ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

La Guerra De Texas

Itza_Shawty19 de Abril de 2015

5.886 Palabras (24 Páginas)299 Visitas

Página 1 de 24

La guerra de Texas.

Por: Josefina Zoraida Vázquez.

Antecedentes.

Para los mexicanos la guerra de Texas es tal vez el episodio más triste de su historia. La guerra con los Estados Unidos fue tam¬bién desastrosa, pero después de todo no fue sino el resultado de la independencia texana, que fue totalmente injusta.

Como en todos los acontecimientos hu¬manos, no hay un acuerdo sobre ésta; los te¬xanos consideran que su independencia fue la respuesta al intento de los mexicanos de tiranizarlos y una victoria de la libertad sobre las fuerzas reaccionarias que representa¬ba Santa Arma. Aunque reconozcamos que el gobierno mexicano era corrupto, los texanos recibieron tierra gratis y condiciones extraor¬dinariamente generosas; nunca pagaron impuestos, porque cuando se terminó el período de importación libre se negaron a aceptar el pago y apoyaron la burla que hicieron las naves norteamericanas de las autoridades mexicanas.

Entraron como colonos aceptando una se¬rie de condiciones que no cumplieron y se comprometieron a obedecer las leyes del país y tampoco lo hicieron. Sin embargo, el episo¬dio es comprensible si tenemos en cuenta una serie de antecedentes que explican la con¬ducta diferente de mexicanos y norteameri¬canos en el momento en que la guerra tuvo lugar.

La sociedad norteamericana de princi¬pios del siglo XIX era una sociedad extraordinariamente dinámica. Los hombres se arries¬gaban a marchar tierra adentro sin temor al peligro y sin preocuparse por los sufrimien¬tos y trabajas que pasarían. En un deseo por encontrar una vida mejor, se experimentaba todo lo nuevo, y muchos hombres se empeñaban en encontrar la perfección humana mediante la reforma de la sociedad.

Las características de la colonización ex¬plica el porqué de esta sociedad peculiar. Los colonos que se establecieron en el territorio original de los Estados Unidos habían sido obligados a emigrar por las persecuciones religiosas o por la transformación de la eco¬nomía inglesa, pues la manufactura textil des¬plazó a miles de campesinos al preferirse la cría ganadera a la agricultura.

Aquellos pobres hombres que quedaban sin tierra vieron en su traslado al Nuevo Mun¬do la única alternativa para sobrevivir, y vi¬nieron como pudieron. Una gran parte acep¬taron ser sirvientes por contrato para pagar su pasaje. Señores y sirvientes tuvieron que hacerlo todo, desde el principio, pero había muchas tierras y hasta el más miserable sir¬viente recibía su pedazo de tierra al cumplirse su contrato. Y aquellos que nunca soñaban en ser propietarios, ahora que tenían un pedazo vieron despertar su ambición, que crecía y crecía con la vista de otras tierras "más hacia el oeste". Aquellos hombres intentaron repro¬ducir casas, cosas e instituciones como las que habían abandonado, pero las necesi¬dades eran diferentes, y hasta las diferencias sociales se minimizaron, ya que hacían falta brazos y aun la intolerancia terminó por de¬saparecer ante la necesidad de colonos. Además, como había oportunidad para todos, el trabajo y el esfuerzo eran los fundamentos de la sociedad.

Este esquema sentó las bases del expan¬sionismo y del dinamismo social norteamericano, pero la independencia y la revolución industrial aportaron nuevos elementos. La in¬dustria textil, que a principios del siglo XIX estaba en plena expansión, iba a asegurar un excelente mercado para el algodón. Los estados del sur de los Estados Unidos eran buenos productores y, viendo que el negocio era excelente, comenzaron a ambicionar la posesión de "todas las tierras algodoneras de la América septentrional", que fue lo que los empujó a Luisiana y Texas. La independen¬cia y lo que ellos consideraban el hallazgo de "un gobierno perfecto" iban a dar lugar a la aparición de una justificación de su expan¬sionismo: "extender el área de la libertad", es decir, extender sus instituciones. No se dieron cuenta, las más de las veces, de la ironía que implicaba a menudo -como en el caso de Texas- extender el área de la libertad exten¬diendo el de la esclavitud, ya que la mayor parte de los colonos que iban a Texas traían sus esclavos.

Por el lado mexicano, la nueva sociedad había resultado de la conquista. Este episo¬dio violento había determinado la victoria de un pueblo y una cultura sobre otra. Se impu¬sieron formas de vida, valores y religión a los vencidos, que se vieron obligados a tra¬bajar para los vencedores, pero que al hacerlo contribuyeron con su sangre, su sensibilidad, a muchas costumbres, algunas supersticiones y conocimientos y, de hecho, la nueva socie¬dad fue la fusión de dos tradiciones. La so¬ciedad era jerárquica y no todos tenían opor¬tunidades. La gente no cambiaba fácilmente de lugar de residencia ni de instituciones. No era, pues, una sociedad dinámica. Sin embar¬go, muchos de los hombres que fundaron la nueva nación creían en el progreso, en la industria, en la expansión de la agricultura y de la ganadería; pensaban que para que Mé¬xico fuera tan próspero como los Estados Unidos sólo hacía falta educación para todos y la explotación de los recursos riquísimos de México; por esto deseaban colonos y por ello fueron tan absurdamente generosos.

Problemas heredados.

Fue el imperio español, en el momento de la independencia de las colonias ingle-sas, el que inmediatamente se percató del expansionismo que anunciaba la nueva na¬ción. Los españoles decidieron establecer fun¬daciones y poblar en lo posible aquellas tie¬rras para oponer una barrera al nuevo país. Desgraciadamente, el gran arraigo que tenía la población novohispana y la escasez de colonos peninsulares hizo imposible que se cumplieran los planes y todo quedó en una serie de fundaciones escasamente pobladas.

La venta de la Luisiana a los Estados Unidos por Napoleón aumentó las preocupa¬ciones del Estado español, porque, en lugar de calmar las ambiciones de tierras que te¬nían los norteamericanos, no hacía sino acrecentarlas. Descaradamente el gobierno nor¬teamericano empezó a reclamar Texas como parte de la Luisiana, a pesar de que siempre había existido una frontera más o menos definida entre las dos, y la primera siempre había sido española. En cambio, la Luisiana había pasado a ser colonia española en 1763 y fue recuperada para Francia por el gobierno de Napoleón, que quería constituir un imperio de ultramar.

Como los norteamericanos tenían ambi¬ciones no sólo sobre Texas, sino también so¬bre las Floridas, el gobierno español decidió sacrificar estas últimas por hallarse rodeadas de norteamericanos e invadidas de indios bárbaros azuzados por los norteamericanos. Los españoles, pues, aceptaron la venta de las Flo¬ridas a cambio del establecimiento de una frontera claramente definida. Estos arreglos se hicieron en el tratado Adams-Onís, fir¬mado en 1819. La frontera partía de la desembocadura del río Sabinas, siguiendo el curso del Rojo y del Arkansas, y después continuaba en línea recta hasta llegar al para¬lelo 42°, que era el límite norte hasta el Pací¬fico.

La venta de las Floridas era forzada, e in¬cluso iba contra las Leyes de Indias, pero se concibió como un último intento por oponer un obstáculo al expansionismo del nuevo país. El gobierno español era consciente de que dejaba desamparados a los súbditos que habitaban en las regiones vendidas, y por esto ofreció, a aquellos que lo desearan, permiso para establecerse en otras regiones del impe¬rio. En su carácter de ex súbdito español, Moisés Austin solicitó permiso para establecerse en Texas con algunas familias, permiso que se le concedió en 1821 y que, por morir el padre, fue aprovechado por su hijo Este¬ban. La concesión era generosa, pues autorizaba el establecimiento de 300 familias, que no pagarían derechos de importación durante siete años y que podían importar lo que ne¬cesitaran para asentarse. Se otorgaron gratui¬tamente 640 acres por jefe de familia, 320 por esposa, 100 por cada hijo y 80 por cada es¬clavo. A los colonos se les impusieron como condiciones el que fueran católicos, de buenas costumbres y que juraran lealtad al rey y al imperio español.

Una nueva nación abre sus puertas.

Casi al tiempo de recibir la concesión, Nueva España se declaraba independiente de España, por lo que Esteban Austin decidió viajar a la capital del nuevo Imperio mexica¬no para conseguir que se le ratificara su permiso.

El optimismo desbordante de los criollos independizadores y su seguridad de que la nueva nación no sólo contaba con el favor divino y la protección de su Guadalupana, sino que era uno de los países más ricos del mundo, hizo que se confiara en que la liber¬tad de comercio y la población de los vastos territorios deshabitados conducirían el país al progreso. Por esto no es de extrañar que el gobierno de Iturbide fuera tan generoso como el español y estuviera dispuesto a abrir sus puertas a colonos trabajadores que explota¬ran los grandes recursos del país. De manera que cuando se publicó una ley de coloniza¬ción en 1823 se añadieron a las condiciones concedidas con anterioridad facilidades a los empresarios que llevaban más de 200 familias a la región.

Con el establecimiento de la República, la facultad de colonización pasó a las autorida¬des de los estados. A partir de 1824 el gobier¬no de Coahuila y Texas multiplicó las concesiones de tierras sin tomar ninguna precau¬ción. Saltillo atrajo a decenas de empresarios y especuladores de tierras, que convirtieron el reparto de concesiones en una lotería y una fuente de corrupción. La mayoría de los em-presarios

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (37 Kb)
Leer 23 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com