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Louis Pasteur Cazadores De Microbios


Enviado por   •  29 de Marzo de 2015  •  5.640 Palabras (23 Páginas)  •  461 Visitas

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REPORTE CAPÍTULO 3 Y 5 LOUIS PASTEUR

CAPÍTULO 3

En 1831, la caza de microbios se encontraba estacionada. Cierto día de octubre de 1831, un niño de nueve años se apartaba, horrorizado, del gentío aglomerado a la puerta de la herrería de un pequeño pueblo situado entre las montañas del este de Francia. En medio de las exclamaciones de pavor de la muchedumbre, el niño percibía el chirrido que brotaba de la carne humana al ser quemada por el hierro calentado al rojo blanco, y los gemidos de la víctima. Era el labrador Nicole, a quien un lobo rabioso, con fauces escurriendo venenosa espuma, acababa de desgarrar una pierna en una de las calles del pueblo. El niño que corría era Louis Pasteur, hijo de un curtidor de Arbois y bisnieto de un siervo del conde de Udresser. En varias semanas, ocho víctimas más del lobo rabioso murieron con las gargantas resecas por los sofocantes tormentos de la hidrofobia. ¿Qué es lo que vuelve rabiosos a los lobos y a los perros, padre? ¿Por qué mueren las personas cuando son mordidas por perros rabiosos?

Tal vez un demonio entra en el lobo, y si la voluntad de Dios lo quiere, muere sin remedio, la contestación del piadoso curtidor; respuesta tan buena como cualquier otra que el hombre más sabio o et médico más renombrado le hubieran podido dar: en 1831 el recuerdo lo acosó y asustó durante mucho tiempo; que anduvo cavilando largamente sobre este suceso y que recordó, con más intensidad que cualquier otro niño, el olor de la carne achicharrada y el horror de los alaridos escuchados; es decir, que tenía pasta de artista, y este temperamento, unido a su ciencia, fue decisivo en su trabajo de sacar los microbios del olvido.

Pasteur era un muchacho atareado y meticuloso, que en absoluto llamaba la atención. Su tiempo libre lo ocupaba en pintar paisajes del río que corría próximo a la curtiduría. Sus modelos eran sus hermanas, que terminaban aquellas sesiones con el cuello tieso y las espaldas adoloridas. Pintó retratos de su madre, toscos y poco halagadores, que si bien no la favorecían eran fieles al original.

Pasteur durante su estancia en el modesto colegio de Arbois empezaron a dibujarse los rasgos buenos y malos de su carácter, que hicieron más tarde de él una mezcla de contradicciones de lo más extraño que jamás ha existido. Llegó a ser monitor, y antes de cumplir los veinte años fue una especie de profesor ayudante en el colegio de Besancon, donde trabajó con todo ahínco e insistió en que todo el mundo trabajase con la misma intensidad que él. Pasteur fue enviado por su padre a la Escuela Normal de París, en donde se proponía hacer grandes cosas, pero la nostalgia por su país natal le obligó a abandonar los estudios y regresó a Arbois.

Al año siguiente retornó a París, a la misma Escuela Normal, y esta vez permaneció en ella. Fue entonces cuando tuvo la intuición de que él llegaría a ser un gran químico. Había abandonado la pintura, pero seguía siendo un artista. De aquí a poco empezó a realizar investigaciones por cuenta propia con frascos conteniendo líquidos mal olientes y tubos de ensayo llenos de substancias de vistosos colores.

Hubiera querido que todos los estudiantes fuesen químicos, del mismo modo cuarenta años más tarde quiso transformar todos los médicos en bacteriólogos. En la misma época que Pasteur inclinaba su nariz roma y su frente despejada sobre confusos montones de cristales, dos investigadores aislados, uno en Francia y otro en Alemania, empezaban a tomar en serio los microbios, comenzaban a ocuparse de ellos, como seres de cierta importancia, tan útiles como los caballos o los elefantes.

Cuando tenía veintiséis años; después de mucho examinar montones de diminutos cristales, descubrió que había cuatro clases de ácido tartárico en lugar de dos; que en la Naturaleza hay una gran variedad de compuestos extraños exactamente iguales, excepto en que unos son como las imágenes de un espejo de los otros.

Siguió trabajando con los cristales, se metió en callejones sin salida, hizo experimentos disparatados e increíbles del tipo que sólo se le ocurren a un chiflado, pero que si tienen éxito hacen de un chiflado un genio. Trató de alterar la química de los seres vivos colocandolos entre potentes imanes: ideó curiosos aparatos de relojería para someter a las plantas a un movimiento pendular, esperando poder cambiar por este procedimiento las misteriosas moléculas que las constituyen por otras que fuesen como las imágenes en un espejo de las primeras, trató de imitar a Dios, quiso alterar las especies.

Una vez establecido en Lila, los grandes industriales le dijeron que la ciencia pura estaba muy bien, pero que lo que ellos necesitaban, lo que la emprendedora ciudad de Lila precisaba, ante todo, era una íntima cooperación entre la ciencia y la industria. Pasteur como hijo del siglo XIX, comprendía que la ciencia tenía que ganarse la vida, y empezó por hacerse popular dando a los habitantes de Lila conferencias emocionantes sobre temas científicos. Monsieur Bigo, destilador de alcohol, encontrándose en un conflicto, fue un día a visitar a Pasteur en su laboratorio debido a dificultados en la fermentación y estaban perdiendo miles de frascos diario.

Agarró un frasco que contenía substancia procedente de una cuba enferma, lo olió, lo examinó con un lente de aumento, lo probó, introdujo en él tiras de papel azul que se volvieron rojas y, por último, puso una gota en el microscopio y observó, — ¡Pero si aquí no hay fermentos! No hay más que una masa confusa. ¿Qué quiere decir esto? Volvió a coger el frasco y a contemplarlo con ojos que no descubrieron nada nuevo, hasta que, por último, el aspecto extraño y diferente del líquido se abrió camino entre sus confusos pensamientos: Hay aquí unas motitas grises pegadas a las paredes del frasco y otras cuantas flotando en la superficie del líquido. No existen en el otro líquido donde hay fermentos y alcohol. ¿Qué podría ser? Con dificultad consiguió separar una de aquellas motitas, y colocándola en una gota de agua pura la examinó al microscopio. ¡Había sonado la hora de Pasteur! No encontró glóbulos de fermento, sino algo totalmente diferente: grandes masas móviles y enredadas de seres como bastoncitos, sueltos unos, a la deriva otros, como cadenas de botecillos, agitados todos por una vibración incesante y extraña, apenas se atrevió a hacer conjeturas acerca de su tamaño, pues eran mucho más pequeños que los fermentos; sólo medían una milésima de milímetro. Estos bastoncitos del líquido de las cubas enfermas están vivos, son ellos los que producen el ácido de la leche agria; tal vez entablan lucha

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