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Henry R. Haggar "Las minas del rey Salomón"

betop03Resumen8 de Mayo de 2014

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Henry R. Haggar LAS MINAS DEL REY SALOMÓN

A finales del siglo XIX las tierras de África, en parte inexploradas, ofrecían un escenario ideal para situar aventuras exóticas. Allí colocó Haggard a Allan Quatermain, el cazador de elefantes, enrolado en un viaje erizado de peligros y dificultades en busca de las portentosas minas del Rey Salomón. Una sucesión de peligros, ocasionados por la naturaleza, las fieras y los salvajes se interpondrán en su camino. Pero de todo ello surge una pregunta esencial: si la "civilización" materialista y obsesionada por el dinero no será en el fondo tan salvaje como esas tribus belicosas perdidas en el corazón de la naturaleza. Este relato, fiel y sin exageraciones, de una aventura notable, es respetuosamente dedicado por el narrador Allan Quatermain a todos los que lo lean, grandes y chicos

Introducción

Ahora que este libro está impreso y a punto de salir al mundo, ejerce sobre mí un enorme peso la conciencia de sus defectos, tanto de estilo como de contenido. En lo referente a este último, sólo puedo decir que no pretende ser una relación exhaustiva de todo lo que vimos e hicimos. Hay muchas cosas concernientes a nuestro viaje a Kukuanalandia en las que me hubiese gustado explayarme y a las que, de hecho, apenas aludo. Entre ellas se encuentran las curiosas leyendas que recogí sobre las armaduras que nos salvaron de la muerte en la gran batalla de Loo, y también sobre los Silenciosos o colosos de la entrada de la cueva de estalactitas. Por otra parte, si me hubiera dejado llevar por mis inclinaciones, me habría gustado ahondar en las diferencias, algunas de las cuales me resultan muy sugestivas, entre los dialectos zulú y kukuana. Asimismo, también se hubieran podido dedicar unas cuantas páginas de provecho al estudio de la flora y la fauna indígenas de Kukuanalandia .

Pero aún queda un tema muy interesante, por cierto, y al que, de hecho, sólo se alude de forma fortuita: el magnífico sistema de organización militar imperante en ese país que, en mi opinión, es muy superior al instaurado por Chaka en Zululandia, en cuanto que permite una movilización más rápida, y no precisa del empleo del pernicioso sistema de celibato obligatorio. Y, finalmente, apenas menciono las costumbres domésticas y familiares de los Kukuanas, muchas de las cuales son extraordinariamente originales, o su habilidad en el arte de fundir y soldar metales. En esto último alcanzan una considerable perfección, uno de cuyos ejemplos puede apreciarse en las "tollas" o pesados cuchillos arrojadizos; el mango está hecho de hierro batido, y el filo, de un hermoso acero soldado con gran pericia al mango de hierro. Lo cierto es que yo pensé (y lo mismo les ocurrió a sir Henry Curtis y al capitán Good), que el mejor plan era contar la historia de un modo sencillo y franco, y dejar estas cuestiones para más adelante, tratándolas de la forma que nos pareciese deseable. Entretanto, proporcionaré con mucho gusto cualquier información a mi alcance a quienquiera que se interese por estas cosas.

Y ya sólo me resta disculparme por lo burdo de mi modo de escribir. La única excusa que puedo presentar es que estoy más acostumbrado a manejar un rifle que una pluma, y que no puedo aspirar a los altos vuelos y adornos literarios que observo en las novelas (porque a veces me gusta leer una novela). Supongo que son deseables -esos vuelos y adornos-, y lamento no ser capaz de proporcionarlos, pero al mismo tiempo no puedo evitar pensar que las cosas sencillas son siempre las que más impresionan, y que los libros son más fáciles de entender cuando están escritos en un lenguaje sencillo, aunque quizá no tenga derecho a dar mi opinión sobre este tema. Dice un refrán kukuana que "una lanza afilada no necesita brillo", y basándome en el mismo argumento, me atrevo a esperar que una historia verídica, por muy extraña que sea, no necesita el adorno de las bellas palabras.

Allan Quatermain

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Capítulo 1 Conozco a sir Henry Curtis

Es curioso que a mi edad -cumplí cincuenta y cinco en mi último cumpleaños- me sorprenda tomando una pluma para intentar escribir un relato. !Quién sabe qué tipo de relato resultará cuando lo haya escrito, si es que llego al final de la aventura! He hecho muchas cosas en mi vida, que se me antoja muy larga, debido quizá a que empecé muy joven. A una edad en que los otros chicos estaban en el colegio, yo me ganaba la vida como comerciante en la vieja colonia. Desde entonces, he sido comerciante, cazador, soldado y minero. Sin embargo, hace sólo ocho meses que me sonrió la fortuna. Es una fortuna cuantiosa -aún no sé a cuánto asciende-, pero no creo que quisiera volver a pasar por los últimos quince o dieciséis meses para obtenerla. No; no lo volvería a hacer aun sabiendo que iba a salir sano y salvo, con fortuna y todo. Pero resulta que soy un hombre tímido, enemigo de la violencia, y estoy verdaderamente harto de aventuras. Me pregunto por qué voy a escribir este libro; no es lo mío. No soy hombre de letras, aunque asiduo lector del Antiguo Testamento y también de las Ingoldsby Legends. Permítanme exponer mis razones, simplemente para descubrir si las tengo.

Primera razón: porque sir Henry Curtis y el capitán John Good me han pedido que lo haga.

Segunda razón: porque me encuentro aquí, en Durban, postrado en cama con dolores y molestias en la pierna izquierda. Desde que me atrapó aquel condenado león, me ocurre con frecuencia, y como en estos momentos el dolor se ha agudizado, cojeo más que nunca. Los dientes de los leones deben contener algún tipo de veneno, porque, de otro modo, ¿cómo se entiende que, una vez cicatrizadas, las heridas vuelvan a abrirse, generalmente en la misma época del año en que se recibieron?

Cuando se han matado sesenta y cinco leones en el transcurso de una vida, como es mi caso, es triste que el león número sesenta y seis te mastique la pierna como si se tratara de un trozo de tabaco. Rompe la rutina de la vida, y dejando a un lado otro tipo de consideraciones, yo soy un hombre de orden y eso no me gusta. Dicho sea entre paréntesis.

Tercera razón: porque quiero que mi hijo Harry, que está en un hospital de Londres estudiando para médico, tenga algo con que divertirse y que le impida hacer travesuras durante una semana o así. El trabajo en un hospital a veces debe empalagar y hacerse aburrido, porque incluso de hacer picadillo los cadáveres se debe llegar a la saciedad, y como este relato no será aburrido, aunque se le puedan aplicar otros calificativos, llevará un poco de animación a su existencia durante un día o dos, mientras lo lea.

Cuarta y última razón: porque voy a narrar la historia más extraña que conozco. Puede parecer algo singular decir esto, especialmente si se tiene en cuenta que no interviene ninguna mujer, excepto Foulata. Pero ¡Alto!, también está Gagool, caso de que fuera realmente una mujer y no un demonio.Aunque tenía al menos cien años, y por tanto no era casadera, así que no la cuento. En cualquier caso, puedo asegurar que no aparece ni una sola falda en todo el relato.

Pero lo mejor será uncirme al yugo. Es un lugar incómodo y me siento como si estuviese atascado hasta el eje. Bueno, "sutjes, sutjes", como dicen los bóers (estoy seguro de que no es así como se escribe), vayamos poco a poco. Una yunta fuerte podrá atravesarlo finalmente, si no es demasiado mala. No se puede hacer nada con malos bueyes. Y, ahora, comencemos.

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"Yo, Allan Quatermain, caballero, natural de Durban, Natal, declaro bajo juramento que..." Así es como empecé mi declaración ante el magistrado sobre la triste muerte de Khiva y Ventv9gel, pero, bien pensado, no me parece la forma más adecuada de empezar un libro. Y además, ¿soy un caballero? ¿Qué es un caballero?

No lo sé realmente, y, sin embargo, he tratado con negros...; pero no; voy a tachar la palabra "negros", porque no me gusta. He conocido nativos que lo son, y lo mismo pensarás tú, Harry, hijo mío, antes de acabar este cuento, y también he conocido blancos con montones de dinero y de buena familia que no lo son. Pues bien, en cualquier caso, yo soy caballero por nacimiento, aunque durante toda mi vida no haya sido más que un pobre comerciante y cazador nómada. Si he seguido siendo un caballero es algo que no sé; ustedes deben juzgarlo. Dios sabe que lo he intentado. He matado a muchos hombres en mi juventud, pero jamás he asesinado por capricho ni me he manchado las manos con sangre inocente; sólo en legítima defensa. El Todopoderoso nos da la vida, y supongo que desea que la defendamos; al menos yo siempre he actuado basándome en esta idea, y espero que no se vuelva contra mí cuando suene mi hora.

Pero, ¡Ay!, éste es un mundo cruel y maligno, y a pesar de ser un hombre tímido, me he visto envuelto en muchas matanzas. No sé si es justo, pero sí puedo afirmar que nunca he robado, aunque una vez estafé a un cafre con un rebaño de vacas, pero es que él me había jugado una mala pasada, y por añadidura, este asunto me ha preocupado desde entonces.

Pues bien, hace aproximadamente

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