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La Monarquia


Enviado por   •  14 de Agosto de 2014  •  2.411 Palabras (10 Páginas)  •  202 Visitas

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La configuración de la Monarquía Hispánica parte desde el mismo momento en el que confluyen ambos conceptos. Ese momento no puede ser otro que la aparición en la Península de un poder, estructurado bajo una entidad de índole monárquica (ejercicio personal de la soberanía, con carácter vitalicio y/o hereditario), que abarca la mayor parte de lo que los romanos vinieron en llamar Hispania. Su independencia de cualquier otro poder le confiere una singularidad que provoca el inicio de una verdadera historia propia.

Tras estas apreciaciones, entendidas como justificación del inicio de nuestra página web en los reyes visigodos, deseamos en esta presentación realizar un somero, y por lo tanto incompleto, repaso a la concatenación de los distintos apartados que encontraremos en ella.

A pesar de la relativa poca importancia que se le ha concedido al periodo de los reyes visigodos, no debe perderse de vista que introdujeron buena parte de las características que la monarquía mantendrá durante varios siglos. Si bien la tradición goda establecía la elección en asamblea del rex (título concedido por los últimos gobernantes romanos), desde su establecimiento en suelo peninsular ya intentaron establecer una sucesión dinástica, si bien nunca lo lograron de manera efectiva.

El poder ya se definía como absoluto e ilimitado, con facultades casi completas en materia de legislación, gobierno, guerra y justicia. La Iglesia, por su parte, pronto alcanzó una alta cuota de poder y de ascendencia sobre la monarquía. Dos momentos aparecen como clave del periodo: el reinado de Leovigildo (unificación territorial y étnica, con la derogación de la prohibición de los matrimonios mixtos - hispanoromanos y germanos -) y el de Recaredo (unificación religiosa a través de su conversión al catolicismo).

El año 711 aparece en la Historia de España como una de esas fechas clave a que tan aficionados eran nuestros viejos métodos escolares. Pero los nuevos no han hecho perder su gran importancia. La entrada de un nuevo poder extraño en la Península, los musulmanes, provocan el derrumbe del poder visigodo y la creación de una nueva entidad política: al-Andalus.

Este periodo muestra características bien distintas en su trascendencia histórica en cuanto a lo manifestado en la época visigoda: su influencia en la configuración posterior del poder fue mínima, pero su legado cultural (en todo lo que ello incluye) fue incalculable.

Tras un primer periodo de vinculación al poder omeya de Damasco (con delegados, llamados walíes, dependientes de la provincia de Kairuan), con la llegada a la península de Abd-al-Rahman, príncipe omeya huido tras la rebelión Abbasida, se vuelve a establecer un poder propio en Hispania con la adopción del título de emir. Un nuevo paso se produce en 929 con la titulación como califa de Abd-el-Rahman III, lo que desvinculaba, también a nivel religioso, a la península de cualquier poder externo.

No más de un siglo duró esta situación. En 1031 se produce la crisis del régimen califal y su fragmentación en poderes locales (taifas), que, sin embargo, no hicieron disminuir el desarrollo cultural. Tan sólo cinco décadas más tarde (1086) una parte de estos reinos reclaman la ayuda de los almorávides (dinastía bereber que controlaba en aquel momento el Mogreb musulmán) que dirigen la política de recuperación territorial hacia el norte cristiano.

En 1144 el poder almorávide se diluye en el territorio musulmán peninsular y los reinos taifas recuperan su esplendor. Poco duradero fue este periodo turbulento, conocido como los segundos reinos taifas, ya que sólo tres años más tarde (1147) la nueva dinastía dominante en el norte de África, los almohades, entran en Sevilla. El poder almohade fue siempre débil, frente a la expansión cristiana y frente a los poderes locales musulmanes, sufriendo un duro golpe con la derrota de las Navas de Tolosa (1212).

Coetáneamente al desarrollo de al-Andalus, se produce la creación de diversos núcleos de resistencia en el norte de la península, que se desarrollaran dando lugar a los reinos cristianos medievales. Una idea cabe remarcar desde el inicio, ella marcará además la posterior historia de España hasta la actualidad, la fragmentación de las estructuras políticas.

Diferentes causas provocaron la creación de dicha pluralidad política, o si se quiere la no creación de una única entidad: unas de índole geográfico (la separación producida por un relieve accidentado), otras de carácter étnico-histórico (la pervivencia de estructuras prerromanas en determinados casos), la especialización económica, la diferente influencia de la Iglesia católica o la aparición de factores externos como el imperio carolingio.

En el siglo VIII y principios del IX se consolida el reino asturiano que inicia su expansión durante los siglos IX y X hacia el valle del Duero (con la formación de ciudades como Braga, Oporto, Zamora, Burgos, Toro, etc). Para potenciar esta expansión se traslada la capital a León, con lo que comienza a ser conocido como el reino de León.

Desde mediados del siglo VIII, el reino astur venía repoblando su extremo oriental (N. de la actual provincia de Burgos) para defenderlo de los ataques musulmanes del valle del Ebro. Se crea así el Condado de Castilla. La estructura social, apoyada en la pequeña propiedad, y una legislación propia, le dan un carácter diferenciado del poder central. Estas características y la debilidad interna del reino leonés en el siglo X, facilitarán la independencia del condado (960) con el conde Fernán González. A principios del siglo XI, el condado queda incorporado por matrimonio a Navarra, siendo rey Sancho el Mayor de Navarra. A su muerte (1035), Castilla es heredada por su hijo Fernando que toma el título de rey, apareciendo así el reino de Castilla.

El núcleo de Navarra estaba situado estratégicamente entre los pasos pirenaicos y el Ebro. Tras una primera fase de dominio vascón y de los muladíes aragoneses, en el siglo X la familia de los Jimena instauró una monarquía feudal con apoyo franco y extendió sus tierras hasta el Ebro. La máxima expansión sucede en el reinado de Sancho III el Mayor (1004-1035): hacia el este con la ocupación de los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza (N. de las actuales provincias de Huesca y Lérida); hacia el oeste ocupó el País Vasco y el condado de Castilla. Pero, a su muerte dividió el reino entre sus hijos: García heredó el reino de Navarra, Fernando el de Castilla y Ramiro el de Aragón.

El territorio del Pirineo central, constituido por los condados de Aragón,

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