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¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina!


Enviado por   •  25 de Octubre de 2021  •  Documentos de Investigación  •  3.298 Palabras (14 Páginas)  •  479 Visitas

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“¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina!”

José Eustasio Rivera: caucheros, representaciones sociales, literarias e historia

-Caquetá: finales del siglo XIX e inicios del XX –

Autor:

Gabriel Perdomo Castañeda

Universidad de la Amazonia

Facultad de Educación

Programa de Licenciatura en Ciencias Sociales

Florencia – Caquetá

2021

“¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina!”

José Eustasio Rivera: caucheros, representaciones sociales, literarias e historia

-Caquetá: finales del siglo XIX e inicios del XX –

“… jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”[1](José Eustasio Rivera)

“Soy un grávido río. Siempre he sido eso: un río que copia paisajes, un río nostálgico que canturrea por la voz del oleaje las canciones de la selva de dónde vengo, de la entraña donde nací.”

Los anteriores epígrafes nos introducen en la temática literaria de José Eustasio Rivera, a la vez que nos invitan a pensar  el devenir amazónico , después de siglos de olvido, y ellos  nos conducen a dos acontecimientos que le hicieron recordar al país la existencia de las selvas del Sur, en el Gran Caquetá, en la amazonia colombiana: así, en el año de 1924 fue presentada a la luz pública la novela La Vorágine, la gran obra literaria que habla de las vicisitudes, de un momento,   de  este territorio verde de América. Además, en los años de 1932-1933 ocurrió el conflicto con el Perú cuando nuestras selvas fueron invadidas, de una manera más visible y abierta, y se atentó contra la soberanía nacional desde esta región Amazónica y Surcolombiana. En este contexto, desde la historia y la literatura, hacemos memoria de José Eustasio Rivera, el gran prosista y poeta que evoca y rememora   esta región de la patria.

Te envidio… en plena selva virgen, oliendo savias, contemplando bellezas del monte…”

Ya desde el 11 de septiembre de 1912 el escritor y poeta Rivera le escribía a su amigo Matías Silva Hermida, residente en Florencia, una carta en donde decía lo siguiente:

Te envidio esa vida que pasas en plena selva virgen, oliendo savias, contemplando bellezas del monte, en contacto con espíritu rustico, melancólico y solemne a la vez, que tienen los arboles añosos, las marañas tupidas, las soledades a media luz, las quebradas espumosas, las hojarascas húmedas y acolchadas que dan un vaho tibio bajo la pisada de quien las oprime. Quisiera vivir contigo apreciando paisajes y traduciéndolos al verso, observando tus impresiones sobre todas las cosas, dialogando bajo los grandes ramajes acerca de la vida, del amor, del arte y de la muerte; compenetrándonos de la sabiduría del silencio, que se ahonda mientras las savias fecundan, mientras el polen procrea; discurriendo sobre el agua del algún rio turbulento y oscuro aun para la geografía misma; observando el alma de esas razas indígenas, cuyo génesis se remonta a edades desconocidas, apreciando sus rasgos de poesía natural, y comentando las supersticiones de su religión, quizás más antiguas que la de Cristo, y más fielmente observada en todos los tiempos. Dime si no llevaríamos una vida envidiable, que muy pocos apreciarían.

Sabrás que he escrito y que publicaré mi poema en cien sonetos, titulado “tierra de Promisión”. Son descripciones de esa tierra y de Casanare, que no conozco sino en imaginación. Te envío tres de ellos para que lo recuerdes en plena selva.”[2]

Por otra parte, hay que mencionar que, José Eustasio Rivera, en una carta al diario El Tiempo, testimoniaba que visitó al Caquetá a finales de marzo de 1924 y daba cuenta de la existencia de  “… guarniciones peruanas en varios puntos estratégicos de los ríos Putumayo y Caquetá sobre territorio de nuestra patria”[3];  era el tiempo  de los caucheros  de la Casa Arana, y momentos en que era  amenazada y violada  la soberanía nacional de Colombia.

Ahora bien,  ubicándonos y recordando nuestra historia, no hay duda que en el rio humano y territorial, en el curso y vertientes del gran Caquetá o Yapurá, se conjugan pluralidad de voces y expresiones que dan significado al complejo tejido biopsicosociocultural  de esta región de Colombia[4]. En esta perspectiva, el devenir de la caqueteñidad, como expresión de sujetos y territorios, tenía y  tiene voces[5] y variadas expresiones, diversas subjetividades, percepciones e imaginarios, que han afectado nuestro ser biopsicosociocultural caqueteño y amazónico.

Sea de tener en cuenta que los territorios son una complejidad fluida,  con dimensiones biofísicas, sociopolíticas y simbólicas; y en  esta región de selvas y de ríos embrujados, en el espesor de la manigua, más allá de la presencia de indios, extractores caucheros, frailes capuchinos,  hubo, también las expresiones de nuestros poetas y literatos que imaginaron y significaron, desde lo real y simbólico, las vicisitudes  de hombres y mujeres de la Amazonía; entre este conjunto de literatos narradores de la selva[6] se encuentra, entre otros,  la personalidad egregia de José Eustasio Rivera, cantor de la selva, a partir de sus obras La Vorágine y Tierra de Promisión[7].

Por otra parte, el espacio y el tiempo de las obras anteriores se ubican en el   gran Caquetá, en la amazonia colombiana, antes de finales del siglo XIX e inicios del XX.

Inicialmente, este territorio estuvo habitado básicamente por indígenas y, posteriormente, motivados por la quina y el caucho, hizo irrupción el “hombre blanco” o mestizo; aparecieron, entonces especialmente, los denominados caucheros, hijos de la aventura, el azar y la necesidad de quienes el poeta de la manigua afirmara metafóricamente que fueron envueltos en las más crueles pasiones humanas y su corazón se “lo ganó la violencia”.

La Vorágine: pasiones humanas, en un lugar de selvas y ríos

-Imaginarios-

Las palabras de José Eustasio Rivera, enunciadas en La Vorágine, referidas a pasiones humanas, en un lugar de selvas y ríos, nos introducen, desde las representaciones sociales y los imaginarios, en la complejidad de la Amazonia, en los tiempos de la explotación y la barbarie cauchera, en un territorio donde al decir de Antonio García, irrumpieron “los más fuertes y lo más débiles, los más rencorosos, los más diabólicos y los más humanos, todos reunidos, por un imperativo biológico, en el mismo paraíso y en el mismo infierno. Es igual.”[8]

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