tiempo. La globalización es el resultado de estos dos fenómenos. Por ello Anthony Giddens la define como la intensificación de las relaciones sociales universales que unen a distintas localidades de tal manera que lo que sucede en una localidad está afectada por sucesos que ocurren muy lejos y viceversa.

Es conveniente resaltar tres dimensiones del fenómeno de la globalización. Primero está la dimensión de ampliación de los efectos de las actividades económicas, políticas y culturales a lugares remotos. Segundo está la dimensión de intensificación de los niveles de interacción e interconexión entre los estados y naciones. Tercero está la dimensión del reordenamiento del espacio y el tiempo en la vida social. El desarrollo de redes globales de comunicación y de complejos sistemas globales de producción e intercambio disminuye el poder de las circunstancias locales sobre la vida de la gente y ésta se ve crecientemente afectada por lo que ocurre en otros lados.

Se han intentado numerosas explicaciones de la globalización que muestran una variedad de factores y dimensiones que inciden en este complejo fenómeno. Sin embargo, yo creo que es la mediatización de la cultura la que juega un rol central, incluso para las otras dimensiones, en la medida que los medios simbólicos electrónicamente creados y transmitidos pueden más fácilmente abstraer del espacio. La mediatización de la cultura consiste en que los medios de comunicación están crecientemente moldeando, por un lado, la manera como las formas culturales son producidas, transmitidas y recibidas en las sociedades modernas y por otro, los modos como las personas experimentan los eventos y acciones que ocurren en contextos espacial y temporalmente remotos. De donde puede deducirse que mientras más los intercambios económicos y políticos se realizan por medios simbólicos mayor es su chance de globalización. No sorprende así que la globalización económica sea más avanzada en los mercados financieros donde el medio de intercambio es el dinero, y que la globalización cultural, mediada por los medios electrónicos de comunicación, sea más extendida que la globalización económica y política.

La globalización mediada de la cultura se ha constituido en el centro del proceso de globalización mundial. Sin embargo, no es fácil establecer lo que este fenómeno significa. Hay una tendencia que sostiene que a través de la influencia de los medios de comunicación, ha empezado a surgir una cultura universal de masas que afecta a las más apartadas regiones del mundo. En cierta medida la cultura se ha desterritorializado. Con la globalización de la cultura el vínculo entre cultura y territorio se ha ido gradualmente rompiendo y se ha creado un nuevo espacio cultural electrónico sin un lugar geográfico preciso. La transmisión de la cultura moderna, crecientemente mediatizada por los medios de comunicación, supera las formas personales y locales de comunicación e introduce un quiebre entre los productores y los receptores de formas simbólicas. El surgimiento de conglomerados internacionales de comunicaciones que monopolizan la producción de noticias, series de televisión y películas es un aspecto relevante de este quiebre.

Esta nueva cultura global de masas se sostiene sobre los avances tecnológicos de las sociedades occidentales desarrolladas, especialmente de los Estados Unidos y se manifiesta especialmente en la televisión y el cine. La televisión por cable y por satélite es la avanzada de esta dimensión de la globalización. Su idioma universal es el inglés, que sin desplazar a las otras lenguas las hegemoniza y las usa. Las formas de entretención y ocio en todo el mundo están crecientemente dominadas por imágenes electrónicas que son capaces de cruzar con facilidad fronteras lingüísticas y culturales y que son absorbidas en forma más rápida que otras formas culturales escritas. La cultura cada vez más va a romper con los límites nacionales y espacio-temporales y se va a internacionalizar. Las artes gráficas y visuales, especialmente a través de los computadores, televisores y juegos electrónicos, reconstituyen la vida popular y sus entretenciones en todas partes.

Sin duda, hay algunos elementos de verdad en esta tendencia, pero es necesario matizarlos porque la idea de una cultura global desterritorializada y convergente no considera suficientemente el hecho de que simultáneamente ha ido resurgiendo el interés por las culturas locales. La globalización va siempre acompañada de la localización. Como dice Beck, “‘global’ significa traducido y ‘conectado a tierra’, ‘en muchos lugares a la vez’ y, por lo tanto es sinónimo de translocal.” Robertson expresa esto mismo con su neologismo “globalización”, una mezcla de globalización y localización, dos fenómenos que no son mutuamente excluyentes. Si bien es cierto existen algunas formas de homogenización cultural en el mundo, ellas nunca reducen las culturas locales a lo “norteamericano” o a lo “internacional”. Las formas de homogenización tienen la capacidad de reconocer y absorber diferencias culturales, utilizan otras culturas sin disolverlas, operan a través de ellas, no destruyen las culturas locales, las usan como medio. De este modo, por ejemplo, los productos Sony y la Coca-Cola para operar en el mundo “deben conseguir convertirse en parte viva de cada respectiva cultura.” Por esto es importante entender que continúa existiendo una dialéctica entre lo global y lo local. Hay una tendencia a la homogeneización que corre a parejas de una tendencia a la localización. Lo global no reemplaza a lo local, sino que lo local opera dentro de la lógica de lo global. La globalización no significa el fin de las diferencias culturales sino su creciente utilización.

Es necesario entender, además, que la globalización cultural no es un fenómeno teleológico, es decir, no se trata de un proceso que conduce inexorablemente a un fin que sería la comunidad humana universal culturalmente integrada, sino que es un proceso contingente y dialéctico que avanza engendrando dinámicas contradictorias. Puede dar ventajas económicas de comercio exterior por un lado y producir problemas de desempleo por el otro. Al mismo tiempo que universaliza algunos aspectos de la vida moderna, fomenta la intensificación de diferencias. Por una parte introduce instituciones y prácticas parecidas pero por otra las reinterpreta y articula en relación a prácticas locales. Crea comunidades y asociaciones transnacionales pero también fragmenta comunidades existentes; mientras por una parte facilita la concentración del poder y la centralización, por otra genera dinámicas descentralizadoras; produce hibridación de ideas, valores y conocimientos pero también prejuicios y estereotipos que dividen. Por lo tanto es un error creer que la globalización tiene sólo aspectos beneficiosos o sólo aspectos indeseables. Hay una mezcla.

Surgen naturalmente las preguntas ¿hasta dónde pueden llegar los efectos de la globalización? ¿Están las identidades regionales o nacionales destinadas a desaparecer? Y si no es así, ¿cómo afecta entonces la globalización a las identidades colectivas?

Una primera aproximación cuestiona el futuro del estado-nación, no tanto por el impacto directo de la globalización como por la creciente oposición entre globalización y el surgimiento de poderosas identidades colectivas que la desafían. Esta visión, que es la de Manuel Castells, parte de una concepción de la identidad como construcción de sentido y experiencia para el actor social dentro de un contexto marcado por relaciones de poder. A partir de esto Castells propone una distinción crucial entre identidades legitimadoras e identidades de resistencia. Las primeras son promovidas por las instituciones dominantes de la sociedad para sustentar y expandir su dominación. Las segundas se generan por actores que están en posiciones devaluadas y estigmatizadas por la lógica de la dominación y surgen como una forma comunal de resistencia contra la opresión. La sociedad globalizada de redes

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