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La Politica Como Vocacion

micaelarivas2 de Abril de 2014

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Max Weber: la política como vocación

Max Weber, en su conferencia sobre “la política como vocación” dentro de su obra El político y el científico, manifiesta en un primer momento lo que él entiende por política, afirmando que solamente es “la dirección o la influencia sobre la trayectoria de una entidad política, esto es, en nuestros tiempos: el Estado”[1]. El Estado, a su vez, es una comunidad humana dentro de los límites de un territorio establecido, ya que este es un elemento que lo distingue, reclamando para sí el monopolio de la legítima violencia física.

Por tanto, el concepto de político significa la aspiración a tomar parte en el poder o de influir en la distribución del mismo, ya sea entre los diferentes estados, ya en lo que concierne, dentro del propio Estado, a los distintos grupos de individuos que lo integran. El Estado, al igual que toda entidad política, es un enlace de dominio de individuos sobre individuos, sostenido mediante la legítima violencia.

Tal dominio tiene su fundamento en tres justificaciones internas concretas: “la legitimidad del perdurable ayer, la validez de un hábito cuyos comienzos se pierden en los tiempos, y la orientación del individuo, por costumbre, hacia su respeto […] Segundo, la facultad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria […] Por último, una legitimidad apoyada en una base legal, que da por cierta la validez de preceptos legales en razón de su competencia objetiva”[2].

Por otra parte, al tratar el concepto de Estado moderno, que surge a partir del momento en que el príncipe procede a la expropiación de titulares privados de poder administrativo que tiene junto a él,  Weber señala que es una unidad de dominación de índole institucional, cuyos fines, con éxito en los resultados, han sido monopolizar, como medio de dominación, la legítima violencia física dentro de su territorio, “para lo cual ha reunido todos los elementos materiales a disposición de su dirigente, expropiando a todos los funcionarios estamentales que por derecho propio disponían de ellos y substituyéndolos con sus propias superioridades jerárquicas”[3].

Al continuar este proceso político, fue que surgieron los políticos profesionales, aquellos que no deseaban gobernar en calidad de caudillos carismáticos, sino actuar al servicio de jefes políticos, no sólo a los príncipes, sino también a otros poderes, y es que es posible ejercer influjo en la distribución del poder entre las diferentes configuraciones políticas y dentro de cada una de éstas, tanto en calidad de político ocasional como de profesión ejercida secundaria o primordialmente, tal como ocurren en el terreno de la economía.

Hay dos formas para hacer de la política una profesión, según Weber: “vivir para la política o vivir de la política […] Aquel que vive para la política hace de ello su vida en el sentido íntimo o se solaza simplemente en el ejercicio del poder que conserva, o mantiene su equilibrio y la tranquilidad en su conciencia por haber dado un sentido a su vida al haberla puesto al servicio de algo. Entre vivir “para” y vivir “de” la política existe una diferencia, ya que el individuo que vive de la política se coloca en un nivel mucho más burdo, es en el nivel económico”[4]. Quien vive de la política como profesión, ésta es su fuente de ingresos; quien vive para la política se encuentra en un nivel más alto.

Después de hacer un recorrido general por las diferentes formas de Estado surgidas en Europa principalmente a lo largo de la historia, Weber comienza a hablar del Estado constitucional, reinstaurando la democracia, haciendo del “demagogo” la figura clásica del político de Occidente. “La demagogia  moderna se vale asimismo del discurso; pero aun cuando abusa de él en cantidades abrumadoras […] se sirve de la palabra impresa como instrumento permanente. Es la actualidad,

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