La época Del Imperialismo Mommsen
PEJUCE19 de Diciembre de 2013
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La época del imperialismo – Mommsen.
Prefacio
El texto considera un periodo de la historia de Europa en el cual las clases altas y bajas están en estrecho contacto.
Entre 1885 y 1914, Europa había alcanzado el punto culminante de su predominio mundial, tanto político, como económico, cultural y civilizador.
La carrera imperialista de los grandes pueblos europeos hacia la conquista de los últimos territorios todavía “libres”, coincidía con la extraordinaria expansión de la influencia europea en el mundo.
Trataremos fundamentalmente, sobre todo, de la historia interna de Europa, con todas sus vicisitudes y conflictos, y ello acentuado por el hecho de que la política imperialista de las grandes potencias europeas de la época se explica en buena parte por su peculiar situación interna.
Junto al desarrollo de las ideologías políticas hay que situar el desarrollo económico, así como el de las estructuras sociales. El creciente proceso de industrialización de las economías europeas cambio radicalmente las condiciones políticas y sociales de Europa.
Por su parte, las relaciones internacionales de las potencias europeas, no serán tratadas simplemente dentro del cerrado ámbito de un sistema más o menos autosuficiente, como suele ser norma en las tradicionales historias sobre la diplomacia, sino que se enfocarán en función de las respectivas situaciones internas.
El dramático choque de los dos bloques (1°Guerra Mundial), donde se fueron alineando poco a poco la mayoría de los pueblos de Europa, produjo como consecuencia, inevitables cambios en las estructuras constitucionales y sociales en cada uno de los Estados europeos. Los inmensos esfuerzos de movilización de todas las fuerzas disponibles, así como el aumento de la producción bélica en gran escala, junto con los efectos inmediatos de la guerra, aceleraron al máximo las evoluciones sociales iniciadas y en particular el proceso de democratización que, finalmente, provocaron la reestructuración de toda la Europa oriental.
Tendencias básicas y fuerzas dominantes de la época.
1. Las ideologías políticas.
La lucha por un orden constitucional y social nuevo, -sino democrático, al menos liberal- dominaba la política europea en el siglo posterior a la Revolución Francesa. En todos los estados de Europa, si bien con fuerza e intensidad diversa, el liberalismo, apoyado por la burguesía ascendente, dirigía su ataque contra el orden monárquico establecido y con ello, contra el predominio fosilizado tanto social como político de las clases aristocráticas.
Aunque desde el principio esta ideología política, animada por un ilimitado optimismo progresista, chocó con la enconada resistencia de las clases dominantes y sufrió la crítica más acerba, tanto de la derecha como a la izquierda su marcha victoriosa resultó incontenible, entre otras razones por haberse aliado al moderno concepto de nación.
Con cierta justificación, la burguesía liberal podía considerarse en su acción política como representante de la nación entera.
Mientras el liberalismo era atacado por los conservadores como una doctrina errónea y peligrosa, que tenía que conducir a la desintegración del orden social, este podía defenderse tachando a sus enemigos de atrasados y reaccionarios estériles.
Spencer dio nueva vida en los años 70 a la antigua doctrina liberal, según la cual el estado no debe turbar las leyes de la vida económica con su intervención, al crear las tesis pseudo científicas de la teoría de la evolución, que tanto éxito tuvieron. Por más que el socialismo interesara a los principales espíritus de Europa, de momentos se trataba solo de un fantasma y no de un peligro político real. Lo mismo cabe decir, y con más razón, de la anarquista fundamentada teóricamente por primera vez Bakunin.
El problema se planteaba de modo distinto en el caso de otro rival del liberalismo: la democracia radical. Pero los radicales aun eran demasiados débiles para hacer tambalear la posición dominante de la ideología liberal en la conciencia política de Europa. El liberalismo seguía siendo el último movimiento político con posibilidades de disputar con éxitos a los grupos aristocráticos tradicionales el poder en el estado.
La situación cambio radicalmente durante los años 80 del siglo XIX.
El movimiento liberal que hasta entonces había sido incontestablemente el partido del progreso, cayó en un letargo político.
En el ascenso de la clase trabajadora se anunciaba una nueva fuerza política, que vehementemente ponían en tela de juicio la misión “natural” de la burguesía a la cabeza del estado y de la sociedad, y tachaba de usurpación sus privilegios sociales. En consecuencia, el liberalismo concentro sus energías en la defensa de las posiciones políticas y sociales conquistadas, renunciando a la parte aun no realizada de su programa político.
Incluso después de la secesión del ala derecha, la disensión interna fue durante años la causa principal de la impotencia política del partido liberal ingles.
En Francia el liberalismo sucumbió al triunfar. Este proceso de desintegración del liberalismo, se refleja con mayor claridad aún en Italia. En Alemania, la situación del liberalismo en los últimos decenios del siglo XIX era mucho más compleja.
El desarrollo del liberalismo en Europa oriental y en Rusia fue todavía más desfavorable. El liberalismo ruso, a pesar de encontrarse en franca minoría frente a las masas populares, pudo apuntarse en la revolución de 1905 una victoria de prestigio frente al régimen autoritario zarista.
El hecho de que hacia 1890, su rival histórico, el conservadurismo, se viera empujado también a posiciones defensivas constituía una débil satisfacción para el liberalismo europeo.
Indudablemente, las fuerzas conservadoras, aún ocupaban importantes posiciones de poder en la mayoría de los estados europeos y en algunos casos incluso poseían el poder absoluto. Sin embargo, los argumentos tradicionales de la ideología conservadora, especialmente su insistencia sobre el origen divino del orden social y político establecido y la legitimidad exclusiva del derecho tradicional, estaban perdiendo su fuerza de convicción en una época de secularización de todas las relaciones vitales y de creciente legislación estatal.
El conservadurismo, no tenía a mano más que argumentos dogmáticos anticuados para combatir las nuevas ideas igualitarias.
En tales circunstancias, el conservadurismo europeo tuvo que optar por mantener rígidamente sus viejas tradiciones, aunque ello no fuera ventajoso desde el punto de vista político. En los últimos decenios anteriores a 1914, el conservadurismo encontró sus principales puntos de apoyo ideológico en la Iglesia. En vista de las fuertes tendencias secularizadoras que aparecieron en toda Europa durante el proceso de industrialización, esta alianza era problemática y a la larga resulto poco ventajosa para las dos partes.
Las viejas capas aristocráticas, aún fuertes en sus tradicionales posiciones de poder, se mantenían únicamente gracias a una hábil política de intereses, atrayendo a las elites burguesas y asegurándose el apoyo de gran parte del campesinado.
Los conservadores tendieron en los años anteriores a 1914 a atrincherarse en las posiciones sociales y políticas que aún se hallaban en su poder, sobre todo en las fuerzas armadas.
Al final, los conservadores, se entregaron sin reservas al nuevo nacionalismo agresivo que surgió hacia principios de los años 80 en Europa, intentando vencer al rival liberal con una ideología nacionalista militante.
La idea de la nación como comunidad de acción de todos los ciudadanos políticamente maduros y pertenecientes a una misma lengua estuvo en principio estrechamente ligada a las ideas liberales y democráticas.
Pero desde 1885 las fuerzas conservadoras jugaron consecuentemente a la carta del nacionalismo patético con la esperanza de frenar la pérdida de influencia sobre las masas favoreciendo una política decididamente nacionalista.
Jacob Burckhardt comprendió perfectamente la fuerza tremenda del nuevo nacionalismo que desde 1870 se preparaba para transformar radicalmente la estructura política de Europa. “En primer lugar, la nación desea –real o aparentemente- poder. Sobre todo se desea hacer más pueblos”
Para el desarrollo histórico de Europa fue decisivo que en pocos años el nacionalismo se transformara en imperialismo. La penetración política y económica de los territorios por desarrollar se convirtió en la gran empresa nacional de la época.
Es importante distinguir claramente este imperialismo nacionalista del colonialismo europeo de siglos anteriores. Ya no se trata como hasta entonces de adquirir territorios en ultramar para la explotación económica o para la colonización, sino de la expansión o apropiación de territorios ultramarinos con la intención declarada de abandonar el propio “status” de gran potencia europea y convertirse en gran potencia mundial, aprovechando las posibilidades económicas, las ventajas estratégicas, e, incluso, el material humano de las colonias, para fortalecer la propia posición de dominio nacional.
Aunque interpretemos el imperialismo europeo de la época entre 1885 y 1914 como una forma extrema del pensamiento nacionalista, no negaremos que también intervinieron en su expansión, otros factores de importancia.
Sin embargo, estos factores son secundarios si se comparan con los motivos económicos que contribuyeron a desencadenar las grandes energías imperialistas que comenzaron a actuar en todo el mundo
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