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La Fiesta De Los Diablos

pulina5 de Mayo de 2014

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La fiesta de los diablos

Texto: Francisco Palma

Durante los primeros días de noviembre, en Cuajinicuilapa, en la Costa Chica de Guerrero, los hombres se convierten en diablos, salen del inframundo y traen consigo las almas de los antepasados, danzan por las calles y bromean a los vivos, en un juego donde la solemnidad no existe, todo es diversión, baile y alegría.

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Llegamos a esta región afromestiza de Guerrero el 31 de octubre por la tarde, para entonces los diablos ya habían salido del panteón y los encontramos al lado de la carretera subiéndose a un camión de redilas para ir a danzar al otro lado del pueblo. Este primer encuentro fue fugaz, pero en el ocaso, cuando venían de regreso, nos invitaron a ir con ellos al Barrio de la Iglesia donde la danza, la música y los versos fueron el preámbulo de una cordial velada donde el pozole y la cerveza nos hicieron buenos amigos.

La danza

Ver danzar a los diablos impresiona desde el principio, son como espíritus chocarreros venidos de ultratumba, andan con ropa oscura, en algunos casos desgarrada y van dando gruñidos todo el tiempo. Su andar es poderoso. Recorren las calles encorvados, zapateando con tal ímpetu que serían capaces de abrir el piso y despertar a los muertos. A fin de cuenta para eso salen del panteón, para traer por unos días los espíritus de los antepasados, tal vez ellos mismos los representan.

Por la mañana del 1 de noviembre, en casa de Miguel Ventura, promotor de la danza, nos tocó ver como preparaban algunas máscaras, “tienen que ponerle cartón doble para que no se doblen”, cuenta Miguel, mientras continua escribiendo su discurso para el encuentro de danzas de la noche. En “Cuaji” como abrevia la gente, las máscaras las hacen de cartón, las pintan de negro, les ponen cuernos de venado y las adornan con largas crines de caballo y lo que se les ocurra para dejarlas más provocadoras.

Más tarde la cita fue en casa de don Simitrio Morga, líder del grupo del Barrio de la Iglesia, la cuadrilla más antigua de Cuajinicuilapa. Ahí ya esperaba el Tenango, o diablo mayor, arriando con su látigo a los inquietos y bromistas diablos mientras esperaba la salida de su esposa, la Minga, mamá de los diablos, vestida con máscara de mujer, falda y blusa floreada, atributos excedidos y un bebé de plástico en el rebozo.

La Minga es indispensable en la danza, sin ella el rito no sería lo que es, “debe ser muy activa y hacer reír a la gente” enfatiza Miguel, mientras la madre de los diablos hace movimientos exagerados, muy eróticos, pero al mismo tiempo poniendo disciplina cuando algún hijo se le sale de orden al importunar algún descuidado que pasó cerca y le tocó ser la mofa.

Y así van los diablos por las calles, bailando, gruñendo, espantando gente, al ritmo del son que impone la armónica de don Simitrio, la charrasca de Miguel Ventura y el sonido del bote que desde hace 30 años toca don Miguel Herrera. Este último instrumento poco conocido, pero tradicional en la Costa Chica, se elabora a base de un tecomate, piel de venado o chivo y una vara de cuailote, que al ser frotada con una cera emite un sonido resonante muy particular.

Fiesta de diablos

Por la tarde, Cuajinicuilapa se va poblando de seres del inframundo gracias al encuentro que año con año organiza la Casa de Cultura. Diablos de distintos pueblos comienzan su arribo para desfilar por la calle principal. Mascaras de cartón, de cuero, con crines o sin adornos, pintadas con rojo o blanco, la forma en que cada pueblo las elabora y adorna es distinto. Mientras tanto sigue el zapateo al ritmo de los tres instrumentos, encaminándose hacia la plaza principal.

Al llegar, se dan un breve tiempo para descansar y comer mientras la gente va tomando lugar en la explanada y aparta

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