La Dominacion De La Virgen
xochitl231420 de Septiembre de 2014
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puntos de contacto con los evangelios y los hechos se basan en que algunos, como AB1, AB5 y AB9, comparten la for¬ma de lo que se denomina tránsito, es decir, un relato donde un testigo directo de los hechos, generalmente Juan, el Evangelista, o su discípulo Prócoro, pone por escrito todos los sucesos que ha pre¬senciado. Posteriormente este testigo y el resto de los apóstoles vi¬vos reciben el encargo de difundirlo por toda la tierra.
Al apóstol Juan, a su discípulo Prócoro o a destacados patriarcas de las iglesias orientales se atribuye la autoría de los textos.
Bien directa o bien indirectamente la mayoría de los textos son obra de este (apóstol (AB1, AB2, AB5, ABX, AB7, AB9 y AB10).
AB2, AB3 y AB10 a Cirilo, patriarca de Alejandría, ABX a Cirilo, arzobispo de Jerusalén y AB7 a Ciríaco de Bahnasa.
Al apóstol Pedro, como cabeza de la iglesia, le corresponde tomar la iniciativa en los momentos cruciales de la trama motivado por su personalidad im¬pulsiva; Juan, evangelista y autor del Apocalipsis, es el destinado a conocer los misterios ocultos que en el más allá Cristo le revela a María; Tomás sigue careciendo de fe a la hora de creer lo que sus compañeros le anuncian; los judíos y los sumos sacerdotes inician contra María una persecución semejante a la que realizaron con Cristo; el arcángel Gabriel continúa desarrollando su labor de men¬sajero divino31; y el castigo divino que corresponde a los que se atre¬ven a tocar el cuerpo de María sigue siendo dañar las manos.
Los textos conceden a la Virgen la capacidad de obrar milagros, como conseguir la presencia de todos los apóstoles, los vivos y los muer¬tos, los profetas y los patriarcas, para que la acompañen en el mo¬mento de su muerte. Ya hemos explicado cómo su destino glorioso fue profetizado por Juan y por el mismo Cristo.
La imagen principal de la ascensión es el vuelo, bien sea sobre las nubes, sobre el carro celestial48 o sobre las alas de los ángeles.
Todas las personas, seres, elementos, ob¬jetos y fenómenos del cielo se distinguen siempre por su luminosi¬dad. María es la reina luminosa y su rostro brilla con la luz divina en ej momento de su muerte, Cristo es la luz que ilumina el mundo y una luz indescriptible siempre anuncia sus apariciones, las nubes y los carros que transportan a estos personajes son luminosos o de fuego, los ángeles castigan a los hombres con espadas de fuego, las coronas que los mártires lucen en el cielo son también luminosas y las jerar-quías y las moradas celestiales están también inundadas de luz.
El árbol de la Vida. Simbólicamente el árbol se relaciona con la idea del cosmos vivo en perpetua regeneración y, aunque no siem¬pre es objeto de culto, es la figuración simbólica de una entidad que lo supera y que puede convertirse en objeto de culto. En el desierto árido el árbol indica los lugares donde el agua permite desarrollar la vida (Éx 15, 27; Is 41, 12). En el lugar donde el hombre debía desa¬rrollar su vida y donde ésta no se agota, tenía que existir un árbol de la Vida. El Génesis, al utilizar este símbolo, que ya era corriente en la mitología mesopotámica, coloca en el paraíso primitivo un ár¬bol de la Vida, cuya savia es el rocío celeste y cuyo fruto comunica la inmortalidad (Gn 2, 9; 3, 22). Arbol que no es sólo de este mun¬do, ya que poza en el más acá y sube hasta el más allá. Va de los in¬fiernos a los cielos, como una vía de comunicación viva. En las tra¬diciones judías y cristianas simboliza la vida del espíritu, así el árbol de la Vida es el de la vida eterna. Es comparado al pilar que sostie¬ne el templo y la casa y a la columna vertebral del cuerpo. Las es¬trellas son los frutos de este árbol cósmico. Es además un símbolo femenino porque surge de la tierra-madre, sufre transformaciones y produce frutos. Árbol y Cruz se levantan en el centro de la tierra y sostienen el universo.
Cuando Adán y Eva comieron «del árbol del conocimiento del bien y del mal» (Gn 3, 2-6) quedó cortado el camino del árbol deja Vida para ellos y para el resto del género humano. El cuerpo que dio vida humana al que restituyó esta vida espiritual para los hombres debía ser enterrado bajo su símbolo. En el Nuevo Testamento el Apocalipsis sitúa también este árbol en el paraíso (Ap 22, 2.14).
En el Nuevo Testamento Cristo promete a los que perma¬nezcan fieles comer del árbol de la Vida en el paraíso (Ap 2, 7).
El resto de los árboles del jardín del Edén se caracteriza por dar unos frutos que exhalan un perfume indescriptible54. El perfume, símbolo que volveremos a tratar más adelante, representa la sutile¬za imperceptible y se emparenta alegóricamente con una presencia espiritual y con la naturaleza del alma.
La nube. En el Antiguo Testamento es un símbolo privilegiado para significar el misterio de la presencia divina: manifiesta a Dios al mismo tiempo que lo vela, expresa la proximidad benéfica de Dios o el castigo de aquel que oculta su rostro siendo además un instrumento de apoteosis y epifanías. En los relatos de la dormición simboliza el primer aspecto. Al igual que en el Éxodo (13, 21 ss.) evoca la presencia de Dios a su pueblo en todo tiempo y la protección contra sus enemigos. El Espíritu Santo envía una nube para que traslade a los apóstoles y a la Virgen de Jerusalén a Belén ponién¬dolos a salvo del peligro judío.
En correspondencia con las teofanías del Éxodo, el día de Yahvé va acompañado de nubes y nubarrones. Con ello se representa la ve¬nida de Dios como juez (Nm 17, 7), ya a través del simbolismo natural, ya a través de la metáfora que presentaba a Yahvé viniendo so¬bre un carro (Sal 104 [103], 3) «montado sobre una ligera nube» (Is 19, 1) y que formó la imagen apocalíptica que presenta al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo (Dn 7, 13). En el Nuevo Testamento pasa a significar la gloria del Hijo de Dios transfigurado (Mt 17, 1-8), por lo que está presente en el momento de su ascensión como signo celestial que oculta ante los ojos de los hombres su en¬trada en el cielo (Hch 1, 9) y también será su carro celestial cuando vuelva el último día (Mt 24, 30; 26, 24). Su valor escatológico tam¬bién se mantiene en el Nuevo Testamento, donde se afirma que el úl¬timo día los creyentes serán arrebatados de la tierra sobre las nubes para salir al encuentro del Señor que viene (1 Tes 4, 17; Ap 11, 12).
En estos relatos la nube conserva esta función de vehículo celestial que sirve para hacer volar milagrosamente a los apóstoles de un lugar a otro de la tierra o de la tierra al paraíso y viceversa, junto con su valor escatológico. A estas nubes, símbolos de Dios y de su gloria, siempre se las califica con adjetivos relacionados con el cam¬po semántico de la luz y el fuego. Hay cuatro tipos de nubes: la nube celestial, la nube luminosa, la nube brillante59 y la nube resplandeciente.
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La espada de fuego. La espada es el símbolo del estado militar y de su virtud, la bravura, así como de su función, el poderío. El po¬derío posee un doble aspecto: destructor aunque la destrucción puede aplicarse a la injusticia y por este hecho convertirse en posi¬tivo, y constructor, porque mantiene y establece la paz y la justi¬cia. Es también la luz y el relámpago, ya que su hoja brilla, y es por tanto el fuego. Por ello, ha de ser el arma del ángel del Señor y, con¬forme a su naturaleza celestial, ha de ser fuego, porque su poder proviene de Dios, al que, como ya hemos dicho, se le identifica con la luz, el sol y, por tanto, el fuego. Con ella el ángel ejecuta el casti¬go divino. Tras la expulsión del jardín del Edén, la tierra afortunada se convierte en tierra prohibida y la espada de los ángeles rechaza a los profanos del lugar sagrado para que no sea profanado. Es lo que hace el ángel del Señor con el cuerpo de María: defiende este cuer¬po sagrado, que también es tierra y a ella va a volver, para que no sea profanado por Teófanes, que quiere arrojarlo al fondo del valle.
La vara seca que retoña. El bastón o vara es el arma mágica por excelencia y signo de autoridad. Los apóstoles entregan al judío Teófanes una vara seca para que manifieste con ella el poder de Dios, debido a sus propiedades milagrosas, como hizo Moisés con la suya al hacer brotar el agua de la peña (Num. 19, 9-11). A semejanza de la rama bíblica de Aarón, Dios muestra en ella su signo al hacerla re¬toñar. Al brotar simboliza, además del poder divino, la regeneración o resurrección espiritual de un personaje, en este caso del converso Teófanes. Personaje que porta una doble simbología para manifestar el poder de Dios, la vara y su propio nombre.
Las coronas de los mártires. El simbolismo de la corona estriba en tres factores principales: su situación en el vértice de la cabeza, su forma circular y su función de vínculo entre el mundo superior y el de la experiencia ordinaria. Su ubicación en el vértice de la ca¬beza le confiere una significación supereminente porque comparte no solamente los valores de la cabeza, cima del cuerpo humano, sino también los valores de lo que rebasa la propia cabeza, el don venido de lo alto. Su forma circular indica la perfección y la participación en la naturaleza celeste cuyo símbolo es el círculo. De este modo, une en el coronado lo que está por debajo de él y lo que está por encima.
La imagen de la corona (St 1,12; Pe 4,5) y por esta razón se puede hablar de la corona de la vida (Ap 2, 10) o de la inmortalidad.
Una última connotación puede añadirse al simbolismo de este motivo: el aspecto nupcial de la corona que forma parte de las
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