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La Vida De Maximiliano Y Carlota En México


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2013  •  1.312 Palabras (6 Páginas)  •  580 Visitas

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“La vida de Maximiliano y Carlota en México”

1. Después de un largo día de interminables actos de recibimiento, sus anfitriones instalaron a Maximiliano y a Carlota en un hermoso palacio, pero tan sucio y poco confortable, que dicen que el emperador prefirió dormir sobre una mesa de billar para liberarse de un cama llena de chinches. Refieren las crónicas que “muchos pares de ojos los espiaban por detrás de las cortinas, curiosos y fascinados por la mata de su rubia barba y el azul de sus pupilas”.

En su libro Un viaje a México en 1864, la condesa Kolonitz describe como eran los departamentos imperiales que les habían preparado a Sus Majestades: “Eran augustos y de incomoda disposición –escribió-. A pesar de que la simplicidad reinaba en todo, faltaba el buen gusto en los ornamentos de modo que el emperador podía sin escrúpulos mudar las cosas de modo que mejor le conviniera. No había una sala en la cual se pudiera recibir o tener invitados a la mesa; cada estancia mas parecía una galería pues todas eran estrechas y bajas”. Sin embargo, dice la misma referencia que estaban trabajando marchas forzadas para remodelarlos.

Muy pronto se mudarían a la casa de campo que el virrey Matías de Gálvez había edificado en el hermoso bosque de ahuehuetes centenarios de Chapultepec, en la que el primer presidente de México, Guadalupe Victoria había creado un jardín botánico y en los años cuarenta se había establecido el Colegio Militar desde donde se defendió la capital durante la invasión norteamericana en 1846. La arquitectura era fea y estaba muy deteriorado, por lo que no pude ser habitado enseguida. Pero Maximiliano solo quería un pabellón y todos los esfuerzos de los arquitectos europeos para que los trabajadores mexicanos lo repararan en el menor tiempo posible resultaron inútiles. Mas el emperador se propuso apurar las obras y a los ocho días él, la emperatriz y su séquito, ya lo habitaban.

Tanto les gustó el lugar a los emperadores que pusieron “especial empeño en hermosear y alhajar el Castillo” hasta convertirlo en lo que n historiador llamó “El paraíso de Chapultepec”: anduvieron remodelar las construcciones y los jardines de manera que se parecieran al castillo de Miramar en Italia, que según testimonios de la época, “era de una belleza inimaginable” y las decoraron de manera esplendida con los muebles que les regalo Napoleón III y que colocaron en salas, salones y comedores. Además mandaron arreglar los jardines y construir una ancha avenida a la que se llamó Paseo de la Emperatriz.

De acuerdo con la costumbre de la época, y sobre todo a la usanza de la realeza, y de las altas esferas sociales, se mandaron acondicionar habitaciones separadas en distintas áreas del castillo. La de Carlota era enorme, con el piso de tablas barnizadas, cubierto casi en su totalidad por finos tapetes; debido a esto, la habitación parecía más el cuarto de un hotel europeo, que el cuarto de una residencia. Contaba con un lujoso baño con tina de alabastro, que daba a un jardín privado. Las ilustres damas mexicanas que formaron su corte, le obsequiaron un tocador trabajado artísticamente en cada detalle, de plata labrada, el cual, según conto una de las ilustres damas mexicanas, una de sus amadas súbditas y ardiente servidora, tal como ellas mismas se decían, les costó muy caro, porque tenía cinco pies de altura, y un ancho marco circundado por completo de guirnaldas y ramilletes de plata cincelados en relieve, y con la corona imperial sostenida por dos grifos.

2. Se dice que a los príncipes europeos les agradó el país con sus costumbres, su gente, sus casas, la comida, los trajes regionales y la música. Cuentan las leyendas populares que el emperador no se quitaba el sombrero de charro ni para dormir y que Carlota empezó a ir a misa con mantilla, a las ceremonias de Semana Santa vestida de riguroso luto y a las fiestas patrias engalanada y adornada con encajes y joyas, lo mismo que hacía en la fiesta de cumpleaños del emperador, y en las ocasiones solemnes como la colocación de la primera piedra para un monumento de la Independencia de México que ella promovió, pero que nunca se concluyó; que a ambos les fascinaban las extrañas costumbres, sobre todo a la mujer, quien

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