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La calidad del texto poético de Cabrales


Enviado por   •  15 de Octubre de 2014  •  1.183 Palabras (5 Páginas)  •  269 Visitas

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fr5rVarios aspectos comunes podrían establecerse entre el nicaragüense Luis Alberto Cabrales (1901-1974) —uno de los fundadores del Movimiento de Vanguardia de su país— y el argentino universal Jorge Luis Borges (1899-1986). Ambos tuvieron una coetánea formación europea, participaron de la novedad y euforia vanguardistas en los años veinte y, tras algunos desengaños, comprendieron la esencia verbal del modernismo, valorándolo en su verdadera dimensión. Pero lo que deseo presentar ahora es la relación entre John Keats (1795-1821), Borges y la experiencia poética el “Desolado canto”, poema antológico de Cabrales.

En su ensayo “Una experiencia poética” [1964], éste aporta una explicación adversa a la aceptada por Jorge Luis Borges sobre el problema que plantea la última estrofa de la “Oda a un ruiseñor” de Keats: “Tú no has nacido para morir, ¡Oh pájaro inmortal! / no has tenido una generación que te pisoteara; / la voz que escucho esta noche precisa / ya fue oída por reyes y pastores hace siglos. / Quizá es el mismo canto que abrió una senda / hasta el desalentado corazón de Ruth, cuando nostálgica / prorrumpió en llanto en el trigal ajeno”.

Según Borges, esta estrofa opone a la fugacidad de la vida humana, por la que entiende la vida del individuo, la permanencia de la vida del pájaro, por la que entiende la vida de la especie. Y concluye: “el individuo es de algún modo la especia y el ruiseñor de Keats es también el ruiseñor de Ruth”. Pero la explicación del poeta nicaragüense es más profunda y procede de una experiencia poética personal: la del poema “Desolado Canto”, muy semejante a la última estrofa de la “Oda a un ruiseñor”.

Dice: Un gallo canta en el fondo de la noche: / lejano canta e íngrimo. / Cantó a Pedro en el Santo Evangelio / y en coros cantó al Cid / en la madrugada del Romancero. / Pasó Pedro, pasó el Cid, / ¡y yo he de pasar también, Dios mío! / Y sólo queda el canto de los gallos, / el desolado canto íngrimo.

Aquí se replantea el confrontación de Keats con el gallo en vez del ruiseñor: es decir, la siguiente fórmula: gallo-inmortal y hombre-mortal. Siempre el poeta oía el canto nocturno de los gallos y pensaba que, una vez muerto, continuarían cantando.

Expresar esta idea en algún poema cuya forma —tal como acostumbraba con todos los suyos— iba modelando lentamente, era lo que aspiraba. Por fin llega a escribirlo de día y lo publica en la revista de Managua El Gráfico, a pesar de que no lo considera logrado. Pasan los años y una noche de 1940, recordando algunos versos de su primer intento, lo relabora tal como aparece en Ópera Parva (1961), y cuyo texto transcribo, quedando satisfecho. Una vez que circula entre poetas y amigos, Carlos Martínez Rivas le revela que tiene mucha similitud con la estrofa del poema de Keats.

Al respecto, Cabrales advierte en el suyo que la fuerza motora que lo produce es el sentimiento de no querer desaparecer; Keats, en cambio, no sólo nunca tuvo miedo a la muerto, sino que la deseaba como todo poeta romántico: “Cuantas veces me he sentido enamorado de la muerte / Cuántos tiernos nombres le he dado en mis rimas / Y hoy más que nunca parece dulce el morir”, escribía, contrastando con el clamor entrañable —ante la idea de fallecer— de Cabrales: “Y yo he de pasar también, Dios mío”.

Otra diferencia entre ambos poemas es la fantasía del inglés y el realismo del hispano que subyace en Cabrales: “En efecto —escribe—, en el libro de

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