Romanizacion
descargarrapidoInforme6 de Noviembre de 2018
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Romanus orbi terrarum
“Cuando estés en Roma,
Compórtate como los romanos”
San Agustín
Cuando hablamos de romanización hacemos referencia a la campaña de dominación político-cultural basada en la preeminencia de una lengua (el latín), una legislación (el derecho romano) y una cultura (la grecolatina). La frontera de esta intromisión es difusa, mas no el alcance de su realización efectiva. Esta es fácilmente reconocible para nosotros en los vestigios materiales que la arqueología se ha encargado de desentrañar; desde acueductos, termas, carreteras, calzadas, templos y monumentos, hasta grabados en piedra y metales varios, que testimonian toda una variada de disposiciones de índole jurídico y administrativo para la gestión de las provincias del imperio. Sin embargo, no debemos pensar que la romanización fue un proceso restringido a un periodo histórico distante y que por ende nada tiene que ver con nosotros: “Esta acción penetra en todos los dominios: cuadros nacionales y políticos, estética y moral, valores de todos los órdenes, armadura jurídica de los Estados, maneras y costumbres de la vida cotidiana; nada de lo que nos rodea habría sido lo que es si Roma no hubiese existido.” En efecto, si acaso todavía abrigamos dudas acerca de la influencia romana en nuestra propia cultura, basta con observar el influjo fundamental que el latín ha tenido en la conformación del idioma castellano. Y no solo eso, del latín también deriva lenguas como el italiano, francés, portugués, catalán, etc. De modo que cuando nos interrogamos acerca de la romanización, debemos tener en consideración que fue un proceso, bien que algo lejano en el tiempo, de una relevancia especial en el posterior desarrollo de la civilización occidental. Aquí cabe hacer una pequeña digresión; el predicamento que tuvo la idea de civilización conformada por los romanos supo tener una mejor recepción en la Europa occidental que en su parte oriental. Tanto la Grecia antigua como el Próximo Oriente, se mostraron menos sensibles al sincretismo que Roma proponía como política hegemónica. Se entiende: en estas regiones existía una larga tradición urbana, eran reinos que habían pergeñado estructuras sociales y políticas muy enrevesadas, pero las mismas le brindaban un principio de identidad colectiva difícil de minar. Por otro lado, el occidente europeo no había conocido, en su mayoría, formas de organización más complejas que las tribales o bien las ligas o confederaciones que las cohesionaban ocasionalmente, en razón de propósitos estrictamente militares y de defensa común. Aquí Roma encontró un campo fértil para introducir exitosamente sus instituciones y sus modos de producción: “En el mediterráneo oriental no se introdujo la esclavitud agraria a gran escala (…) Cesar y Augusto crearon en Oriente unas pocas colonias urbanas (…) pero estas colonias dejaron muy poco rastro (…) Nunca hubo ningún intento de romanizar las provincias orientales; quien sufrió toda la carga de la latinización fue Occidente. La frontera lingüística delimitaba las dos zonas básicas del nuevo orden imperial.”
¿Donde debemos remitirnos para identificar los primeros compases de este dilatado proceso? En este caso decidimos dar cuenta de un hecho de raíz mítica. Por supuesto, entendemos que la naturaleza fantástica de estos relatos puede resultar algo incompatible con un análisis de tipo factico, pero sería desacertado descartar tan fácilmente estos relatos, pues si no son verosímiles por su contenido, si lo son en cuanto su intenciones ideológicas. Quien quiera que intente sorprender el secreto de la romanidad, debería tenerlos en cuanta, pues son estados de conciencia siempre latentes en el alma colectiva de Roma.
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