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Inglaterra, julio de 1972


Enviado por   •  30 de Abril de 2013  •  Informes  •  2.790 Palabras (12 Páginas)  •  231 Visitas

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Inglaterra, julio de 1972

En los meses estivales, la temperatura promedio de Londres alcanza los 180 centígrados, agradable sin duda alguna. El niño Carlos Vicente Vegas Pérez aprovechaba el clima benigno para jugar, corretear y charlar con sus amigos londinenses. Se conocían muy bien porque habían estudiado juntos toda la escuela primaria.

Carlos Vicente haría el próximo año lectivo en Venezuela para luego regresar a Londres a proseguir la secundaria. Junto a él estaba su padre, el arquitecto Martín Vegas quien a su vez daba los toques finales a su tesis de post grado sobre purificación del medio ambiente.

Cuando llegó el día de regresar a Caracas, Carlos Vicente se despidió de sus amigos con la promesa de un cercano reencuentro. Mientras tanto procurarían mantener el contacto por correspondencia.

Maitana, viernes 23 de febrero de 1973 – 2:00 a.m.

Lucía Figuera, una de las 60 personas que habitaban el pequeño caserío de Maitana, despertó sobresaltada por el ruido de un carro, no era normal que a esa hora alguien transitara por allí. Desde el catre sintió que se estacionaban frente a su rancho; aún estando nerviosa levantó la tranca y salió a ver que pasaba. Adelante, en la trocha que servía de camino entre su caserío y el pueblo de Tacata estaba un pequeño auto europeo blanco que reemprendió la marcha muy lentamente. Siguió por aquel camino pedregoso hasta situarse varios metros más abajo, justo al borde de un profundo barranco. Lucía oyó voces y pasos que se perdían entre el follaje y unos muy lejanos ladridos.

De pronto pareció escuchar el ruido de algo que caía, arrastrando consigo pequeños guijarros y al final un golpe seco. Parada allí en medio de la oscuridad y el frío se sintió un poco ridícula y decidió entrar de nuevo.

- Lo que sea que este pasando afuera no es problema mío – se reprochó.

Mientras se metía en el catre notó que el carro se alejaba y todo iba quedando en silencio.

Caracas, jueves 22 de febrero de 1973 – 4:30 p.m.

Carlos Vicente de 13 años, tercer hijo del matrimonio Vegas-Pérez, destacado estudiante del colegio El Peñón de Baruta y amante de las actividades físicas decidió ir al centro comercial a comprar un par de revistas deportivas de las que era asiduo lector; su madre Cristina, luego de entregarle algunas monedas lo despidió amorosa sin sospechar que esa era la última vez que vería a su pequeño con vida.

Caracas, viernes 2 de marzo de 1973 – La hora del LSD

En marzo de 1973 los acontecimientos mundiales llevaban un ritmo vertiginoso. En Chile, el presidente Salvador Allende enfrentaba a una feroz oposición que lo llevaría a la muerte unos meses después, los gobiernos europeos escandalizados por la decisión del presidente Nixon de abandonar el patrón oro exigían garantías sobre el dólar, en la ciudad de Jartum militantes palestinos daban muerte al embajador estadounidense, en Londres un auto bomba estallaba frente a la Corte Central Criminal y en la América melómana se lloraba la muerte del grande hombre de la música afrolatina Tito Rodríguez.

En Venezuela al mismo tiempo, el ambiente era un pastel psicodélico; el primer gobierno socialcristiano llegaba a su año postrero y el gobernador de Caracas, Guillermo Álvarez Bajares, se daba el lujo de prohibir la película El último tango en París del director Bernardo Bertolucci, protagonizada por Marlon Brando, ese mismo gobernante en un improvisado set de cartón piedra ceñía una corona de oropel en la frente de la joven Migdalia Mota, vecina del humilde barrio de Chapellín, para nombrarla Migdalia I Reina del Carnaval. La campaña electoral estaba en su apogeo, el bachiller Carlos Andrés Pérez prometía democracia con energía mientras el candidato oficialista Lorenzo Fernández ofrecía seguir con lo bueno de lo actual. Por las calles pululaban jóvenes melenudos que copiaban una moda extinguida en otras latitudes y el acido lisérgico corría como agua debajo del puente en discotecas y urbanizaciones. Los chicos de la clase media caraqueña descubrían los efectos de una droga que diez años atrás diera tanto de que hablar en los países nórdicos.

En un apartamento del este de la ciudad, uno de estos muchachos tenía un pésimo viaje; pese a estar en un piso alto sentía que los sonidos de la calle se arremolinaban frente a sus ojos hincándolos furiosamente mientras un fétido olor penetraba en su habitación llenándola de un alucinante color púrpura. Sentía un frío tremendo alternado por sucesivas olas de calor. Los objetos se encogían y estiraban frente a sus ojos y aquella maldita fetidez purpurina le taladraba los oídos. Con la percepción espacio-temporal totalmente alterada, el joven de pronto se veía en otro sitio; en un sitio que lo aterraba. Cuando sus manos que no parecían formar parte de su cuerpo levantaban la colcha de la cama, veía una figura encadenada, una silueta humana en posición prenatal. La cama ya no era una cama sino el maletero de un carro, y desde allí la silueta distorsionada le gritaba desde el pútrido olor de la muerte. El muchacho con el cerebro pleno de acido trataba de enfocarse en la figura pero los rayos de luz que salían de las cadenas le golpeaban la vista hasta enceguecerlo.

Aterrado solo pensaba que ya no quería estar allí. Necesitaba salir de aquella habitación, solo quería salir.

Caracas, jueves 22 de febrero de 1973 – 7:30 p.m.

En la quinta Algarrobo ubicada en la avenida principal del Mirador del Este, había inquietud, después de tres horas Carlos Vicente no regresaba. El centro comercial Santa Marta, lugar a donde había ido a comprar las revistas, solo distaba 800 metros de la vivienda. No se justificaba la tardanza. Cuando llegó Martín Vegas, la señora Cristina le comunicó su angustia: el niño salió temprano al centro comercial y no había vuelto. De inmediato salieron a buscarlo por las inmediaciones, el chico no estaba en ningún sitio cercano. Decidieron llegar hasta el centro comercial y allá le preguntaron al señor Julio Brillemburg si había visto a Carlos Vicente. – ¡No! – fue la desconsoladora respuesta. Toda la familia regresó a la casa por si el niño aparecía. Al arquitecto Martín Vegas y a su esposa Cristina Pérez, la oscuridad de la noche les generó una angustia que se prolongaría durante seis dolorosos días para culminar en un trágico desenlace. De nuevo en la quinta Algarrobo y con los corazones oprimidos se sentaron a esperar

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