Los Partidos Políticos Y La Democracia En Venezuela
mvpb5 de Diciembre de 2011
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1. Los partidos y la democracia en el desarrollo político de Venezuela.
A lo largo de casi dos siglos, desde la Independencia hasta nuestros días, en Venezuela se han fundado más de trescientas organizaciones sociales con fines políticos que se llamaron a sí mismas “partidos políticos” aun cuando no todas pueden ser consideradas como tales [1]. Los dos más importantes partidos del siglo XIX, el Conservador y el Liberal, después de largo e intenso protagonismo, desaparecieron de la escena política bajo los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez (1899-1935). Fue sólo a partir de 1936, aprovechando la tímida apertura democrática ofrecida por el presidente Eleazar López Contreras, cuando se crearon nuevas organizaciones políticas, entonces fundadas y dirigidas por jóvenes intelectuales quienes recién salían de las cárceles o regresaban del exilio al que los había aventado la dictadura gomecista [2].
En 1941, bajo la presidencia de Isaías Medina Angarita se inició en el país un proceso de modernización institucional en el campo de la participación política marcado por el nacimiento de organizaciones partidarias. Por una parte el régimen creó, desde el gobierno, su propio partido, que llamó Partido Democrático Venezolano [3] y legalizó a su aliado circunstancial, el viejo Partido Comunista Venezolano [4], que había sido fundado en México en 1925 por exilados venezolanos, pero también permitió la fundación, legalización y actividad pública de un partido de oposición, Acción Democrática [5] que rápidamente se convirtió en el partido con más amplio apoyo popular en la historia de la moderna política venezolana.
Después de los acontecimientos de octubre de 1945, con la llegada al poder de Acción Democrática y la amplia apertura e intensa movilización política que caracterizó aquellos años, se crearon en Venezuela los otros dos partidos que más tarde, junto con Acción Democrática, jugarían importante papel en el futuro proceso político nacional: el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) de tendencia social-cristiana [6] y Unión Republicana Democrática (URD) [7], que levantó las banderas del viejo liberalismo, ambos también con orientación democrática, inspirados en corrientes ideológicas universales, con cobertura nacional y estructura y organización relativamente modernas, dirigidos, ya no por caudillos, sino por equipos de intelectuales estudiosos de las realidades socio-políticas del país.
La dictadura de Pérez Jiménez, no obstante la sistemática e implacable persecución a los partidos y a sus líderes democráticos no logró el propósito de destruirlos y fue así como aquellas organizaciones, a pesar de que unas habían sido “disueltas” por decreto [8], y otras perseguidas o impedidas de actuar, recuperaron su libertad de acción a partir del 23 de enero de 1958 y emergieron, en las nuevas circunstancias políticas, con especial fuerza, credibilidad y prestigio. El desarrollo democrático venezolano que tomó impulso desde entonces y que dio origen al más largo período de paz y estabilidad política que ha vivido el país, tuvo en esos partidos su verdadera base de sustentación. Durante cuatro décadas, desde 1958 hasta 1998, Venezuela tuvo una Democracia de Partidos, caracterizada por la presencia de un continuado liderazgo civil en la Presidencia de la República y en los más altos cargos de la administración, por sucesivas elecciones presidenciales cuyos resultados siempre fueron reconocidos y aceptados por los distintos contendientes, y por la práctica de negociaciones políticas entre partidos, lo que hizo posible la formación de gobiernos de coalición cuando fue necesario y que facilitó la estabilidad y la gobernabilidad democráticas mediante acuerdos parlamentarios y de otra índole sobre asuntos de interés nacional.
Este apretado y brevísimo recuento histórico de la actuación de los partidos en el proceso venezolano confirma –como también lo demuestra el desarrollo del proceso político de muchos otros países del mundo- la necesaria relación existencial entre la democracia como sistema y la presencia y actividad de los partidos políticos como su institución fundamental. Se dio también aquí, como en otras partes, la simbiosis de dos constantes socio-políticas: por una parte, son los regímenes democráticos los que garantizan las condiciones para el nacimiento y para la libre actuación de los partidos, y, por la otra, son los partidos y sólo los partidos los mecanismos a través de los cuales la democracia desarrolla los atributos esenciales que definen su naturaleza.
En conclusión, nuestro desarrollo político también confirma la tesis de que los partidos y el sistema democrático se necesitan mutuamente y de que no hay democracias sin partidos. Ciertamente los partidos son las instituciones encargadas de realizar en la práctica el contenido de la teoría democrática: la agregación de intereses políticos, la canalización y organización de la participación popular, la recolección y trasmisión de demandas y apoyos, la socialización política de la población, el establecimiento y respeto de normas para la convivencia social por encima de las diferencias de distinta naturaleza, la formación de los nuevos liderazgos de relevo, la reglamentación del proceso político sobre la base de iguales derechos y deberes de todos los ciudadanos, para facilitar las negociaciones y buscar acuerdos y soluciones en tiempos de crisis y dificultades, y proponer programas y fiscalizar su cumplimiento, etc. Estas circunstancias, observadas en sociedades de distinto grado de desarrollo llevó a Hans Kelsen, a afirmar que “la democracia moderna descansa...sobre los partidos políticos, cuya significación crece con el fortalecimiento progresivo del principio democrático” [9]. Kelsen fue aun más allá cuando en su análisis concluyó diciendo que el desarrollo político requiere de la agregación de voluntades políticas a través de los partidos y recordó el clásico y esencial principio de la teoría de la organización: “el individuo aislado carece por completo de existencia política positiva” y “la democracia sólo es posible cuando los individuos, a fin de lograr una actuación sobre la voluntad colectiva se reúnen en organizaciones que agrupan en forma de partidos políticos las voluntades políticas coincidentes”. La lógica conclusión de Kelsen fue “..la democracia requiere, necesaria e inevitablemente, un Estado de Partidos”. [10]
Para alcanzar el desarrollo político y democrático, a lo largo de los años, los partidos han tenido que vencer muchas resistencias, a pesar de la importancia que la teoría y las realidades sociales otorgan a la presencia y actuación de los partidos. Los partidos han sido objeto del más duro rechazo, no sólo por los autócratas o por los sistemas totalitarios de cualquier signo, sino también por quienes se declaran y se presentan a sí mismos como demócratas. Recordemos que las críticas a los partidos no se producen sólo por sus posibles actuaciones erráticas –criticas éstas que más bien aparecen como necesarias y convenientes pues abren paso a la rectificación- sino por intereses esencialmente políticos.
Samuel Huntington describe así una generalizada realidad histórica: “los sistemas políticos tradicionales no tienen partidos mientras que los modernizadores los necesitan, pero a menudo no los quieren” [11] Los lideres “modernizadores” y movimientos de “cambio”, es decir, esos movimientos y tendencias políticas que particularmente en los últimos cincuenta años han levantado las banderas de independencia, desarrollo, justicia y libertad en países en modernización consideran a los partidos políticos, -o más concretamente, al juego plural de los partidos- no como instituciones o procesos necesarios para el desarrollo, sino como obstáculos que deben ser removidos del panorama político.
Los totalitarismos y extremismos de distintos signos y orientaciones, que tomaron cuerpo en los países europeos después de la Primera Guerra Mundial como las autocracias, regímenes de fuerza y fundamentalismos que han proliferado en sociedades en proceso de modernización, han buscado y buscan la destrucción o el debilitamiento de los partidos democráticos, para lo cual se aprovechan de fallas y debilidades y especialmente de desviaciones tales como la corrupción, el populismo, el clientelismo, y la ineficacia, etc. Pero particularmente esos regímenes se oponen a la democracia representativa en nombre de una llamada “democracia directa”, la que, según sostienen sus teóricos y sus líderes, es la única fórmula política que abre al pueblo la posibilidad de ser dueño de su destino. [12] Bien sabemos, por experiencia histórica, que en la práctica la “democracia directa” no existe como democracia, que es más bien su negación pues siempre termina, como ocurrió con los grandes totalitarismos del siglo XX, debilitando la voluntad popular.
Samuel Huntington [13] al estudiar situaciones históricas en distintos países, afirmó que la participación política sin organización degenera en mero movimiento de masas siempre proclive a la anarquía y a la violencia. Sin organización los individuos permanecen aislados, débiles o impotentes, aun cuando formen parte de una multitud. En esos casos el programa, la ideología o el mensaje son sustituidos por la consigna sin contenido; el dirigente deviene en jefe poderoso, infalible, omnisciente y sus palabras son órdenes indiscutibles que deben ser obedecidas mecánicamente ; la emoción sustituye a la racionalidad; el ser social se transforma en
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