La Familia Moderna
flakka7772 de Julio de 2013
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ORÍGENES DE LA FAMILIA MODERNA
Jean Luis Flandrin
INTRODUCCIÓN
Durante mucho tiempo el historiador, en tanto formador o informador del sentido
cívico, se limitó al estudio de la vida pública. Y aun cuando se proponía analizar la
estructura de las economías antiguas, las coyunturas, los conflictos sociales, lo hacía en
una perspectiva política. La historia de la vida doméstica y de las instituciones quedaba
en manos de sociólogos y de juristas.
El que hoy los historiadores comiencen a hablar de la familia tal vez se deba a que la
actualidad está impregnada de los problemas de la vida privada, a que los derechos y los
deberes del marido y de la mujer, así como su autoridad sobre los hijos, las
posibilidades de divorcio, de la anticoncepción o del aborto se han convertido en
asuntos de Estado. Ante una transformación cada día más evidente de las costumbres,
hay quienes requieren del Estado la preservación de la moral tradicional, otros, la
aceleración de las evoluciones "necesarias", mientras que otros, finalmente, intentan
hacer de ella un arma de guerra contra el régimen político. ¿Cómo podría un historiador
atento a los conflictos políticos de su época dejar de interesarse por la "vida privada" de
nuestros antepasados?
Con tanta mayor razón cuanto que, bien mirada, la distinción entre lo privado y lo
público, fundamental en nuestras sociedades liberales, no es adecuada para el análisis de
las sociedades monárquicas. En éstas la institución familiar tenía características de
institución pública y las relaciones de parentesco servían como modelo a las relaciones
sociales y políticas.
La autoridad de un rey sobre los súbditos y la de un padre sobre sus hijos eran, como
veremos, de la misma naturaleza. Ni una ni otra eran contractuales, sino que, por el
contrario, se consideraba a ambas como "naturales". De su gobierno, tanto el rey como
el padre sólo tenían que rendir cuentas a Dios. Uno y otro actuaban normalmente en
función del interés de su familia, aun cuando ello implicara la peor desgracia para sus
súbditos o sus hijos. Los matrimonios de otrora resultan incomprensibles si se los
encara como asunto puramente privado, que sólo afecta a la felicidad de los cónyuges.
Y también imposible de comprender es la guerra de sucesión de España, a finales del
reinado de Luis XIV, o las guerras de Italia, si sólo se las encara desde el punto de vista
de interés del Estado.
Es cierto que tanto en política exterior como en política interna había una lógica de la
soberanía que impulsaba a los príncipes de entonces, lo mismo que a los Estados
modernos, a combatir todas las fuerzas que podían hacerles sombra. Sin embargo, de
ello no concluimos que fórmulas como "mi hermano" o "mi primo", que los príncipes
empleaban para dirigirse a otro príncipe o a un gran señor de su reino, fueran vacuas e
hipócritas. Estas fórmulas son significativas, pues constituyen un índice, entre muchos
otros, de que las relaciones de parentesco modelaban las relaciones políticas; y, a la
inversa, informan al historiador de la familia acerca de la fraternidad y la relación entre
primos.
Las familias particulares, por otra parte, desempeñaban un papel de primera importancia
en la vida política. Cuando se participaba en la autoridad pública era normal gobernar
con la ayuda de los parientes y en su beneficio. Los mayores servidores del Estado - un
Richelieu, un Colbert - no constituyen ninguna excepción. Al contrario, cuando se les
apartaba del poder, los personajes importantes no vacilaban en tomar las armas contra el
rey, con la complicidad de sus parientes y clientes.
La historia del Antiguo Régimen no se reduce, por supuesto, a conflictos de familias:
hay guerras que se explican fundamentalmente por el enfrentamiento de fanatismos
ideológicos, y otras por las luchas de clases; y a veces enfrentamientos ideológicos y
luchas de clases se conjugaban. Pero no es siempre así. A veces sería más útil, antes que
forzar los testimonios para hallar en todos los conflictos de entonces la naturaleza de
clase de cada partido, buscar los lazos de parentesco, de alianza y de clientela que, en
mayor o menor medida, constituían su fundamento. Aun cuando un grupo defendiere
ostensiblemente sus intereses de clase, éstos enmascaraban intereses de familia.
Por estas razones, y otras más, el análisis de la vida política, económica y social bajo el
Antiguo Régimen exigiría que se tomara en cuenta la estructura familiar y las relaciones
de parentesco. Pero hay más aún. A nosotros, que trasladamos a la vida pública los
problemas de nuestra vida privada y que tomamos conciencia de los cambios de
nuestras costumbres, nos interesa antes, en el fondo, conoce por sí misma la vida
familiar de nuestros antepasados que las peripecias y los anacrónicos fastos de la vida
pública tradicional. Pero más que los asuntos de familia de los poderosos, que
constituían la trama de aquéllos, lo que despierta nuestra curiosidad son las estructuras
de la vida privada de las masas. ¿En qué se diferenciaban y en qué se parecían las
familias de entonces a las de hoy en día? ¿Qué es lo que se sabe con precisión de su
tamaño, sobre la edad y los lazos de parentesco de sus componentes, sobre las
relaciones de los esposos, sobre la actitud de los padres respecto de los hijos o sobre el
papel de la familia en la educación?
Sobre todos estos puntos se están realizando investigaciones que indudablemente
habrán de precisar o modificar las ideas que se presentan en este libro. Sin embargo, nos
pareció necesario hacer desde ya un primer balance de nuestros conocimientos acerca de
la familia de antaño, y principalmente acerca de las familias francesas de los siglos XVI,
XVII y XVIII. Pues desde hace unos años los historiadores han modificado
sensiblemente la imagen dada por sociólogos e historiadores del derecho. Se han
planteado nuevas cuestiones; se han abordado las viejas a partir de otros documentos y
con otros métodos de análisis, y se ha llegado a conclusiones a veces radicalmente
opuestas a las que se creía definitivas.
Cada una de estas fuentes, cada uno de estos métodos -hay que ser conscientes de ellosólo
permiten encarar un aspecto, una dimensión, de la antigua realidad familiar. Las
"familias" que, a partir de las actas de bautismo, de nacimientos y de sepultura,
reconstruyeron los demógrafos franceses, sólo dan una imagen de la fecundidad de las
parejas; pero no nos dicen nada acerca del tamaño del grupo doméstico. Las "familias"
que descubren los historiadores ingleses en los censos casa por casa, sólo son una
fotografía instantánea de la ocupación de los alojamientos de una localidad en un
momento dado. Ni unos ni otros podrían reemplazar pura y simplemente las imágenes
que, a partir de diferentes documentos-menos en cantidad pero más ricos-, dieran de las
familias de antaño juristas y sociólogos.
Hoy es necesaria una síntesis entre las viejas y las nuevas imágenes, para ponerlas al
alcance de un público culto, con un interés creciente por estas cuestiones. A pesar de ser
-digámoslo desde un comienzo- una síntesis crítica, provisoria y a veces aventurada,
puede prestar también alguna utilidad a los especialistas que, cada uno en su campo,
trabajan sin preocuparse siempre por lo que se construye en los campos vecinos.
Dominados por un extraño provincianismo, algunos historiadores ingleses y algunos de
la región de París pretenden relegar la familia extensa al museo de los mitos
sociológicos, con ignorancia de los censos de la Francia meridional que confirman su
existencia. Muchos, tanto en Francia como en Inglaterra, confunden por otra parte la
pareja ampliada con el "linaje", el linaje con la "raza" o la "casa", sin preocuparse por
las oposiciones que los historiadores del derecho han puesto de manifiesto entre estas
diferentes realidades. Y la distinción que establecen los etnólogos entre la noción de
linaje y la de parentesco no ha llegado todavía al conocimiento de todos los
historiadores. Es que los historiadores de la familia, lo mismo que los demógrafos y los
sociólogos, se interesan demasiado exclusivamente por la célula doméstica y no tanto
por los sistemas de parentesco o de alianza que, por el contrario, obsesionan a los
etnólogos.
Es verdad que el concepto de familia no carece de ambigüedad. Tratemos, pues, de
definirlo antes de abordar el estudio de las realidades familiares.
EL CONCEPTO DE FAMILIA
En la actualidad el término "familia" significa realidades diversas. En sentido amplio, es
"el conjunto de personas mutuamente unidas por el matrimonio o la filiación"; o aún "la
sucesión de individuos que descienden unos de otros", es decir, "un linaje o
descendencia", "una raza", "una dinastía"
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