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Revolucion De La Productividad

joacinho11 de Septiembre de 2013

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LA REVOLUCIÓN DE LA PRODUCTIVIDAD

Peter Drucker, en La Sociedad Poscapitalista nos ilustra sobre este tema:

LA REVOLUCIÓN DE LA PRODUCTIVIDAD

¿Qué fue lo que derrotó a Marx y al marxismo? Hacia 1950 muchos de nosotros sabíamos ya que el marxismo había fracasado tanto moral como económicamente (yo lo había dicho ya en 1939 en mi libro The End of Economic Man); pero el marxismo era todavía la única ideología coherente en la mayor parte del mundo y en la mayor parte del mundo parecía invencible.

Había “antimarxistas” en abundancia pero, todavía, pocos “no-marxistas”; esto es gente que pensara que el marxismo ya no era relevante, como la mayoría sabe en la actualidad. Incluso aquellos que se oponían fuertemente al socialismo seguían convencidos de que su influencia era cada día mayor. En 1944, el padre del neo-conservadorismo en el mundo occidental, el economista anglo-austriaco Friedrich von Hayek (1889-1992) argumentaba en su libro The Road to Serfdom (Camino a ser vasallo) que en el socialismo significaba de forma inevitable la esclavitud. El “socialismo democrático” no existe, decía Hayek entonces; sólo hay “socialismo totalitario”, pero no decía en 1944 que el marxismo no podía funcionar; por el contrario, tenía mucho miedo de que pudiera funcionar. Sin embargo, en su último libro The Fatal Conceit (La Arrogancia Fatal) escrito cuarenta años más tarde en 1988, asegura que el marxismo nunca podía haber funcionado y cuando publicó este libro casi todo el mundo, especialmente en los países comunistas, habían llegado a la misma conclusión.

¿Qué venció entonces a las “inevitables contradicciones del capitalismo”, a la “alienación” y la “caída en la miseria” de los proletarios y con ella al “proletario” mismo? Y la respuesta es La Revolución de la Productividad.

Cuando el saber cambió de significado, hace 250 años, empezó a aplicarse a las herramientas, procesos y productos y esto es lo que “tecnología” aún significa para la mayoría de gente y lo que se enseña en las escuelas de ingeniería. No obstante, dos años antes de la muerte de Marx ya se había iniciado la Revolución de la Productividad.

En 1881, un estadounidense, Frederick Winslow Taylor (1856-1915) aplicaba por vez primera el saber al estudio del trabajo, al análisis del trabajo y a la ingeniería del trabajo. El trabajo ha existido desde que el hombre existe; en realidad, todos los animales tienen que trabajar para vivir y en Occidente durante largo tiempo se ha alabado la dignidad del trabajo de labios para afuera. El segundo texto griego más antiguo, unos cien años después de la épica de Homero (Siglo VIII A.C.- Autor de La Iliada y La Odisea), es un poema de Hesiodo (siglo XVIII A.C.), titulado Trabajos y Días que canta el trabajo del agricultor. Uno de los más bellos poemas romanos, de Virgilio (70-19 A.C.) poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas, presenta en las Geórgicas un ciclo de canciones sobre el trabajo del agricultor. Aunque no hay un interés tan vivo por el trabajo en la tradición literaria oriental, el emperador de la China tocaba un arado una vez al año para celebrar la siembra del arroz.

Pero tanto en Occidente como en Oriente, estos eran gestos puramente simbólicos; ni Virgilio ni Hesiodo miraban de verdad lo que hacía un agricultor, como tampoco lo hizo nadie más a lo largo de la mayoría de la historia escrita. El trabajo era indigno de la atención de las personas educadas, de las personas pudientes, de las personas con autoridad; el trabajo era algo que hacían los esclavos.

“Todo el mundo sabía” que la única manera de que un obrero produjera más era trabajando más horas y más duro. También Marx compartía esta opinión con todos los economistas o ingenieros del siglo XIX.

Fue por pura casualidad que Taylor, un hombre educado y acomodado, se convirtiera en obrero. Problemas en la vista le obligaron a abandonar la idea de ir a Harvard y empezó a trabajar como obrero en una fundición de hierro. Como era un hombre de un talento, pronto empezó a ascender hasta convertirse en uno de los jefes y sus inventos para trabajar el metal lo hicieron rico al poco tiempo. Lo que entonces hizo que Taylor iniciara el estudio del trabajo fue su conmoción ante el mutuo y creciente odio existente entre capitalistas y obreros, que dominaba los finales del siglo XIX. En otras palabras, Taylor vio lo que vieron Marx y Disraeli y Bismarck y Hemy James; pero vio también lo que ellos no consiguieron ver: era un conflicto innecesario y se propuso hacer que los obreros fueran productivos y así ganaran un salario decente. La motivación de Taylor no fue la eficacia ni la creación de beneficios para los propietarios; hasta el momento de su muerte sostuvo que el principal beneficiario del fruto de la productividad tenía que ser el obrero y no el patrón. Su principal motivación era la creación de una sociedad en la que obreros y patronos, capitalistas y proletarios, tuvieran un interés común en la productividad y construyeran una relación armónica sobre la aplicación del saber al trabajo. Los que se han acercado más a comprender esto hasta el momento los empresarios y sindicatos japoneses de después de la 2ª Guerra Mundial.

Y sigue sin haber una historia del trabajo; aunque si a ello vamos y pese a tanto filosofar sobre el saber, tampoco hay una historia del saber. Ambas deberían llegar a ser áreas de estudio importantes en las próximas décadas o, al menos, en el próximo siglo.

Pocas figuras en la historia intelectual han tenido un impacto mayor que Taylor y pocas han sido tan deliberadamente malentendidas y tan asiduamente mal citadas En parte Taylor ha sufrido las consecuencias de que la historia demostrara que él tenía razón y que los intelectuales se equivocaban; en parte Taylor es ignorado porque aún persiste el menosprecio por el trabajo, especialmente entre los intelectuales; a buen seguro, mover arena a paletadas, el análisis más conocido de Taylor, no es algo que un “hombre educado” apreciaría y mucho menos consideraría importante. No obstante, en una parte aún mayor la reputación de Taylor ha sufrido precisamente porque aplicó el saber al estudio del trabajo; esto era un anatema (*) para los sindicatos obreros de su tiempo que montaron contra Taylor una de las campañas de difamación más sañudas (Intención rencorosa y cruel) de la historia de Estados Unidos. El crimen de Taylor, a los ojos de los sindicatos, era su afirmación de que no existía el “trabajo especializado”; en las operaciones manuales sólo existe el “trabajo”, todo puede ser analizado de la misma forma. Cualquier obrero que esté dispuesto a hacer el trabajo de la forma en que el análisis muestre que debe hacerse, es un “hombre de primera clase” y merece un “salario de primera clase”; es decir, lo mismo o más que el obrero especializado recibía con sus largos años de aprendizaje.

Además, los sindicatos respetados y poderosos en los Estados Unidos de Taylor eran aquellos de los arsenales y astilleros propiedad del gobierno en los que se hacía, antes de la Primera Guerra Mundial, toda la producción de defensa en tiempos de paz y estos sindicatos eran monopolios gremiales; la pertenencia a uno de ellos quedaba restringida a los hijos o familiares de los miembros. Se exigía un aprendizaje de entre cinco y siete años pero no se daba una preparación sistemática o estudio del trabajo; en ninguna ocasión estaba permitido anotar nada; ni siquiera había planos o cualquier otro tipo de dibujo del trabajo a hacer; los miembros debían jurar guardar el secreto y no se les permitía hablar de su trabajo con personas que no fueran miembros del sindicato. La afirmación de Taylor de que el trabajo podía ser estudiado, analizado y dividido en una serie de movimientos simples y repetitivos, cada uno de los cuales debía hacerse en su forma correcta, con su tiempo correcto y con sus propias herramientas, era de hecho un ataque frontal contra ellos y por

ello lo vilipendiaron y consiguieron que el Congreso prohibiera el Estudio del Trabajo en los arsenales y astilleros del gobierno, prohibición que prevaleció hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Taylor no mejoró las cosas al ofender a los patronos de su tiempo tanto como ofendía a los sindicatos; al tiempo que no tenía ningún respeto por los sindicatos, se mostraba despreciativamente hostil hacia los empresarios; su

epíteto favorito para ellos era “cerdos”. Y además estaba su insistencia en que los obreros y no los empresarios debían recibir la parte del león de las mejoras en beneficios que produjera la Dirección Científica.

(*) Anatema, significa etimológicamente ofrenda, pero su uso principal equivale al de maldición, en el sentido de condena a ser apartado o separado, cortado como se amputa un miembro, de una comunidad de creyentes.

Y por si esto fuera poco, su “Cuarto Principio” exigía que el estudio del trabajo se hiciera al menos en consulta, si no en asociación, con el obrero. Para terminar, Taylor mantenía que la autoridad en la planta no debía basarse en la propiedad; sólo podía basarse en un saber superior; en otras palabras, exigía lo que ahora llamamos “dirección profesional” y eso era anatema y “herejía radical” para los capitalistas del siglo XIX. Fue duramente atacado por ellos como “elemento perturbador” y “socialista”. (Algunos de los más estrechos discípulos y colaboradores de Taylor, especialmente Karl Barth, su mano derecha, sí que eran “izquierdistas” abiertos y declarados y fuertemente anticapitalistas).

A los contemporáneos de Taylor su axioma según el

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