Revolucion Rusa
marbenjur30 de Agosto de 2013
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2.4. La Revolución Rusa
La declaración de guerra a Alemania suscitó en 1914 un gran entusiasmo en Rusia y facilitó la formación de una "unión sagrada” en torno al zar que paralizó, por de pronto, las protestas de los partidos políticos y de la Duma, las huelgas y las sublevaciones de campesinos. Confiados en la ayuda de las potencias occidentales aliadas, los rusos pensaron que podían ganar la guerra y de esta manera se pondría Fin a la agitación interior que venía caracterizando el reinado de Nicolás II. La victoria actuaría como aglutinante del descontento y abriría un nuevo rumbo de progreso: la rápida industrialización registrada desde los años noventa del siglo anterior daría por fin sus frutos y se modernizaría el país.
Transcurrido tan sólo el primer año de guerra, cambió radicalmente la situación y reaparecieron las manifestaciones de descontento, agravadas paulatinamente por el progreso de las fuerzas revolucionarias. Las derrotas en el frente y la incapacidad de la industria y del sistema de transportes para proporcionar las municiones, los víveres y la vestimenta precisados por los soldados en el frente pusieron de manifiesto las debilidades de Rusia para hacer frente a una guerra demasiado moderna para sus posibilidades (Pierre Milza, 1997a, 99). Nicolás II pretendió enderezar la situación asumiendo personalmente el mando de los ejércitos, pero con esta decisión incremento los problemas, pues revivió usos arcaicos denostados ya por casi todos los rusos. Sólo la zarina Alejandra, en el papel de auténtica directora dé la política interior rusa en estrecha colaboración con Rasputín, animaba a su esposo en su correspondencia diaria a que reforzara la autocracia. Tales consejos, bien acogidos por Nicolás II, no hicieron sino ampliar su alejamiento respecto al pueblo, incluyendo al sector de los más fieles. Entre el campesinado creció la más viva oposición a las levas masivas de soldados, se perdieron territorios (Polonia, Galicia) y la economía quedó casi completamente paralizada. Toda la producción industrial se puso al servicio del ejército, por lo cual los campesinos no recibieron los productos necesarios y, en contrapartida, se negaron a entregar sus cosechas. De esta forma las ciudades quedaron desabastecidas de los productos de primera necesidad, sin que la situación pudiera ser paliada con importaciones, pues de hecho el comercio internacional de Rusia estaba paralizado. En suma, la producción industrial y agraria descendió de forma acusada y se incremento el paro, mientras los precios iban en aumento; el gobierno, por su parte, entró en bancarrota financiera a causa de los cuantiosos préstamos para mantener la guerra.
Frente a este cúmulo de problemas, Nicolás II sólo hallaba solución en la aplicación de la viejas fórmulas autocráticas: desprecio hacia la Duma, permanente crisis gubernamental (en los años de la guerra cambió cuatro veces de primer ministro) y represión (acentuada desde finales de 1916, con ocasión del asesinato de Rasputín). El resultado fue catastrófico: sin tomar consciencia de ello, los rusos fueron prescindiendo paulatinamente del gobierno y comenzaron a regirse por sí mismos (M. Ferro, 1991, 213). La administración sanitaria quedó de hecho en manos del Comité de la Cruz Roja, los zemstva, constituidos en una asociación bajo la presidencia del príncipe Lvov, incrementaron sus funciones administrativas y se responsabilizaron de la acogida de refugiados y la repartición de prisioneros, se constituyó un Comité de Industrias de Guerra para racionalizar la producción militar y por todo el país se crearon cooperativas de consumo para garantizar la distribución de víveres. La revolución no había invadido aún, apunta Marc Ferro, los espíritus (todo lo anterior se hizo con aprobación de las autoridades y procurando no contrariar a la burocracia imperial, muy celosa de sus prerrogativas), pero comenzaba por la vía de los hechos.
No fue la Gran Guerra la única razón por la que finalmente Nicolás II se vio obligado a abdicar, pero proporcionó la ocasión para que los rusos se pusieran de acuerdo en contra de la pervivencia de la autarquía zarista. Entre el otoño de 1916 y el invierno del año siguiente toda la población coincidió en dos asuntos fundamentales: la imposibilidad de proseguir la guerra y la necesidad de un cambio de rumbo político. Esta doble convicción se vio corroborada por el agravamiento de los ya históricos conflictos de campesinos y obreros (en enero de 1917 estallan huelgas por todo el país y se celebran a diario manifestaciones de protesta en las principales ciudades) y la carencia casi completa de víveres (en febrero tuvieron lugar varios motines populares en Moscú y Petrogrado motivados por el racionamiento del pan). El sincronismo de la agitación por toda Rusia y la activa participación de las fuerzas políticas y sociales declaradas fuera de la ley (todos los grupos anarquistas y los partidos socialistas) hizo sospechar la posibilidad de una revolución social, aunque por de pronto nadie creía que fuera posible, sobre todo porque Rusia carecía de una clase obrera suficientemente desarrollada como para encabezar un movimiento de esta naturaleza, una de las condiciones fundamentales establecidas por Marx.
A comienzos de 1917, las corrientes liberales formadas por burgueses e intelectuales pensaron que había llegado el momento de transformar la autocracia en una monarquía constitucional al estilo occidental y el partido cadete encabezó un Bloque Progresista, al que se unieron miembros de la aristocracia zarista y algunos ministros, con el objetivo de formar un gobierno que contara con la confianza del país y controlara el peligro de una revolución social. Frente a este sector político mantuvieron sus posiciones revolucionarias los dos partidos socialistas: el Social-Revolucionario y el Socialdemócrata. El primero prosiguió su método tradicional de agitación del campesinado, mientras en el segundo no cesó el debate interno sobre la táctica a seguir, aunque en 1916 el líder bolchevique Lenin resolvió las dudas sobre la posibilidad de la revolución en su libro El imperialismo, fase suprema del capitalismo, donde mantuvo que no era imprescindible un fuerte desarrollo del capitalismo para hacer la revolución, sino que ésta estallaría allí donde, a pesar del subdesarrollo capitalista, fuera imposible mantener los esfuerzos exigidos por la guerra.
A mediados de febrero de 1917, el descontento en el ejército era completo y en las cartas interceptadas a los soldados por la censura se hablaba, refiriéndose a los mandos y autoridades, de "arreglo de cuentas" en cuanto llegara la paz o incluso antes. Por su parte, el gobierno se mostraba completamente incapaz de controlar el país, y los partidos políticos, desbordados asimismo por la situación, no pudieron planear una acción conjunta, perdiéndose en vivas discusiones entre los partidarios de colocar como prioridad la defensa de la patria (los "defensistas") y los que deseaban provocar una acción internacional contra la guerra ("internacionalistas"). Tampoco los partidos socialistas y los sindicatos llegaron a un acuerdo para preparar una manifestación, inicialmente pensada para el 23 de febrero, pero ese mismo día las mujeres asumieron la iniciativa: un grupo de obreras inició una marcha por Petrogrado para protestar contra el zarismo a la que se fueron uniendo obreros, oficinistas, empleados de comercio e incluso miembros de la pequeña burguesía. Por primera vez en la historia rusa, ha escrito Marc Ferro (1991, 23l), la clase obrera salía de su gueto y otros grupos sociales le testimoniaban su simpatía. La actividad laboral de Petrogrado quedó paralizada, los cosacos observaron con benevolencia la marcha y, ante la sorpresa general, la policía no intervino. Fue el primer día de La Revolución de Febrero (marzo, según el calendario gregoriano, que a la sazón precedía en 13 días al ruso), la que provocaría la desaparición del zarismo. Las manifestaciones prosiguieron durante los cuatro días siguientes, cada hora con nuevos integrantes: primero los soldados, desobedientes a las órdenes de sus oficiales de disparar contra la multitud, luego los revolucionarios prisioneros, liberados en estos instantes por los manifestantes. El día 27, más de 20.000 personas entraron en los jardines del Palacio de Invierno, sin que los centinelas ofrecieran resistencia alguna. Lentamente se bajó el pabellón imperial y fue sustituido por una bandera roja. Los diputados de la Duma quedaron estupefactos, pero uno de ellos, Kerenski, se presentó ante los manifestantes dándoles la bienvenida a la Duma. A continuación se formó un Soviet compuesto por delegados de los sindicatos, movimientos cooperativos, social- revolucionarios, mencheviques, bolcheviques y anarquistas. Producto de negociaciones entre el Soviet y la Duma fue el nombramiento al día siguiente de un Gobierno Provisional, presidido por Lvov. Por todo el país se formaron soviets y, al mismo tiempo, Nicolás II dio orden de reprimir la revuelta, pero ni el ejército ni la policía le obedecieron. El 2 de marzo, según el calendario ruso, Nicolás II abdicó en su hermano, el gran duque Miguel, pero éste, informado por la Duma de que el Soviet se oponía a la continuación de la dinastía Romanov, rehusó la corona. En ese momento la monarquía quedaba en suspenso.
A partir del 27 de febrero, únicamente en Petrogrado es reconocida la autoridad del Gobierno Provisional y la del Soviet. El primero está constituido por miembros de los
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