Leyendas
lucas13899Informe29 de Julio de 2013
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A la presencia de estos antecedentes mitológicos entre los pueblos precolombinos de Mesoamérica, se suma la contribución española para establecer el mito como tal. Es durante la colonia española en América que el mito de la Llorona toma forma.1 A la vez diosa y demonio, nadie, en la psique del mundo colonial, puede resistir su aparición ni su llanto de ultratumba, ni siquiera los conquistadores afincados en el Valle de México, instituyéndose incluso un toque de queda a las once de la noche, pues pasada esa hora comenzaban a escucharse los gemidos aterradores de una mujer espectral por las calles de la ciudad de México. Su visión garantiza la muerte o la locura (en similar forma a la de las deidades prehispánicas antes descritas) para aquellos que intentan averiguar el origen de aquel lastimero gemido. Para los colonos, la diosa prehispánica toma la forma de una mujer de flotante vestido blanco, con la cara cubierta por un vaporoso velo (que cubre el aterrador rostro de la angustia), que cruza las empedradas callejuelas y plazas de la ciudad, lanzando un trémulo y estremecedor grito de desesperanza y derrota. La Llorona es también uno de los primeros signos del mestizaje, pues es durante este periodo que se identifica, en México, a este fantasmagórico personaje con Doña Marina, la Malinche, que vuelve arrepentida a llorar su desgracia, su traición a su pueblo indígena y también, su relación con Hernán Cortés, como parte de la «leyenda negra» de estos personajes. De aquí parecen venir muchas de las versiones que señalan a la Llorona como la protagonista de una trágica historia de amor y traición entre la mujer indígena (o mestiza o criolla) y su amante español, lo que finalmente la lleva al infanticidio como una manifestación del deseo de castigar al hombre en la forma de, en unas versiones, el amante, y en otras, el padre de la mujer, usando al niño como el instrumento de la venganza por ser este la prueba de la deshonra, pero también, de alguna forma, como una manera de castigarse a sí misma por su debilidad.1
Pero la creación e influencia del mito de la Llorona entre los pueblos hispanoamericanos tiene también elementos de otras fuentes mitológicas propias de las culturas aborígenes precolombinas diferentes de las civilizaciones mesoamericanas. En Centroamérica, entre los bribris, pueblo indígena que ocupa la región de Talamanca, en la frontera entre Costa Rica y Panamá (zona de influencia del Área Intermedia entre Mesoamérica y las culturas suramericanas) existen historias de ancestrales espíritus llamados «itsas», especie de genios con aspecto de mujer y cuerpo de gallina, que habitan en las grutas y los cauces de los ríos, y que lanzan lastimeros gritos cuando un niño está a punto de morir, o bien, que pierden a los niños en los bosques cuando estos se alejan de sus padres. En el idioma bribri, la palabra 'itsa' significa tanto «llorona» como «tulevieja», de allí que haya similitudes entre las leyendas que se cuentan en Costa Rica y Panamá para estos dos fantasmas (básicamente, una mujer que mata a su hijo fruto de un embarazo no deseado y que por ello queda condenada a vagar como un fantasma).6 7 Al ser una zona de transición entre Mesoamérica y Sudamérica, en las versiones de la leyenda de la Llorona en esta parte de Centroamérica se empiezan a observar algunos rasgos característicos que la diferencian de la versión mexicana. La Llorona en Mesoamérica es, primeramente, una deidad primigenia vinculada al parto y la vida sexual, que por la influencia española, adquiere la forma de un espectro castigador, en gran manera asociado a la ciudad, pero en el suwoh (la cosmogonía indígena transmitida por tradición oral entre los bribri), es más bien un ser que se asocia a los montes oscuros y enmarañados, los abismos de las montañas, lluvias y vientos fuertes, y las cataratas de los ríos, es decir, con una fuerte vinculación con
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