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Mi Mejor Amiga


Enviado por   •  10 de Diciembre de 2013  •  1.186 Palabras (5 Páginas)  •  413 Visitas

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Pero regresando a los peces, en cierto momento también me aburrí de tener

exclusivamente Gupis y Carpas Doradas. Creo que se trata de una deformación

de mi personalidad: me canso muy pronto de las cosas que me

atraen. Lo peor es que después no sé qué hacer con ellas. Al principio fueron

los Gupis, que en determinado momento me parecieron demasiado

insignificantes para los majestuosos acuarios que tenía en mente formar.

Sin ninguna clase de remordimiento dejé gradualmente de alimentarlos.

Tenía la esperanza de que se fueran comiendo unos a otros. Los que quedaron

vivos los arrojé al excusado, de la misma forma como lo hice con

aquella madre muerta. Así fue como tuve los acuarios libres para recibir

peces de crianza más difícil. Los Goldfish fueron los primeros en los que

pensé. Sin embargo recordé que eran demasiado lerdos, casi estúpidos. Yo

quería algo colorido pero que también tuviera vida, para así pasarme los

momentos en los que no había clientas observando cómo los peces se perseguían

unos a otros, o se escondían entre las plantas acuáticas que había

sembrado sobre las piedras del fondo.

Mi trabajo en el salón de belleza lo llevaba a cabo de lunes a sábado. Pero

algunos sábados en la tarde, cuando estaba muy cansado, dejaba encargado

el negocio y me iba a los baños de vapor para relajarme. El local de mi

preferencia era atendido por una familia de japoneses. Era un lugar exclusivo

para personas de sexo masculino. El dueño, un hombre maduro de

baja estatura, tenía dos hijas que hacían las veces de recepcionistas. En el

vestíbulo se había tratado de respetar el estilo oriental del letrero de la

puerta. Había allí un mostrador decorado con peces multicolores y con

dragones rojos tallados en alto relieve. En forma invariable se podía encontrar

a las dos jóvenes armando grandes rompecabezas. Cuando llegaba

alguien, dejaban el entretenimiento y se esmeraban en la atención. El

primer paso era la entrega de unas pequeñas bolsas de plástico transparente,

para que el visitante introdujera en ellas sus objetos de valor. Las

jóvenes daban luego un disco con un número, que cada quien se debía

colgar de la muñeca. Las japonesas guardaban la bolsa en un casillero determinado

y después invitaban al visitante a pasar a una sala posterior.

Aquí la decoración cambiaba totalmente. El lugar tenía el aspecto de los

baños del Estadio Nacional que conocí la vez que me llevó un futbolista

amateur. Las paredes estaban cubiertas, hasta la mitad, con losetas blancas.

En la parte superior habían pintado delfines dando saltos. Esos dibujos

estaban descoloridos. Apenas se percibía el lomo de los animales.

En esa sala siempre me esperaba el mismo empleado para pedirme la ropa

que llevaba puesta. En cada visita tuve siempre la precaución de usar

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sólo prendas masculinas. Luego de desvestirme delante de sus ojos, con

un gesto mecánico estiraba sus brazos para recibirlas. Se fijaba en el número

que colgaba de mi muñeca, y se llevaba luego la carga al casillero

correspondiente. Antes de hacerlo, me entregaba dos toallas raídas pero

limpias. Yo me cubría con una los genitales y me colgaba la otra de los

hombros.

La última vez que visité los baños recordé una historia que cierta noche

en que estábamos esperando hombres en una esquina bastante transitada,

me contó un amigo. A él le gustaba vestirse exóticamente. Siempre

usaba plumas, guantes y accesorios de ese tipo. Decía que algunos años

atrás, su padre le había obsequiado un viaje a Europa. Afirmaba que durante

aquel viaje había aprendido a vestirse de esa manera. Sin embargo,

parece ser que en esta ciudad no era posible apreciarse una moda de ese

tipo. Mi amigo se quedaba por eso muchas horas parado solo en las esquinas.

Ni siquiera los patrulleros que rondaban

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