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PRÓLOGO AL LECTOR

Dhariana CalcañoDocumentos de Investigación25 de Enero de 2018

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PRÓLOGO AL LECTOR

SIEMPRE fue costosa fatiga del entendimiento el escribir como se debe para la estampa, y el agradar a tan diverso paladar de gustos como ingenios: impracticable acierto de la pluma que pretendido de muchas, llegó a ser conseguido de muy pocas; y más en nuestros tiempos, en que el primor con que se desempeñaron algunas hizo más infeliz la conocida desgracia de las otras. La experiencia de esta verdad puso en desconfianza la mía, empezando con recelo, y prosiguiendo con temor la formación de esta historia en que me hallé empeñado, a impulsos de agradecido, pretendiendo, satisfacer la estimación que he debido a esta provincia con aplicar mi desvelo para sacar a luz los memorables acontecimientos de su conquista; cuya noticia, sin razón, ha tenido hasta ahora recatada el culpable descuido de sus hijos, sin que entre tan soberanos ingenios como produce haya habido uno, que se dedique a tomar por su cuenta esta tarea. El trabajo que he tenido para disponer la obra ha sido grande, siendo preciso revolver todos los archivos de la provincia para buscar materiales, y cotejando los instrumentos antiguos, sacar de su contexto la sustancia en que afianzar la verdad con que se debe hacer narración de los sucesos, pues sin dar crédito a la vulgaridad con que se refieren algunos, he asegurado la certeza de lo que escribo en la auténtica aserción de lo que he visto. El estilo he procurado salga arreglado a lo corriente, sin que llegue a rozarse en lo afectado, por huir el defecto en que incurrieron algunos historiadores modernos de las Indias, que por adornar de exornadas locuciones sus escritos, no rehusaron usar de impropiedades, que no son permitidas HISTORIA DE LA CONQUISTA Y POBLACIÓN DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA 18 en la historia, pues introducen en persona de algunos indios y caciques oraciones tan colocadas y elegantes, como pudiera hacerlas Cicerón: elocuencia, que no cabe en la incapacidad de una nación tan bárbara; y punto tan delicado en las formalidades de la historia, que toda la autoridad de Quinto Curcio no pudo librarse de la objeción con que le notan el padre Moyne en su Arte de Historia, Mascardo y el erudito padre Rapin, sólo por parecerles desproporcionadas en la ignorancia de los escitas las sentencias con que viste la oración que hicieron a Alejandro. Si reparase el curioso en la poca cita de autores de que me valgo, esa es la mayor prueba de la verdad que escribo, pues habiéndome gobernado en todo por los instrumentos antiguos que he leído, ya que la prolijidad no me permite el citarlos, aseguro en su autoridad la certeza de que necesito para los sucesos que refiero. Y como quiera que en todo sólo solicito la benevolencia del lector, para que disimule con piedad los defectos que pudiera acriminar con rigor, desde luego represento por mérito para la venia a que aspiro, el conocimiento que me asiste de mis propios yerros, pues cuantos descubriere en este libro la censura, tantos admito sin disculpa por legítimos hijos, nacidos de mi ignorancia. VALE.

CAPÍTULO II

Descubre Alonso de Ojeda la provincia de Venezuela: síguele en la derrota después Cristóbal Guerra, que la costea toda}

 CUBIERTO este nuevo mundo por el Almirante Don Cristóbal Colón el año de mil cuatrocientos noventa y dos, para inmortal gloria de la nación española y envidiosa emulación de las extrañas; habiendo repetido en los años subsecuentes diferentes viajes en prosecución de sus intentos, llegó el de noventa y ocho a reconocer la tierra firme de esta América; por la parte que llamó la Boca de los Dragos, enfrente de la isla de Trinidad de Barlovento; pero aunque puesta la proa al Poniente, navegó sus costas hasta la punta de Araya, sin pasar más adelante, mudando el rumbo hacia el Norte, dio la vuelta a la isla Española, dejando por entonces imperfecto este descubrimiento; con cuya noticia el capitán Alonso de Ojeda, natural de la ciudad de Cuenca, que de orden de los Reyes Católicos salió de España para estas partes el año de noventa y nueve, trayendo por su piloto a Juan de la Cosa, de nación vizcaíno, encaminó su derrota en demanda de la tierra firme, que había descubierto el Almirante; y con próspero viaje, a los veintisiete días de navegación dio vista a la Boca de los Dragos y tierra de Maracapana. Fuela costeando la vuelta del Poniente, saltando en tierra muchas veces, y observando los puertos, flujos y reflujos de sus mares, en distancia de más de trescientas leguas, que corrió hasta el Cabo de la Vela; de donde atravesó a la isla Española, con la gloria de haber sido el primero que descubrió esta provincia, por contenerse su demarcación en los términos que dejó navegados su derrota, cuya delineación, con más fundamento e individual noticia, consiguió poco después Cristóbal Guerra; porque habiendo obtenido licencia de los Reyes Católicos para hacer viaje a los descubrimientos de estas Indias un Pedro Alonso Niño, vecino de Moguer (con condición, que no llegase con cincuenta leguas a lo descubierto por el Almirante Colón) hallándose con cortos medios para los precisos gastos de su avío, formó compañía con Luis Guerra, vecino de Sevilla, ajustando éste entre otras capitulaciones, que intervinieron para su contrato, el que viniese su hermano Cristóbal Guerra por capitán de la embarcación, que habían de despachar a su descubrimiento, y hecha la prevención necesaria, con la brevedad, y diligencia que pudieron, se hicieron a la vela pocos días después que Ojeda salió del puerto de San Lúcar, y gobernando al mismo rumbo, llegaron en su seguimiento a la tierra de Paria1 y Maracapana, donde sin reparar en la prohibición que tenían para no tocar en lo descubierto por el Almirante, cortaron algún palo de brasil para principio de su carga, y volviendo a navegar hacia el Poniente, pasando por las islas de la Margarita y de Cubagua, rescataron de los indios en cambio de algunas bujerías de Castilla, considerable cantidad de perlas, que fueron las primeras que tributó a nuestra España este Occidente. xv. Ciudad de Coro. Gozoso Guerra y sus compañeros con los aprovechamientos, que en tan felices principios les iba ofreciendo la fortuna, prosiguieron su navegación pasando el Ancón de Refriegas, punta de Araya y golfo de Cariaco, hasta llegar al puerto de Cumanagoto, donde los indios llevados de la novedad de ver en sus tierras gente extraña, sin recelo alguno de los forasteros, luego que descubrieron la embarcación se fueron a bordo en sus piraguas, llevando muchas perlas y chagualas de oro en los cuellos, brazaletes y orejeras que con liberalidad feriaron a los huéspedes por cascabeles, cuchillos y chaquiras, dejándolos más animosos para llevar adelante el logro de las conveniencias, que se proponían en las muestras de la opulencia que encontraban. Con estos buenos deseos, y más vivas esperanzas, salieron de Cumanagoto, y montado el cabo de Codera, cuasi por los mismos pasos que había llevado Ojeda llegaron al paraje, donde después se fundó la ciudad de Coro, y rescatando algún oro de los naturales, pasaron más abajo a la provincia de Coriana, cuyas playas hallaron pobladas de multitud de bárbaros, que con repetidas señas, y demostraciones de amistad, instaban a los forasteros a que saltasen en tierra a rescatar algunas joyas de oro, que para obligarlos les mostraban; y como aun a menor señuelo se diera por entendida la codicia, tomaron una resolución, que nunca se podrá librar de la nota de temeraria, pues siendo sólo treinta y tres hombres los que iban en el navío, saltaron en tierra, entregándose a la no experimentada fe de aquellos bárbaros, pero los indios, haciendo estimación de la confianza, los recibieron con agasajos de una intención sin malicia, y les feriaron, con galantería, cuantas perlas y chagualas de oro tenían para el lucimiento de su adorno; a que agradecidos nuestros españoles, correspondieron liberales con cuchillos, alfileres y otras niñerías de Europa, en que suplía la novedad, lo que faltaba al valor; y conociendo la cándida sinceridad de aquella gente, por tomar algún refresco en las penalidades del viaje, se estuvieron de asiento veinte días gozando de la abundancia de conejos y venados, que produce aquel país; y según el agasajo que recibían de los indios, se hubieran detenido por más tiempo, si el ansia de dar fin a aquel descubrimiento no les hubiera dado prisa a navegar, como lo hicieron, prosiguiendo por la costa abajo hacia el Poniente, hasta que a pocos días descubrieron unas playas, habitadas de más de dos mil indios, que armados de arcos y flechas, manifestaban, en su modo, el poco deseo, que tenían de admitir en sus tierras gente extraña. Estos, según el paraje, fueron sin duda alguna los Cocinas, gente cruel, bárbara y traidora, que hasta el día de hoy se mantiene con su fiereza incontrastable ocupando la costa, que corre desde Maracaibo al río de la Hacha; y como nuestros navegantes no eran armas, ni pendencias la mercancía que buscaban, ni estaban acostumbrados a tales recibimientos; hallándose con porción considerable de oro, y más de ciento y cincuenta marcos de perlas, y algunas tan grandes como avellanas, muy orientales y hermosas; sin ponerse a más peligros, acordaron volver la costa arriba, por el mismo camino que habían hecho, hasta dar fondo en Araya, donde dejaron descubierta aquella célebre salina, que tan apetecida ha sido de las naciones del Norte, y en cuya defensa ha consumido inútilmente tantos tesoros nuestra España; y tomando la derrota para Europa, a los dos meses de navegación, el día seis de febrero del año de mil quinientos, dieron fondo en uno de los puertos de Galicia, dejando llenas sus costas de admiración y riquezas.

CAPÍTULO III

Envía la Audiencia de Santo Domingo al Factor Juan de Ampues a la provincia de Coriana: asienta amistad con su cacique, y da principio a la fundación de Coro

 LAS NOTICIAS que la gente del navío de Cristóbal Guerra esparció por toda España de las grandezas que encerraba en sí esta tierra firme, acreditadas con la riqueza, que habían llevado consigo, hicieron tal conmoción, principalmente en las costas de Andalucía, que muchos mercaderes, queriendo entrar a la parte de tan fáciles ganancias, armando diferentes embarcaciones, fueron continuando el trato de esa navegación, gozando de su comercio intereses muy crecidos; y así por este motivo, que se fue aumentando con el tiempo, como por haber después el Emperador Carlos V dado permiso, para que se hiciesen esclavos los indios, que resistiesen. Conservamos la ortografía de la edición original por cuanto no hay unificación en la forma de escribirlo (en otros textos aparecen como Bélzares, Welser, Welsers o Welseres). las conquistas españolas; fueron tantos los comerciantes que ocurrieron de la isla Española, y otras partes a toda la costa, que corre desde Paria hasta Coriana, tomando por granjería hacer esclavos a los indios, sin reparar en que concurriesen o no las circunstancias, que por entonces hicieron lícita, permisión tan perniciosa, que se vio obligada la Audiencia de Santo Domingo a procurar el remedio de los inconvenientes, que se experimentaban en semejante desorden; para lo cual determinó enviar al Capitán Juan de Ampues, persona de su posición, autoridad y talento, que era factor de la Real Hacienda en aquella ciudad, para que asistiendo personalmente en Coriana, con amplios despachos y provisiones que se le dieron, embarazase, así las vejaciones y malos tratamientos, que ejecutaban los mercaderes en los miserables indios, como la extracción tan continuada, que se hacía de ellos para reducirlos a la civil muerte de una esclavitud perpetua. Aceptó gustoso Ampues la comisión, discurriendo con la viveza del genio que le asistía, que hallándose presente con el carácter de juez en una tierra tan pingüe, precisamente habían de ser sus conveniencias muy crecidas; y aprestando con brevedad un navío, acompañado de Virgilio García, Esteban Mateos y otros cincuenta y ocho hombres, que llevó consigo, atravesó a la costa de Coriana por el año de mil quinientos veinte y sietexiv, donde teniendo noticia, luego que llegó, de que el Cacique Manaure, poderoso en riquezas y vasallos, era señor de toda aquella provincia, habitada de la nación caiquetía, y a quien rendían vasallaje algunas circunvecinas; solicitó su amistad, valiéndose, para conseguirla, de cuantos medios pudo dictarle su sagacidad prudente, sin excusar los regalos, obsequios, ni sumisiones, hasta que rendido el bárbaro de las cortesanías de Ampues, se determinó a venir a su alojamiento a visitarlo, haciendo demostración de su poder y grandeza en el séquito, y ostentación con que dispuso su visita, pues llegó acompañado de cien indios nobles, que costosamente aderezados con penachos de vistosas plumas, brazaletes de perlas y orejeras de oro, cercaban una hamaca, tejida de curiosas labores, en que venía (cargado en hombros de caciques) el Manaure, correspondiendo el adorno de su persona a su gravedad y a su riqueza. 4. En este caso hemos corregido la j por g por cuanto es la forma en que comúnmente se le conoce. Alegre Ampues al ver lograda la intención, que siempre tuvo de estrechar amistad con el cacique, para por este medio dar mejor expediente a sus intentos, lo salió a recibir a la puerta de la casa en que asistía, usando de todas aquellas urbanidades, que tienen introducidas las leyes del cumplimiento; y correspondiendo el bárbaro a su usanza, se mostró tan liberal, como cortesano, pues regaló a Ampues con diferentes piezas de oro, martas y otras alhajas, cuyo importe (en la común estimación) llegó al valor de once mil pesos, resultando de su galantería el quedar ajustada entre los dos perpetua alianza, prestando vasallaje a nuestro Rey toda la nación caiquetía, que observó después con tal lealtad, que aunque los desafueros de nuestros soldados, en diferentes ocasiones, dieron motivo a que pudiesen, con razón, falsear las coyundas de la obediencia, jamás faltaron los indios por su parte al cumplimiento de la fe que prometieron; causa, para que en satisfacción de su lealtad continuada siempre hayan sido libres de tributos y demoras, gozando su libertad sin pensión que los moleste. Bien conoció Ampues, por la opulencia del cacique, la riqueza de la tierra, y las conveniencias, que podrían resultar a la Corona de poblarla, tomando en ella los españoles más de asiento su asistencia; y así determinado a ejecutarlo (aunque se hallaba sin orden, ni facultad para ello), buscando el sitio que le pareció más a propósito, el día de Santa Ana del mismo año de quinientos veinte y siete fundó una ciudadxv, a quien por esta circunstancia, y ser en la provincia de Coriana, intituló Santa Ana de Coro, aunque por entonces, ni le señaló regimiento, ni le nombró justicia para su gobierno, dejándola debajo de la jurisdicción que él ejercía, mediante los poderes, que le había dado la Audiencia para aquel distrito. Está esta ciudad en diez grados de altura septentrional, en un temperamento cálido, y en extremo seco, distante de la marina media legua, su terreno arenoso y falto de aguas, su comarca abundante y regalada; críase en ella mucho ganado vacuno, y cabrío, y considerable porción de buenas mulas; tiene abundantes salinas, y por el mucho trato que mantiene con Cartagena, Santo Domingo, Caracas y otras partes, trasportando a ellas gran cantidad de quesos, mulas y cordobanes, es lugar rico, aunque su vecindad es corta, su iglesia fue catedral desde el año de quinientos treinta y dos, la erigió el señor Don Rodrigo de las Bastidas, su primer obispo, hasta el año de seiscientos treinta y seis, en que por recelo de las invasiones enemigas, la trasladó a la ciudad de Santiago el Señor Obispo Don Juan López Aburto de la Mata; sírvese hoy por dos curas rectores y un sacristán mayor, y el lugar mantiene un convento corto de la Orden de San Francisco, y una ermita, dedicada a San Nicolás Obispo.

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