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Leyendas Época Colonial (1521-1821)

Diana7u7Tesis7 de Mayo de 2015

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Leyendas Época Colonial (1521-1821)

1.- El Puma Recibe una Lección

Hace ya muchos años, vivía en Texcoco un hermoso Puma que siempre hacía alarde de su fortaleza y su ligereza. Le gustaba asustar a los demás animales, tanto terrestres como acuáticas, rugiendo y saltando para luego reírse del miedo que les causaba. Esta actitud no gustaba para nada a los animales, les caía gordo. Un día en que corría velozmente tratando de darle caza a un venado, tropezó con la casita de Chapulín y la destruyó.

Furioso, Chapulín se subió a la nariz de Puma y le reclamó- ¡Oye, Puma, por qué eres tan maleducado, acabas de destruir mi casa con tus espantosas patas llenas de garras! Ante tal reclamo Puma se sintió ofendido y contestó: - ¡Asqueroso y enano insecto, yo no tengo la culpa de que coloques tu casa por donde yo voy a pasar corriendo! Chapulín indignado refutó: - ¡Pues ahora vas a pagar por los destrozos de mi casa! - ¡Yo no te voy a pagar nada, insecto horrendo! Grito enfurecido Puma. Chapulín, temblando de furia, le propinó un fuerte golpe en la nariz al bello felino y le dijo terminante: -¡Te declaro la guerra! Cuando Puma recibió el golpe sintió cosquillitas, estornudó y Chapulín salió disparado. Desde el suelo vociferó: -¡Te reto a guerra con todas mis tropas, tú puedes traer a las tuyas, y ya veremos quién gana la contienda! Puma, muy digno, se dio la media vuelta y se alejó en busca de sus tropas.

2.- Atzimba y Villadiego.

Atzimba era una hermosa princesa purépecha, su piel lucía morena como la vaina del cacao, sus ojos rasgados y negros, el pelo, como el azabache, le caía lacio hasta la cintura, nadie podía dejar de verla. Atzimba estaba enamorada de Francisco Villadiego, un capitán español a quien Hernán Cortés había enviado al reino de Michoacán como explorador. Francisco era lo contrario de Atzimba, su piel blanca como las garzas, los ojos verdes como el trigo, y el pelo tan dorado como Tonatiuh. Francisco correspondía con fervor a los amores de la princesa. Ambos se amaban sin reservas, qué importaba que fueran uno blanco y la otra india de pura cepa. En una ocasión la joven enfermó y solamente pudo curarse con el beso que le dio su enamorado, tanto era el amor que se tenían.

3.- La Onza Real.

A finales del siglo XVIII seis agrimensores españoles se encontraban trabajando entre Lampazos y Santa Rosa, en el estado de Coahuila, ayudados por dos indios de la región. El portador de la vara de los puntos de referencia se alejó de sus compañeros que llevaban el teodolito. Como tardaba en regresar se sentaron a esperarlo. De pronto, escucharon el llanto lastimero y espeluznante de una mujer; los españoles pensaron, divertidos y burlones, que su compañero de la vara se estaba entreteniendo en violar a una mujer india que hubiera tenido la mala idea de pasar por ahí. Nadie presto atención. El llanto cesó, pero el hombre no regresaba, por lo que el jefe de los trabajadores decidió ir en su búsqueda. En esas estaban cuando oyeron un grito de espanto, todos corrieron hacía el bosque empuñando las armas y se encontraron con su compañero que tenía el pecho y el vientre abiertos y sin ninguno de sus órganos internos. Un gesto de horror se pintaba en su pálido rostro. Trataron de encontrar la razón de tan horripilante muerte, pero nada encontraron. Regresaron al campamento. En la noche, volvieron a escuchar el llanto de la mujer, que se oía hacia todos los puntos cardinales, como si volara por todas partes alrededor del campamento.

4.- Manuelito e Isabel.

Manuel Tapia Gutiérrez era un indio yaqui convertido al catolicismo. Manuelito era muy inteligente y sabía adaptarse a la sociedad criolla en la que vivía, pues tenía más contacto con hombres blancos que con indios de su tribu. Trabajaba en una oficina administrativa del gobierno colonial de inicios de 1800, en Villa del Pitic. Tenía como novia a una bella joven criolla llamada Isabel de la Torre y Landavazo, enamorada de Manuelito y prendada de su guapura, su buen comportamiento, y de su buena conducta. Su jefe, el capitán Andrés de Alcocer, lo apreciaba porque era buen trabajador. En cambio, la madre de Isabel, doña Ignacia Durazo, lo detestaba y lo consideraba muy poca cosa para su hija. El padre, don Pedro, era más benevolente con el amor de su niña hacia el indio, pero le tenía miedo a su esposa, de carácter enojón y escandaloso, y aceptaba todo lo que ella decidiera.

5.- La Virgen de los Remedios llega a México.

Las decisiones del destino, por cierto caprichosas, dieron lugar a que Juan Rodríguez de Villafuerte formara parte de los soldados que se alistaron para ir con Hernán Cortés a la conquista de las Indias. Presto para partir, su hermano le aconsejó que llevase con él a la Virgen de los Remedios que había sido tan caritativa proporcionándole riqueza y salud. Dicho y hecho, Villafuerte partió para tierras americanas y acompañó a Cortés en todas sus conquistas y desmanes arbitrarios. Cuando el Capitán entró en Mexico-Tenochtitlan y ordenó que fuesen quitados los dioses indígenas del Templo Mayor, Rodríguez de Villafuerte sustituyó la imagen de Huitzilopochtli por la de la Virgen de los Remedios. El 30 de junio de 1520, cuando los españoles salieron derrotados huyendo de Tenochtitlan, el devoto soldado tuvo buen cuidado rescatar a la Virgen del templo usurpado, prefiriendo salvar a la madre de dios en lugar de forrarse con oro y plata como lo hicieron los otros conquistadores llenos de codicia y avaricia.

6.- La casa de los Condes de Miravalle.

La leyenda que va usted a leer se encuentra consignada en la Crónica Miscelánea escrita por el R.P. Fray Antonio Tello como un hecho verídico. En el año de 1543, se descubrieron en la Nueva España las famosas minas del Espíritu Santo de Compostela. El capitán conquistador Pedro Ruiz de Haro acababa de morir, y dejaba viuda a su esposa doña Leonor de Arias y huérfanas a sus tres hijas. Como habían quedado sin fortuna alguna, decidieron irse a vivir a una ranchería que llevaba por nombre Miravalle. En ella vivían las tres mujeres carentes de fortuna pero de virtudes y honestidad reconocidas. Pues no en vano descendían de nobles por vía paterna, pues don Pedro pertenecía a la casa de los Guzmán.

Una tarde en que las mujeres se encontraban labrando el campo acertó pasar por ahí un indio, que después de saludar cortésmente, como indican los cánones, les preguntó si tenían una tortilla que le regalasen. Las mujeres, como eran buenas cristianas, le contestaron que sí, que pasara y descansara. La madre ordenó a una de sus hijas que fuese a moler el maíz para preparar las tortillas, y a otra que moliese chile en el molcajete para alistar una buena salsa. Una vez que el indio terminó de comer el suculento aunque humilde refrigerio, le dijo a la madre: -¡Dios se lo pague, niña, piense mucho en Dios y tenga confianza, que pronto te dará oro y plata que obtendrás de una mina que yo te daré! ¡Pasado mañana volveré con las piedras metálicas!

7.- El indio traidor.

La leyenda que vamos a relatar es absolutamente verídica y ocurrió en la actual Calle del Carmen, fue recopilada por el conde de la Cortina en uno de sus escritos. Dicho conde afirmaba que después de la conquista hispana, las autoridades españoles decidieron proteger a los indios mexicanos de noble estirpe que había sido apresados o que se presentaron, voluntariamente, ante los españoles para servirles, renegando de la supuesta tiranía de que habían sido víctimas por la crueldad de Moctezuma Xocoyotzin. A cambio de la supuesta protección, los hispanos los empleaban como espías delatores de posibles levantamientos indígenas.

En una casa de la nombrada Calle del Carmen vivía, a mediados del siglo XVI, uno de estos indios renegados de noble estirpe. Realizaba las tareas de espía, y era servilmente amigo del virrey, quien a la vez que lo apreciaba lo despreciaba. Como pago a sus servicios, el indio renegado poseía varias casas en la ciudad, extensos campos donde cultivaba maíz y otros vegetales, donde pastaba el ganado y paseaban diversas aves de corral. El indio no carecía de nada, era rico, pues además había heredado de sus antepasados anillos, brazaletes, collares de chalchihuites, bezotes de turquesa y obsidiana, piedras preciosas y discos de oro imitando al Sol y a la Luna, más una hermosa y valiosa vestimenta de fino algodón con bordados de plumas de aves exóticas, así como cacles de excelente cuero y tiras trenzadas con oro. Su casa estaba lujosamente amueblada con icpallin maravillosamente tejidos, cómodos y suaves para el cuerpo; y con bancos forrados de pieles de hermosos animales. Ni que decir tiene que su casa estaba adornada con obras de arte debidas a excelentes artistas indígenas.

8.- Tzacapontziza, Estrella de la Mañana.

La vainilla, ixtlixóchitl, “flor negra”, es un género de orquídeas que produce un fruto saborizante muy exquisito. Sumamente apreciada en la época prehispánica en toda Mesoamérica, los mexicas y los mayas la empleaban para preparar el xocólatl, bebida destinada a los nobles y guerreros, hecha con chocolate, en una de sus tantas variedades. La vainilla la producían los totonacos de las zonas costeras de Veracruz, y la enviaban hasta el Altiplano, para ser consumida por los mexicas. A los totonacos se debe la leyenda que nos cuenta su origen.

Los abuelos nos relatan que hace mucho tiempo existió una bella princesa llamada Tzacapontziza, Estrella de la Mañana, de largos cabellos negros, lacios, y lustrosos; sus rasgados ojos expresaban dulzura y malicia; era tan atractiva que los jóvenes nobles la perseguían a todas horas. Zkata-Oxga, Venado Joven, y príncipe también, era uno de esos enamorados; tan

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